El auge tecnológico de China, provocado por un estado autoritario que guía activamente una base industrial orientada al mercado con acceso a líneas de suministro globales, es diferente a todo lo que se ha visto en el contexto histórico. Eso no necesariamente lo hace imparable o un éxito mundial. Pero la posibilidad de que proporcione una ventaja definitiva en tecnologías vitales para el éxito en el siglo XXI pone ansioso a Occidente.
Estados Unidos, en particular, está inquieto por la perspectiva de las capacidades tecnológicas chinas que podrían erosionar su dominio geopolítico. Detrás de sus preocupaciones legítimas de que China ha robado propiedad intelectual y que algunas de sus compañías hacen trampa, los políticos estadounidenses temen que el enfoque de China sobre desarrollo tecnológico pueda producir resultados que el modelo de Estados Unidos, principalmente dirigido por el mercado, no puede.
Es cierto que China ha demostrado que un estado decidido puede hacer mucho para acelerar la apropiación, difusión, desarrollo e implementación a gran escala de nueva tecnología y tecnología de otros lugares. También es cierto que los procesos por los cuales lo hace, pueden ser dañinos: el estado puede asignar mal los recursos, seguir modas tontas, negarse a aceptar que está siguiendo ideas erróneas. El mecenazgo se presta a la corrupción. China muestra todas estas fallas y más.
Al mismo tiempo, el alineamiento entre el estado y las compañías que desarrollan y crean tecnologías es importante no solo porque se asigna bien o mal los fondos. El estado puede recurrir a la tecnología para responder preguntas que el mercado, por sí solo, no respondería. En China, el alineamiento entre la política gubernamental y el desarrollo tecnológico corporativo puede verse en el cambio hacia los vehículos eléctricos, en gran medida para reducir la contaminación del aire. La invención dirigida por el gobierno también tiene fuertes antecedentes en Estados Unidos. La red que se convirtió en internet se desarrolló para probar nuevos enfoques de comunicación militar. Pero ha pasado de moda.
Algunos sugieren que el mundo podría dividirse en campamentos tecnológicos, con el sistema actual en el que la mayor parte de la tecnología se extiende globalmente desbaratada (“desacoplada”) en sistemas competitivos, uno controlado por Estados Unidos y otro por China. Esto sería muy difícil de lograr.
Las investigaciones publicadas, las patentes, personas, contratos, cadenas de suministro y estándares técnicos vinculan la tecnología china con la que sustenta todas las demás economías avanzadas, y viceversa. La ubicación de la mente que fomentará el próximo invento que cambiará el mundo es imposible de predecir. China puede capturar las cadenas de suministro y gobernar sus mercados con puño de hierro. Pero no puede capturar todas las ideas del mundo.
De hecho, contribuir al más alto nivel requiere que el país cambie. Una pequeña unidad de investigadores con cierta independencia a menudo será más efectivo que un ejército de ‘cerebritos’ necesario para optimizar la producción y así alcanzar objetivos políticos, como puede ser el caso en China. Esto no significa que la libertad de pensamiento político sea necesaria para altos niveles de logros tecnológicos. Más bien sugiere que cuando uno usa su tiempo para alcanzar objetivos obligatorios, deja de lado la verdadera invención por rellenar formularios políticos.
Una razón para no temer el desacoplamiento inminente es que, incluso en su momento más exitoso, el modelo de desarrollo tecnológico de China no será suficiente. Cuando una tecnología es compleja y costosa, el progreso es lento, como se muestra en la fabricación de semiconductores. Incluso suponiendo que uno sepa cómo construir y administrar una fábrica de chips de vanguardia, se necesitan decenas de miles de millones de dólares para hacerlo. También requiere una estrecha cooperación con una variedad de proveedores de alta tecnología que ya están estrechamente vinculados con los líderes del mercado existentes.
Dado que China no capturará una gran cuota del mercado de fabricación de semiconductores en el corto plazo, y debido a que los semiconductores son vitales para el futuro crecimiento económico, el locus de producción de chips existente en el mundo aumenta su importancia estratégica. Que el lugar sea Taiwán, sobre el cual China reclama soberanía, y donde Estados Unidos tiene suficiente influencia para exigir restricciones a las exportaciones, complica aún más la situación.
Tanto las empresas estadounidenses como chinas confían en Taiwán para el suministro de chips, lo que aumenta su potencial como causa de conflicto. Si la tensión entre Estados Unidos y China sigue aumentando, la nación isleña bien podría verse presionada por ambas partes para reducir sus suministros a la otra. Cualquier intromisión corre el riesgo de alterar el delicado equilibrio existente y conducir hacia una dirección peligrosa.
Eso habría sido impensable hace una década. En ese momento, el progreso tecnológico de China no tenía oposición por parte de otros países poderosos, que se beneficiaron de ello. Pero la era del beneficio mutuo percibido ha terminado. Es difícil para los países poderosos del mundo, particularmente Estados Unidos, tolerar una China con una perspectiva global, acceso a tecnología avanzada y un verdadero peso geopolítico.
Según reportes de prensa, Estados Unidos ya comenzó a presionar a los taiwaneses para restringir las exportaciones de chips a Huawei, el gigante tecnológico chino, aunque el gobierno taiwanés lo niega.
Estados Unidos debe tener cuidado con tales intervenciones. Un torpe intento de aplastar a Huawei ha demostrado que la administración Trump tiene poca comprensión de la dinámica del ecosistema tecnológico en el que está interviniendo. Su comprensión de otros aspectos del desarrollo tecnológico chino es probablemente aún más peligrosa. La amenaza que representa un Partido Comunista Chino tecnológicamente hábil es real. Al responder a esto, Estados Unidos debe asegurarse de no convertirse en su propio peor enemigo.