Tráfico ligero y una ciudad semivacía: ese es el panorama en Mar del Plata, el principal destino de verano de los argentinos. Con 211% de inflación anual y una fuerte depreciación salarial, la temporada “está perdida” para los comerciantes y es “una tristeza” para los turistas.
“Uno en las vacaciones tendría que estar tranquilo, pasarla bien. No te digo que me quiero gastar todo, pero no tendría que estar haciendo cuentas”, opina Julián Groppo, un arquitecto de 26 años que hace diez que veranea en esta ciudad costera sobre el Atlántico 400 km al sur de Buenos Aires.
Este año el peso argentino ha perdido tanto valor que Groppo tuvo que reducir de 15 días a cinco su vacación anual y ahora pasa la mitad del tiempo yendo de un comercio a otro para buscar alimentos a mejores precios.
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“La verdad que me pone triste”, lamenta el arquitecto sobre sus truncadas vacaciones en la apodada “Ciudad Feliz”.
Desde hace casi 80 años, Mar del Plata recibe normalmente seis veces más turistas que sus 650.000 habitantes entre Navidad y febrero. Pero este verano había apenas 60% de ocupación la primera quincena de enero, según la Asociación Empresaria Hotelera Gastronómica (AEHG) de la ciudad balnearia.
En la terminal de autobuses, de 42 andenes, hay solo tres ocupados por transporte de larga distancia. Afuera, la fila de taxis que esperan pasajeros da vuelta a la calle y algunos choferes charlan sobre la poca afluencia de turistas.
Uno de ellos, Daniel Molina, recuerda que “el año pasado, hacía mínimo 30 viajes por día”.
“Hoy con suerte llego a 15″, dice, señalando la vía despejada. “Es una temporada perdida. Mirá lo que es esto ahora: ¡Está muerto!”.
“Es otro país”
Los argentinos padecieron una inflación del 12% en noviembre y del 25% en diciembre, para un total de 211% interanual, la mayor desde junio de 1991.
El golpe de gracia fue una devaluación del peso de más del 50% a mediados de diciembre, en los primeros días del gobierno del presidente Javier Milei, que precipitó la inflación y contrajo los salarios 20%, según un informe de la Central de Trabajadores de Argentina.
Y esta disparada de precios coincide con la temporada de vacaciones en el cono sur.
Ahora, en un país donde el salario mínimo es de 156.000 pesos (unos US$ 179, al cambio oficial), solo el pasaje de autobús de ida y vuelta desde Buenos Aires cuesta 80,000 pesos (US$ 92), una noche para dos en un hotel de categoría media ronda los 50,000 pesos (US$ 57) y una cena en un restaurante cuesta 13,000 pesos (US$ 14) por persona.
Por eso, comerciantes como José María Mendiola tiene ocupadas apenas la mitad de las carpas que alquila en el balneario del que es encargado.
“Lo que está ocurriendo no es ni más ni menos que la crisis que está viviendo Argentina: hasta hace dos meses era un país y hoy es otro”, comenta.
Para la agente inmobiliaria Valeria Pratto, el panorama es aún peor: “En relación con el año pasado, yo no alquilé ni la cuarta parte”.
Una de cal, y mucha arena
Pero una de cal, y mucha arena: los turistas aprovechan el inédito lugar disponible en la playa y arman pequeños campos de fútbol o de pelota paleta, algo imposible de lograr en otras temporadas atiborradas de turistas tostándose al sol.
Luciano Rodrigo, un especialista en caballos de carrera, dice: “Cuando hay mucha gente pasás por acá y se te mezclan las músicas de todos los parlantes”. Ahora, en cambio, se escucha el fuerte viento que enlentece el caminar, característicos de las costas argentinas.
En el aire marplatense se fusionan el olor del salitre y el de las mazorcas de maíz hervidas, un bocado clásico de las playas argentinas.
Del otro lado de la soga que divide los balnearios privados de la playa pública, los vendedores ambulantes recorren la costa de punta a punta ofreciendo pelotas, vestidos, anteojos o juguetes.
Guido Salvatierra, de 35 años, vende choclos (mazorcas) hervidos y servidos con manteca, aceite o mayonesa por 3,000 pesos (US$ 3,4).
“El año pasado una familia compraba choclos para cada uno”, cuenta. “Hoy lo comparten”.
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