Las aldeas de Hellesylt y Geiranger son las más expuestas, podrían quedar sumergidos por olas de 70 a 80 metros.(Foto: AFP)
Las aldeas de Hellesylt y Geiranger son las más expuestas, podrían quedar sumergidos por olas de 70 a 80 metros.(Foto: AFP)

Un día, es seguro, una parte de la montaña terminará por derrumbarse sobre el agua, provocando olas gigantescas, pero eso no inquieta a los pobladores alrededor del fiordo occidental de , que permanecen tranquilos frente a este tsunami previsto. Desde hace décadas, la montaña de Åkerneset, un mastodonte mineral cubierto de musgo y arbustos, se ha partido. Su flanco oriental se desgaja gradualmente, hasta 10 centímetros por año, y se desliza irreversiblemente hacia el Sunnylvsfjord a sus pies.

“Toda esta ladera de la montaña es inestable y se mueve, lo que podría provocar un gran corrimiento de tierras”, explica el geólogo Lars Harald Blikra al borde de la fisura que vigila desde hace unos 20 años para la Dirección de Recursos Hídricos y Energía (NVE). Este colapso “rodará hasta el fiordo y provocará la formación de grandes tsunamis”, afirmó Blikra, con la cabeza cubierta por un casco naranja. “Puede ocurrir en dos o tres años o en 50 años, no se sabe”.

Según un informe de evaluación de riesgos publicado en 2016 por la Seguridad Civil noruega, son 54 millones de m3 de roca que podrían derrumbarse, en bloque o por secciones, y generar olas de decenas de metros de altura que podrían alcanzar en minutos una decena de poblados alrededor del sistema de fiordos.

Este escenario inspiró la película catastrófica “Bølgen” (“La ola”), pero no es ficción. En 1934, a pocos kilómetros de allí, un deslizamiento de tierra desató un con olas de hasta 64 metros que cobró la vida de 40 personas. “No estamos aquí para divertirnos”, insiste Blikra. “Existe la fuerte posibilidad de que ocurra un gran evento y sea una seria amenaza para la sociedad”, dice.

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¿Olas de 80 metros?

Situados en el fondo del fiordo, las aldeas de Hellesylt y Geiranger son las más expuestas. Según las proyecciones más alarmistas, estos sitios turísticos podrían quedar sumergidos por olas de 70 a 80 metros.

Olav Arne Merok, un septuagenario que ha vivido toda su vida en Geiranger, estaría en primera fila. “Aquí estamos a unos 30-40 metros (de altitud). Es seguro que si la ola alcanza 90 metros, estaremos bajo el agua”, admitió riendo desde la terraza de su casa.

“Pero no se puede vivir con esta idea constantemente en la cabeza, no se podría vivir”. En el muelle donde atracan los cruceros en verano, Geir Gjørva, un agente marítimo de 69 años, también se mantiene sereno.

¿La ola? “Nadie sabe cuál será su tamaño, si será así, así o asá”, expresó levantando la mano a modo de vara de medir. “Podría venir despacio o rápido. Nadie lo sabe”. “No es un asunto de la vida cotidiana”, agregó. “Todo el mundo sabe que el sistema de alerta y las medidas (de emergencia) son muy eficaces”.

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Escenario de pesadilla

Dado el peligro que representa, Åkerneset es sin duda una de las montañas más vigiladas del mundo. Toda una batería de instrumentos, como GPS y sensores topográficos en su superficie y sondas en sus entrañas, miden sus más mínimos movimientos para sonar la alarma si es necesario.

Según los geólogos, el macizo rocoso no se derrumbará repentinamente en el fiordo. El hundimiento principal deberá ser precedido por señales que darán tiempo para evacuar a las poblaciones. “Tener que evacuar a miles de personas de una zona pequeña debido a un riesgo de deslizamiento de tierra es un escenario de pesadilla para un alcalde”, admitió Einar Arve Nordang, reelecto alcalde de Stranda, el ayuntamiento que incluye a Hellesylt y Geiranger. Pero asegura que “estamos listos”.

Todos los planes están listos, cada autoridad sabe lo que debe hacer y la población es informada frecuentemente de los últimos hechos. Llegado el día, “tendremos múltiples medios de comunicar”, asegura Nordang. “Podemos utilizar un servicio de SMS geolocalizado, internet, Facebook, TikTok...”.

En las alturas de Åkerneset, los expertos intentan retrasar el plazo. Una opción será drenar el agua de la montaña, que sirve de lubricante y presurizador, pero esta solución es compleja y costosa, sobre todo porque las operaciones requieren del uso de un helicóptero, dada la geografía local.

“Creemos que esto retrasará (el asentamiento del talud) de manera significativa”, afirma Sverre Magnus Havig, un dirigente de NVE.

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