“No tuvimos elección”. Los ucranianos que abandonaron Mariúpol, puerto estratégico tomado por los rusos tras semanas de asedio, contaron cómo fueron obligados a ir a Rusia en lugar de a otra región de Ucrania, una política que Kiev compara con las deportaciones de era soviética.
Tras haber pasado varias semanas en un sótano en Mariúpol y perdido a su padre en un ataque con misiles, Tetiana, una contable de 38 años, decidió abandonar la ciudad para “salvar a su hija de nueve años”.
Sin red de telefonía móvil y sin medios de comunicación, aprovechó una pausa en los bombardeos para ir a un punto de reunión designado por las autoridades e informarse sobre la posibilidad de salir de la ciudad.
Los funcionarios encargados de la evacuación, designados por las autoridades prorrusas, le dijeron entonces que sólo sería posible ir a Rusia.
“Estábamos en shock, no queríamos ir a Rusia”, contó Tetiana por teléfono desde Riga, Letonia, donde ella y su familia están ahora refugiados. “¿Cómo puedes ir a un país que quiere matarte?”
Las autoridades ucranianas acusan a Moscú de trasladar ilegalmente a más de un millón de ucranianos a Rusia o a la parte oriental de Ucrania controlada por los separatistas prorrusos, y utilizaron incluso el término “deportaciones”.
Un funcionario del ministerio de Defensa ruso, Mijail Mizintsev, confirmó la cifra de un millón. Pero Moscú insiste en que su único objetivo es permitir la “evacuación” de los civiles de las “zonas peligrosas”.
Algunos civiles se ven obligados a ser evacuados a Rusia porque los combates les impiden cruzar la línea del frente. Ielyzaveta, procedente de Izum --ciudad de la región de Járkov ocupada por Rusia--, llegó a Estonia a través de Rusia porque “era imposible ir a Ucrania”, explicó.
“Filtración” obligatoria
Pero para Tetiana y otras dos familias de Mariúpol --donde casi tres meses de bombardeos han dejado al menos 20,000 muertos según Kiev-- las fuerzas rusas eligieron por ellos.
Svitlana (nombre modificado) también estaba escondida en un sótano con su marido y sus suegros en Mariúpol cuando soldados rusos les ordenaron ir hacia una zona controlada por las fuerzas de Moscú.
“Cuando te lo dice un hombre armado, no puedes decir no”, dice esta ucraniana de 46 años, que desde entonces pudo regresar a Ucrania.
Su familia fue trasladada primero a Novoazovsk, una pequeña ciudad en manos de los separatistas prorrusos a unos 40 km al este de Mariúpol, donde permanecieron cuatro días en una escuela, y luego a Starobesheve, a 80 kilómetros al norte, en la zona separatista.
Acabaron en un centro cultural abarrotado “donde la gente dormía en el suelo”, dice Svitlana. “Lo peor era el olor a pies sucios, a cuerpos sucios, se quedaba en nuestras prendas pese a lavarlas varias veces”.
Tres días después, la familia fue interrogada como parte de una etapa de “filtración” obligatoria.
En un edificio de la policía separatista prorrusa, tuvieron que responder a preguntas escritas sobre si tenían familiares en el ejército ucraniano, dar sus huellas dactilares y sus celulares para que sean verificados.
En una sala separada, los hombres tuvieron que desnudarse para comprobar si tenían tatuajes patrióticos o heridas de combate.
“Mi marido tuvo que quitarse todo menos la ropa interior y los calcetines”, dice Svitlana. “También borramos todas las fotos y redes sociales de nuestros teléfonos por miedo a represalias por su postura proucraniana”, añade.
“Ilegal”
Ivan Drouz, que abandonó Mariúpol con su hermanastro en abril, también pasó por esta “filtración” en Starobesheve.
Esperaba poder regresar al territorio controlado por Kiev, pero tras cinco días de un viaje caótico por el territorio separatista prorruso, cuando “preguntamos cómo ir hacia el lado ucraniano, nos dijeron que no era posible”, dijo el joven de 23 años, que ahora encontró refugio en Riga.
Cuando llegó a la frontera rusa, tuvo que desnudarse y responder a preguntas sobre mensajes en ucraniano con su tía. “Me preguntaron por qué me escribía en ucraniano” y “querían comprobar que no era un nazi”, dice.
“Todo lo que hacían era ilegal. Pero no puedes decir no”, añade Svitlana.
Una vez en Rusia, las familias de Tetiana e Ivan fueron enviadas a Taganrog, a unos 100 kilómetros de Mariúpol. Apenas llegaron allí, los funcionarios rusos les dijeron que fueran en tren a Vladimir, a más de 1,000 kilómetros al norte.
Desde allí, Ivan y su hermano tuvieron que partir de nuevo, esta vez hacia Murom, a 130 kilómetros al sureste, para llegar finalmente a un hotel para refugiados.
“Todo el periplo es una serie de elecciones hechas en tu lugar”, dice. Aunque no fueron encerrados ni amenazados, “todo está organizado para mantener a la gente en Rusia, como si se tratara de poblar ciudades donde nadie quiere vivir”, añade.
“Querían enviarnos a lugares remotos de su país para que no podamos contar la verdad sobre el genocidio” organizado por Rusia en Mariúpol, acusa Tetiana.
Gracias a amigos rusos, las familias de Ivan, Tetiana y Svitlana pudieron viajar a Moscú. Desde allí, tomaron autobuses hacia Letonia o Estonia, donde sabían que los refugiados ucranianos eran bienvenidos. “Una vez en Letonia, nos sentimos libres”, dice Tetiana.