Los habitantes de Moshchun, una aldea ucraniana al norte de Kiev, ya pueden regresar a sus casas. Pero la muerte sigue merodeando en el lugar, donde, antes de retirarse, las tropas rusas dejaron un reguero de minas antipersonas y otros explosivos.
Para que se les permita regresar a sus hogares, incendiados y bombardeados después de la invasión de las fuerzas rusas, los habitantes deben aceptar por escrito el riesgo de morir o resultar heridos, firmando una exención del ejército ucraniano, que vigila la entrada de la aldea.
“Aseguran haber ‘limpiado’ parcialmente, pero encontramos un artefacto explosivo en nuestro jardín. Parecía desactivado pero no lo sabemos con certeza”, explica Olena Klymenko, cuya casa fue destruida. “Aun así tenemos que buscar nuestras cosas”, añade.
Entre los millones de ucranianos que huyeron de su país tras el inicio de la invasión el 24 de febrero, algunos regresaron, especialmente los habitantes de la región al norte de Kiev, de donde se retiraron las tropas rusas tras una resistencia encarnizada de los ucranianos.
A su regreso encontraron un paisaje de desolación, como en Moshchun, una pequeña aldea rodeada de pinos donde vivían menos de mil personas antes de la guerra.
Casi todas las casas fueron saqueadas, las ventanas están rotas y las paredes salpicadas de metralla. Algunas, una minoría, fueron completamente incendiadas. Cilindros de lavadoras y alambres enredados son los únicos rastros del mobiliario.
“Destruyeron todo lo que construimos durante años”, comenta Vadym Jerdetsky, panadero de 51 años, cuya tienda sigue en pie pero fue forzada por los soldados rusos.
Según él, los merodeadores no pudieron recuperar mucho, ya que la mayoría de las reservas de alimentos habían sido enviadas a los civiles y a las tropas ucranianas.
Antes de volver a poner todo en orden, Jerdetsky debe verificar atentamente la eventual presencia de municiones sin estallar, ya que los equipos oficiales de desminado no pudieron examinar todos los edificios de la aldea.
“Uso una cuerda con un gancho, que lanzo y arrastro por el suelo. Si nada explota, puedo avanzar cinco metros. Lo mismo con la puerta, utilizo el gancho para abrirla”, detalla.
Encogiendo los hombros, relativiza el riesgo, especialmente después del diluvio de artillería que cayó en la zona durante la invasión. “Es la vida”, suspira, precisando que aún “no encontró nada”.
Trampas y explosivos sin detonar
Pero, el riesgo de encontrar artefactos explosivos o trampas es real. Olena Klymenko descubrió un cohete sin detonar en su jardín, y un largo alambre tendido entre su casa y la de su vecino. Dijo que era una trampa.
Las fuerzas ucranianas que custodian la aldea aseguran que el riesgo de encontrar trampas dejadas por las tropas rusas es particularmente alto.
“Cavan un agujero debajo de una joya colocada en el suelo y colocan un explosivo. Lo mismo con un juguete para niños y los cuerpos de sus propios soldados”, cuenta un soldado de 39 años, que responde al nombre de guerra de “Chavlik”.
La AFP no pudo verificar si los habitantes habían sido víctimas de trampas.
En su huida, algunos de los aldeanos solo salvaron sus documentos y la ropa que llevaban puesta. El resto fue quemado por explosiones e incendios. Si bien se sienten felices de haber sobrevivido, llevan consigo el trauma de haber presenciado el asalto a su pueblo.
Para escapar de los bombardeos, Nadia Odientsova, de 62 años, pasó días escondiéndose en los sótanos de tres casas diferentes. Las dos primeras quedaron reducidas a cenizas.
“Después de llegar a Kiev, nos instalaron en un hospital. Cuando sonaban las sirenas de alerta de ataque aéreo la gente tenía miedo, pero nosotros no”, cuenta.
“Después de todos esos misiles disparados sobre nuestras cabezas, todos esos bombardeos e incendios, ya no teníamos miedo de las sirenas”, resume.