La carrera global para crear una vacuna contra el COVID-19 se reduce ciertas preguntas cruciales: ¿hasta qué punto las inyecciones deben estimular el sistema inmune del organismo? Y ¿podría ser dañino un estímulo en el sentido equivocado?
Mientras las empresas reclutan a cientos de miles de personas para ampliar los estudios de vacunación en los próximos meses, en la trastienda los científicos siguen ensayando con hurones, monos y otros animales en busca de pistas para responder a esas preguntas. En una era anterior a la pandemia, hubieran terminado esa fase antes de pasar a los seres humanos.
“Lo que estamos haciendo en el fondo es un gran experimento”, dijo Ralph Baric, experto en coronavirus en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, cuyo laboratorio está ensayando posibles vacunas con animales.
La aceleración actual es necesaria para tratar de contener un virus que ha provocado una pandemia, con más de 360,000 muertos en el mundo y economías colapsadas, pero “no cabe duda que la estrategia actual es más arriesgada que cualquiera que se haya aplicado antes”, según Baric.
Los ensayos con animales permiten determinar cómo reacciona el organismo a las vacunas en formas que no se podría con personas, dijo Kate Broderick, jefa de investigaciones de Inovio Pharmaceuticals.
Con los animales, “podemos hacer autopsias y observar específicamente el tejido pulmonar y hacer observaciones profundas de la reacción de sus pulmones”, dijo Broderick.
La investigadora aguarda los resultados realizados en ratones, hurones y monos a los que se ha contagiado el coronavirus después de recibir la vacuna de Inovio. Puesto que ninguna especie reacciona de manera idéntica al ser humano, el uso de un trío de animales amplía el espectro de seguridad.
Hay buenas noticias en el ámbito de la seguridad, a medida que se filtran los primeros datos de las diversas investigaciones con animales. Hasta ahora no hay indicios de un efecto colateral preocupante llamado “facilitación de la infección por anticuerpos”, lo cual es un dato positivo, según el doctor Anthony Fauci, de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos.
La “facilitación” es precisamente lo que dice su nombre: en raras ocasiones una vacuna, al estimular el sistema inmune, produce anticuerpos no sólo incapaces de bloquear totalmente la infección, sino que agravan cualquier enfermedad resultante.
Eso sucedió por primera vez en la década de 1960 con el fracaso de una vacuna para el virus sincitial respiratorio humano (VSR), una infección peligrosa que ataca a los niños. Últimamente ha obstaculizado los intentos de obtener vacunas contra el dengue, una fiebre transmitida por mosquitos.
Y algunos ensayos de vacunas contra el SARS, un primo del COVID-19, aparentemente provocaron “facilitación” en los ensayos con animales.
En el caso de la pandemia, tres estudios recientes con monos ensayaron distintos tipos de vacunas contra el COVID-19 en la Universidad de Oxford y el Sinovac chino. Fueron estudios pequeños, pero ninguno de los monos dio muestras de facilitación de la infección por anticuerpos cuando los científicos inocularon el coronavirus directamente en las narices o tráqueas de los animales.
Algunas de las pruebas mejores hasta el momento de que cierta vacuna pudiera ser eficaz proviene de esos estudios con monos. Oxford y Sinovac crearon vacunas muy distintas contra el COVID-19 y en estudios por separado, cada equipo informó recientemente que los monos vacunados estaban protegidos contra la neumonía, mientras que los vacunados con un placebo se enfermaron.
Pero la protección contra una enfermedad grave es apenas un primer paso. ¿Puede una vacuna detener la propagación del virus? El estudio de Oxford es dudoso en ese punto.
Esos investigadores hallaron la misma cantidad de virus en las narices de los monos vacunados que en las de los monos no vacunados. Aunque los monos fueron expuestos a altos niveles de coronavirus, el experimento generó preguntas preocupantes.
El tipo de vacuna —cómo ataca la “espícula” proteica que recubre el coronavirus— puede hacer la diferencia. Los investigadores del centro médico Beth Israel Deaconess en Boston designaron seis prototipos de vacuna. Algunos protegieron parcialmente a los monos, pero uno protegió totalmente a ocho monos de cualquier signo del virus, dijo el doctor Dan Barouch, que colabora con Johnson & Johnson en otra vacuna.
En los monos, el coronavirus se aloja en los pulmones, pero rara vez los enferma muy gravemente. Los hurones —el animal preferido para los estudios de vacunas contra la gripe— podrían indicar si las posibles vacunas contra el COVID-19 pueden detener la propagación.
“Los hurones pueden tener fiebre. También tosen y estornudan”, contagiándose entre ellos en forma muy parecida a las personas, dijo la investigadora Alyson Kelvin, de la Universidad Dalhousie de Canadá.
Y si bien el COVID-19 es una enfermedad de grave riesgo para los ancianos, las vacunas no suelen estimular el sistema inmune de los mayores con tanta eficacia como el de los jóvenes. Por eso Kelvin estudia hurones de mayor edad.
Algunos fabricantes de vacunas han obtenido reacciones inmunes prometedoras en las primeras personas que han recibido las vacunas experimentales, entre ellas la producción de anticuerpos “neutralizantes”, que se acoplan al virus y le impiden infectar células, pero hay un problema. Dice Broderick: “Lo digo honestamente: Todavía no tenemos la menor claridad sobre cuáles son esos correlatos de la protección”; es decir, qué mezcla se necesita de reacciones inmunes y en qué cantidad.
La sangre de los sobrevivientes de COVID-19 proporciona algunas pistas, aunque “hay variaciones enormes” en las reacciones inmunes entre los enfermos graves y leves, acotó Broderick.
Con todo, si los animales vacunados que producen los mismos niveles de anticuerpos neutralizantes que ciertos sobrevivientes de COVID-19 están protegidos —y la gente que recibe dosis experimentales producen la misma cantidad—, “eso es un gran aliciente de que el enfoque de tu vacuna puede ser eficaz”, dijo Kathrin Jansen, jefa de investigaciones de vacunas de Pfizer.
No obstante, en última instancia sólo habrá una verdadera prueba cuando los estudios con enormes cantidades de personas revelen que los vacunados se enferman con menor frecuencia que los no vacunados.