Director periodístico
La gestión de Kurt Burneo en el MEF es necesaria para el país –diría incluso que indispensable– pero no suficiente. Ha sido razonable y elocuente su oposición al Reactiva Perú III, frente a los niveles de morosidad de los anteriores programas y la evaluación que amerita una tercera versión sin una clara justificación económica y sanitaria, más aún cuando su foco sería microindustrial y, en el tiempo, solo podría significar un costo para el país. Ejerce así como un titular del MEF más pararrayos que su antecesor y se rebela con derecho a una propuesta gestada fuera de su despacho, con el talante propio de quien por años vio de cerca el ejercicio de un puesto al que siempre aspiró.
Pero Burneo comete un error al ver la reactivación económica como un arte técnico y sostenido en las viejas cuerdas separadas de la economía y la política. No es tiempo de ello. Si los empresarios e inversionistas están estáticos, parados frente a la inversión, es porque ya solo esperan una salida definitiva: el fin de un gobierno que le costará caro al país, por lo menos, por una década, si consideramos los grandes proyectos de inversión que hoy no tienen un punto de partida y constituyen un vacío en la ejecución futura. Con Pedro Castillo en el poder, el único camino de confianza posible no pasa por la prudencia y la pericia de Burneo, sino por un cambio radical del Gobierno que minimice hoy sus amenazas a la empresa, pero que claramente no se va a dar.
Fuera de sus exabruptos –su intención de “armonizar” las políticas fiscal y monetaria con el BCR, y su advertencia vacua de recesión–, no hay éxito posible en la intención de Burneo de marcar un punto de inflexión en la economía con un premier dictatorial como Aníbal Torres, el plan de rigidez laboral que monta el Gobierno –la principal amenaza a la empresa hoy– y las acusaciones de corrupción que se acumulan en contra del presidente. La incertidumbre impedirá que aliente la inversión privada, y la mediocridad de sus pares y un aparato estatal colmado de incapaces seguirán limitando la inversión pública. En el camino, la capacidad de gasto se debilita por la inflación, el empleo se precariza y el precio del cobre cae. Nuestra condena, así, es un crecimiento magro.
Al final, le agradeceremos a Burneo su gestión, sin duda, porque –si nos ceñimos a sus declaraciones– garantizará lo indispensable: la negación o baja concesión a las iniciativas populistas del Gobierno, el equilibrio fiscal –al que respetará, insiste, en sus planes de impulso fiscal–, y la promoción de las inversiones pública y privada, al menos de discurso, con el resultado limitado que le permite un gobierno falaz. Cuando se vaya, le deberemos, naturalmente, que –junto con Óscar Graham– nos haya salvado de una peor debacle. Y si acaso el Gobierno acaba antes, será recordado como uno de los que preservó el MEF y, con ello, la poca institucionalidad que nos quedará en el país.