A pesar de que el ministro de Economía nos diga que se siente cómodo y que va a seguir trabajando en el Ejecutivo, lo cierto es que queda mucho más debilitado de lo que ya estaba.
Y aunque señale que la presidenta se puede reunir con quien quiera –lo cual es cierto–, es obvio que él ya sabe que sus días en el MEF están contados, que le están buscando reemplazo y que su labor ministerial está siendo muy cuestionada, incluso dentro del Gobierno.
Quizás lo más saltante de esta noticia es que el cuestionamiento no es sólo al titular del MEF, lo cual no es ninguna novedad desde hace muchas semanas, sino que hay un fastidio –que tampoco es nuevo– por la labor y la actitud de otros niveles en ese ministerio, que ahora salta con más notoriedad a la luz pública.
La pregunta que cae de madura es si el cambio en el MEF –que se dará de todas maneras, más temprano que tarde– traerá consigo otros cambios en el gabinete.
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La presencia del ministro de Inclusión Social en la reunión de la presidenta con los exministros MEF (a espaldas de su colega), así como las palabras del actual ministro de Economía al salir de Palacio ayer, nos dicen claramente que el Gobierno tiene un gabinete de incondicionales, es decir, personas que, pase lo que pase, seguirán en el cargo hasta que los “renuncien” o se enteren de su “renuncia” por los medios. Y suponemos que la presidenta y el premier se sienten muy cómodos con este tipo de gabinete. Quizás es la zona de confort, en la que lo más complicado es, quizás, la rivalidad o disputa entre PCM y el hermano de la presidenta.
Esto nos lleva a una segunda interrogante: ¿si hubiera una reestructuración del gabinete, sería también de incondicionales o se buscaría un equipo más profesional y sólido?
En el primer caso, lo más probable es que se mantenga en el cargo el actual Premier, y que algunos viceministros sean “promocionados” a titulares de cartera, a los que se sumarían personas a las que no les interese mucho el peso político y el nivel de desgaste del primer ministro.
En el segundo caso, es decir, la búsqueda de un equipo más profesional y sólido, muy probablemente sí implique la salida del premier. Primero, porque personas con más pergaminos y capacidades pondrían una serie de condiciones para aceptar y para no “quemarse” al lado de quien ya tiene un fuerte nivel de desgaste; y en segundo lugar, porque a personas con más peso profesional, y quizás político, les va a costar mucho trabajar con quien ya se siente dueño del puesto y de las decisiones. De igual manera, al Premier le costaría mucho quedarse a trabajar con personas que pueden o van a cuestionar lo hecho, y pueden o van a querer cambiar muchas cosas o personas.
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Además, no va a ser grato estar en medio de la disputa entre el premier y el hermano de la presidenta, ni recibir presiones para nombrar a los “recomendados”.
Como siempre hemos dicho aquí, la presencia del actual premier es para la presidenta su mayor fortaleza y su mayor debilidad. Es la fuente de sus decisiones y de su fuerza para enfrentar sus mayores problemas y a sus críticos; pero es, al mismo tiempo, un factor de polarización y la imagen de la línea “dura”, y no siempre eficaz.
Esta dependencia de la presidenta nace de dos problemas delicados que ella no sabe o no puede enfrentar. En primer lugar, ella no es carismática, lo cual es un problema serio para un político, y no tiene liderazgo, lo que es grave para un jefe de Estado.
Y en segundo lugar, ella fue, y es muy probable que lo siga siendo, una radical de izquierda por convicción y ahora quiere ser una demócrata de centroderecha por conversión, lo cual resulta muy forzado y complica su visión y sus decisiones, porque no quiere traicionar a su corazón y siente que no puede apretar el acelerador contra sus convicciones políticas, pero tampoco quiere romper con lo que en este momento es la fuente de su permanencia en el Gobierno: tratar de ser la antítesis de Pedro Castillo.
El tiempo juega en contra del Gobierno, porque si bien hay quienes creen que siguiendo el mismo libreto del año pasado el Ejecutivo tiene garantizada su permanencia, eso puede cambiar. El primer año de un Gobierno siempre tiene un nivel de tolerancia. Y eso ha beneficiado a esta administración.
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Pero es obvio y notorio que hasta a los “tolerantes” (aquellos que no quieren a Dina Boluarte, pero la toleran porque en la comparación siempre resultará mejor que Pedro Castillo) se les está acabando la paciencia, y no ven con buenos ojos que la presidenta se muestre tan optimista y nos pinte una realidad que no existe cada vez que habla.
La presidenta y el premier tienen que darse cuenta que deben generar los cambios necesarios para enfrentar con relativo éxito los principales problemas (creciente inseguridad, crisis económica, atención de las emergencias); y tomar distancia de un Congreso que hace rato ya dejó de pensar en el país. Si no lo hacen, el 2024 no será como el 2023.