Con su invasión a Ucrania, Vladimir Putin destruirá vidas mucho más allá del campo de batalla –a una escala qué el mismo podría lamentarse–. La guerra está golpeando un sistema global de alimentación que ya venía debilitado por el covid-19. Las exportaciones ucranianas de granos y oleaginosas están en gran medida detenidas y las de Rusia están amenazadas. Juntas, representan el 12% de calorías abastecidas por el comercio internacional.
El 18 de mayo, el secretario general de la ONU, António Guterres, alertó que “nos enfrentamos al espectro de la escasez mundial de alimentos”, que podría durar años. El alto costo de los alimentos básicos ya ha elevado el número de personas que no pueden comer lo suficiente en 440 millones (hasta 1,600 millones). Cerca de 250 millones están al borde la hambruna. Si la guerra se prolonga y se reducen los suministros de Rusia y Ucrania, cientos de millones más podrían caer en pobreza y aumentará la agitación política.
Putin no debe usar los alimentos como arma, y los líderes mundiales tienen que entender que este problema global requiere de una urgente solución global. Rusia y Ucrania proveen el 28% del trigo comerciado en el mundo, 29% de la cebada, 15% del maíz y 75% del aceite de girasol. La guerra está entorpeciendo los envíos porque Ucrania ha colocado minas en sus aguas, y Rusia bloquea el puerto ucraniano de Odesa.
Incluso antes de la invasión, China, la mayor productora de trigo, informó que las lluvias retrasaron la siembra y que la cosecha sería peor que nunca. Además de las temperaturas extremas en India, la segunda mayor productora, la falta de lluvias es una amenaza en Estados Unidos y Francia. Bienvenidos a la era del cambio climático.
Todo esto tendrá un penoso efecto sobre los pobres. Los hogares en economías emergentes gastan 25% de sus presupuestos en comida. Los gobiernos de muchos países importadores no cuentan con fondos para subsidios, sobre todo si también importan energía –otro mercado en turbulencia–. La crisis amenaza con agravarse.
Rusia aún se las arregla para vender su grano, a pesar de mayores costos y riesgos de transporte. Sin embargo, los silos ucranianos no dañados por los combates, están repletos de maíz y cebada. Los agricultores no tienen dónde almacenar su próxima cosecha, que comenzará a fines de junio. Y no cuentan con combustible ni trabajadores para la próxima siembra. Por su parte, Rusia podría carecer de semillas y pesticidas que usualmente le compra a la Unión Europea.
A pesar de que las cotizaciones están por las nubes, los agricultores de otros lugares no podrán cubrir el déficit. Un motivo es que los precios son volátiles y, peor que eso, los márgenes se están reduciendo debido al encarecimiento de fertilizantes y energía. Estos son los principales costos de los agricultores y ambos mercados están perturbados por las sanciones contra Rusia y las disputas por gas natural.
La respuesta de políticos alarmados podría empeorar la situación. Desde que empezó la guerra, 23 países han declarado severas restricciones a sus exportaciones de alimentos que cubren el 10% de las calorías comerciadas en el mundo. Más del 20% de las exportaciones de fertilizantes está restringido. Si el comercio internacional se detiene, surgirá la hambruna.
Las disrupciones son ante todo el resultado de la invasión y algunas sanciones las han exacerbado. El argumento podría convertirse en excusa para la inacción. Pero los Estados necesitan actuar juntos, comenzando por mantener abiertos los mercados. Europa debe ayudar a Ucrania a transportar por tierra su grano a puertos en Rumania o el Báltico, aunque se proyecta que solo el 20% de la cosecha podría embarcarse de esa manera.
Los países importadores también necesitan apoyo. Los envíos de emergencia de grano solo debieran dirigirse a los muy pobres. Para el resto, podría implementarse financiamiento en términos favorables, quizás vía el FMI. El alivio de la deuda también ayudaría a liberar recursos vitales. También hay margen para la sustitución.
Alrededor del 10% de granos se usa para hacer biocombustible y 18% del aceite vegetal va para biodiésel. Finlandia y Croacia han flexibilizado requerimientos de insumos vegetales en su gasolina; otros deben seguir ese ejemplo. Una enorme cantidad de grano se usa para alimentar animales. El 2021, China importó 28 millones de TM de maíz –más que los embarques ucranianos anuales– para sus cerdos.
Un alivio inmediato llegaría si se rompe el bloqueo del mar Negro. Unos 25 millones de TM de maíz y trigo, equivalentes al consumo anual de las economías menos desarrolladas, están atrapados en Ucrania. Rusia tiene que permitir el transporte ucraniano, Ucrania tiene que desminar sus aguas, y Turquía tiene que consentir escoltas navales en el Bósforo.
Pero no será fácil. Rusia trata de estrangular la economía de Ucrania, que por su parte está renuente a desminar. Persuadirlas será tarea de países que no han tomado partido, como India y China. Es que alimentar un mundo frágil es asunto de todos.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022