Congresista
Del latín absurdus, la palabra absurdo denota algo inútil, reprensible o que simplemente no se entiende. Absurdo es también el adjetivo que mejor define no la política económica en sí misma del gobierno del presidente Pedro Castillo (razonablemente ortodoxa), sino el ejercicio de la “política” alrededor de la puesta en marcha de la política económica.
Buenos deseos, objetivos medianamente ambiciosos en lo productivo y social, cuyo logro podría ser razonablemente factible, pero que lamentablemente se estrellan contra la muralla de incredulidad e incertidumbre que generan las luchas intestinas del gabinete presidido por el también congresista Guido Bellido.
Luchas intestinas entre, por lo menos dos facciones al interior del gabinete y diversas facciones al interior del propio partido de gobierno, que se expresan en marchas y contramarchas que afectan la recuperación de la confianza y le ponen límites al impacto benéfico de los excelentes precios de los minerales y al efecto rebrote de la economía, liberada ya casi en su totalidad de las cadenas impuestas por la cuarentena del 2020.
Paradójicamente –o de manera absurda, si nos atenemos al origen etimológico de la palabra– el gran factor de desestabilización es quien debería armonizar criterios y conducir el gabinete: el premier Guido Bellido. Su histriónico estilo, su incapacidad para el dialogo sincero, y su obsesión por el protagonismo están llevando al país al colmo de la crispación política y a una rápida revaluación de los pronósticos económicos, comenzando por los relacionados con la inversión privada, actualmente paralizada.
“Generar desconfianza pareciera ser el quehacer al que está abocado a tiempo completo el actual gabinete. Mientras tanto, el silencio del presidente Castillo socava las bases de su propio gobierno”.
Su última gran hazaña –revivir el fantasma de la nacionalización y/o el de la expropiación, con anuncios vía Twitter donde la forma (autoritaria) se encuentra a pie juntillas con el fondo del asunto (acabar con el modelo económico “neoliberal”)– ha tenido además el particular mérito de echarle más leña al fuego de la desconfianza.
En efecto, el anuncio sobre Camisea no solo borra de un plumazo (o “tuitazo”) la buena voluntad y confianza generadas por el presidente Castillo y el ministro Francke, sino que espanta la posibilidad de cualquier nueva inversión extranjera por su impacto sobre la propiedad privada y la estabilidad jurídica.
Además, ha generado clarinadas de alerta a las otras dos grandes agencias internacionales de riesgo crediticio–Fitch y Standards & Poors–,lo cual podría preanunciar una revisión a la baja de la calificación crediticia siguiéndole así los pasos a Moody’s.
Y lo que es más grave: esta serie casi interminable de desaciertos, ambigüedades y de “agudización de contradicciones” tiene un claro correlato financiero: inestabilidad del tipo de cambio, fuga de miles de millones de dólares, y muchos miles de millones de dólares de inversión no realizada.
Lo absurdo, pues, no viene gratis. Les cuesta a todos los peruanos. Pero sobre todo le cuesta doble a los que menos tienen. La dinámica inflación - tipo de cambio es una que ha dejado huellas profundas en la psiquis de los peruanos.
El tránsito de la inflación baja a la inflación alta y de allí a la hiperinflación está lleno de incertidumbre. No conocemos con exactitud la naturaleza del fenómeno, pero sí sabemos que detrás de ella está la confianza. O, mejor dicho, la desconfianza. Desafortunadamente, generar desconfianza pareciera ser el quehacer al que está abocado a tiempo completo el actual gabinete. Y mientras tanto, el silencio del presidente Castillo socava las bases de su propio gobierno. ¡El colmo de lo absurdo!