Luego de que la 1ª y 3ª cumbres de las Américas forjaran grandes consensos liberales en el área con la propuesta de una integración hemisférica (ALCA, Miami 1994) y del ejercicio democrático representativo como condición para participar (Quebec, 2001), el acuerdo cimero sobre grandes proyectos estratégicos se quebró (Mar del Plata , 2005). En su lugar, agendas más puntuales surgieron.
La reciente Cumbre realizada en Los Ángeles con presencia de apenas 20 Jefes de Estado (pero más delegaciones) corresponde a esta última categoría. A ella se llegó con un tópico general (“Construyendo un Futuro Sustentable, Resiliente y Equitativo”) y cinco propuestas económicas: fortalecer las instituciones regionales; vigorizar las cadenas de suministros y la inversión; mejorar la gestión y la inversión públicas; avanzar en asuntos ambientales y empleos vinculados; y promover el “comercio inclusivo” cuyos desarrollos no se conocen. Esperamos que su encuadre en la “Asociación de las Américas para la Prosperidad Económica” tenga éxito aunque no se haya producido aún declaración general alguna.
Además de la propuesta de “Asociación” mencionada otra habría merecido acuerdo (la “Declaración de Los Ángeles sobre Migración y Protección”) mientras que un anuncio ha merecido publicidad adicional (la reunión “cumbre” sobre ciudades a realizarse en Denver, Colorado en 2023 que puede ser un parteaguas sobre nuevos agentes de relaciones internacionales).
Pero casi todas estas iniciativas están en proceso de precisión, conciernen a una subregión (la “Asociación Caribeño-Norteamericana sobre Crisis Climática”) o simplemente han merecido menor atención (el “Plan de Acción sobre Salud y Resiliencia en las Américas”.)
Si las cumbres hemisféricas, a su vez, forman parte de un proceso mayor, y por tanto, es de esperar que la documentación completa se publique en algún momento, el hecho de que estos acuerdos no hayan sido concluidos revela que los diversos enfoques de los participantes tienen un grado de divergencia. Por tanto, el mecanismo de concertación no estaría funcionado como debiera.
La no convocatoria de las dictaduras cubana, venezolana y nicaragüense (plenamente justificadas porque no cumplen con los requisitos para participar) y la irrazonable deserción el presidente mexicano, además de alejar la patología autoritaria en la región, explican parcialmente esta falta de consenso. Pero los participantes efectivos han agregado lo suyo para el disenso disfuncional.
En efecto, con los representantes de Argentina y Bolivia desempeñando un rol disociador y, a pesar de que Brasil mostró que las simpatías trumpianas de su presidente no le impedían expresar convergencia de intereses con el Presidente Biden, los temas comunes no emergieron con claridad. De esto se encargó el presidente de Colombia Iván Duque y en alguna medida el Sr. Castillo, mientras el presidente chileno se sumergía en una serie de vaguedades sobre el conflicto social y el cambio en su país.
Al margen de una inadecuada referencia a la Doctrina Monroe (“América para los americanos”) en alguna reunión colateral de la Cumbre, los escribas de Castillo tuvieron un acierto inicial destacando el problema de la carencia de fertilizantes que agravará la crisis global de alimentos. Al respecto, Castillo sugirió que el BID proporcionara créditos para subsidiar la agricultura afectada sin tratar el asunto de fondo (los efectos globales de la guerra ruso-ucraniana que, en realidad, debió haber sido considerada por el anfitrión). Por lo demás, la delegación peruana no pareció darse por aludida frente a la exclusión, en la declaración correspondiente, de los esfuerzos del Perú en materia migratoria que incumben a más de un millón de venezolanos.
De otro lado, el presidente Biden, como principal socio de Ucrania, debió haber esbozado un diagnóstico de ese conflicto de gran impacto global y planteado un rumbo para combatir sus principales consecuencias en el área: la inflación, una potencial estanflación y la crisis alimentaria. El presidente norteamericano quizás aludió a esta materia en los encuentros bilaterales o en el ajuste de los detales de sus propuesta de “Asociación” económica. Pero ciertamente eludió el tema en su discurso de bienvenida y en los resúmenes de las cinco grandes propuestas alentadas por la Casa Blanca y el Departamento de Estado.
Tal omisión es particularmente lamentable por dos razones esenciales. Primero, porque la primera potencia dio la impresión de no haber tomado nota del impacto en América Latina del conflicto en Europa del Este. Como es evidente, ese impacto supera el ámbito geopolítico de su área de origen y de Eurasia, de la alianza atlántica y de la cuenca del Pacífico (los escenarios que privilegia el vecino norteamericano). Los efectos de la guerra en cuestión ya han inflamado las economías emergentes y las de los países en desarrollo según la Secretaría General de la ONU, la UNCTAD, el FMI y el Banco Mundial. Pero el Presidente Biden no hizo mayor mención a esta cuestión fundamental.
Y en segundo lugar porque conocer públicamente la opinión norteamericana y sus requerimientos al respecto hubiera permitido a los Estados latinoamericanos perfilar mejor su rol en ese escenario aunque éstos no fueran plenamente favorables para la gran potencia occidental (al fin y al cabo, los que en el Hemisferio rinden lealtad al agresor en el conflicto ruso-ucraniano ya han trasmitido su posición por TV desde Moscú). Y habría contribuido a perfilar mejor la eventual solución de los problemas emergentes en el área.
En lugar de ello, las autoridades norteamericanas se esmeraron en destacar la primera importancia que Estados Unidos otorga a la región (a la que atribuyó una participación de 31.9% en PBI global sin mencionar que esa potencia representa más de la mitad de esa participación que, además, parece algo exagerada). En consecuencia, sobreponderaron la prioridad que conceden al área.
No sabemos si esa evaluación se intentó como un recurso diplomático tan propenso al elogio aunque éste fuera disfuncional por su carencia de fundamentos. Lo que sí sabemos es que esa prioridad reverdeció parcialmente durante la Guerra Fría y caducó al finalizar ésta. Quizás el Presidente Biden se refería a la importancia que otorga al área como zona de influencia (concepto que él ha decidido desconocer) y de seguridad (ahora potenciada por la migración creciente, las realidades lamentables que Cuba y Venezuela plantean y la mayor presencia china).
Esta innecesaria distorsión de prioridades debe haber sido bienvenida por los detractores del proceso de cumbres hemisféricas (como en el caso de Argentina que sobrevalora la “Patria Grande” autárquica y que prefiere la CELAC sin entender que ésta es apenas un foro y no una realidad geopolítica). Pero no por los Estados que aún desean una mejor relación con Estados Unidos en el proceso de mejorar su status e inserción global en un escenario externo de gran inestabilidad.