Escribe: Enrique Castillo, periodista.
Las cifras de la aprobación a la actual gestión presidencial son muy bajas, apenas 7%, pero no se podía esperar más con una administración que lo único que muestra es una enorme capacidad para generarse sus propios problemas, y una gran incapacidad para solucionar los problemas de los ciudadanos del país.
Durante estas próximas semanas, esa cifra podría bajar aún un poco más, ya sea porque cada día su imagen se sigue deteriorando y ha perdido el respeto de una enorme porción de la población; sea porque el caso Rolex y pulsera sigue vigente, y parece que cada día le juega en contra generando toda clase de versiones y memes; sea porque las cosas no cambian en el país y no se ve ninguna reacción en el Gobierno para que algo nuevo y bueno suceda.
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Pero lo más preocupante para la presidenta Dina Boluarte es que su aislamiento ya es casi total. Y no nos referimos a su alejamiento voluntario de una buena cantidad de actos públicos o del contacto popular, sino a esos pronunciamientos, manifestaciones o declaraciones de: i) representantes o simpatizantes de la izquierda que señalan que Boluarte es representante o funcional a la derecha, que tiene una alianza con esta, y que gobierna según las órdenes del fujimorismo; y, ii) representantes de la centroderecha o de la derecha que manifiestan que la presidenta fue elegida con Pedro Castillo, fue su ministra, y sigue siendo una izquierdista que, al igual que su antecesor, no tiene ninguna capacidad para gobernar.
Los de centro señalan que Dina Boluarte no sabe gobernar y que ha demostrado no solo incapacidad sino también una enorme frivolidad.
Pero una gran mayoría de todas estas voces de izquierda, derecha y centro nos dicen que Dina Boluarte garantiza la estabilidad. Algo así como “muy mal con ella, pero peor sin ella”. Nadie la quiere cobijar, todos la critican, pero la mantienen aunque termine hecha flecos, por miedo a perder lo que ahora tienen (en el caso de los congresistas) o por miedo a que lo que venga sea peor, léase Antauro (en el caso del empresariado y de los partidos del centro a la derecha).
Lo curioso es que los que más miedo le tienen a Antauro parecen trabajar para él, o para alguien parecido a él. Al asumir los pasivos de Dina Boluarte, y al blindarla, lo único que hacen es alejarse de un electorado que la rechaza, pero que por ahora la soporta porque no puede verla caer, y que cada día es mayor en número.
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En realidad, ese miedo a Antauro refleja la incapacidad y la impotencia de poder preparar y lanzar una alternativa viable al antaurismo; y de lograr eliminar el egocentrismo y el egoísmo de quienes se sienten los llamados a ocupar la presidencia, y son incapaces de deponer sus ambiciones para lograr la unidad. ¿Si no sintieron capaces de enfrentar a Antauro o a algún otro radical hace un año, no se sienten capaces ahora, qué va a hacer que se sientan capaces de enfrentarlo el próximo año que se iniciará la campaña presidencial?, ¿creen que de la nada aparecerá un enviado de Dios?
El mejor momento para enfrentar a la izquierda y a los radicales fue cuando la izquierda y los radicales fracasaron rotundamente y pusieron en evidencia todos sus errores, sus vicios y sus delitos. Hoy, las cosas han cambiado, muchas mentes han olvidado, y la izquierda y los radicales son la oposición que señala los errores y los blindajes de la presidenta y de la derecha a, según los izquierdistas, “su protegida”.
La izquierda, además, siempre tuvo una mayor capacidad para lograr alianzas, aunque estas hayan sido y sean “contra natura” políticamente hablando. No les importa deponer sus diferencias y hasta odios, con tal de llegar al poder. Lo que pase después es otra historia. Por eso, aquí no hemos descartado que, incluso, la candidatura de Pedro Castillo vuelva a lanzarse y ocupe un lugar expectante.
En un escenario donde varios nombres no deciden si se lanzan o no, y varios partidos no deciden si se juntan o no, es curioso que sea un exmilitar el que primero lance su intención de candidatear.
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El congresista Roberto Chiabra ya es candidato declarado aunque no inscrito, y podría entrar en contienda con otro exmilitar que todavía no ha sido lanzado pero cuyo nombre ya suena, y que viene conversando con varios partidos, Francisco Calisto Giampietri.
El primero, del Ejército; y el segundo, de la Marina. El primero, congresista y con un discurso bastante ligado y circunscrito a los temas militares; y el segundo con una visión un poco más amplia y con mejores dotes para la elaboración y la exposición de las ideas. Ambos pueden dar la imagen de la mano dura en momentos de desesperación por la inseguridad que se vive.
Si la presidenta sigue cometiendo errores, si su situación y la de su hermano sigue complicándose y arrastran con ello al Gobierno, quienes ahora la “protegen” podrían dejarla caer, y ese 7% podría reducirse y las posibilidades de un cambio de Gobierno anticipado podrían acrecentarse.
Quizás por eso, hay algunos que, fieles a la tradición popular y militar, piensan que es mejor madrugar al enemigo y ganarle por puesta de mano.
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