En los “clubs de ataúdes” de Nueva Zelanda, algunos ancianos preparan su última morada y comparten unas risas mientras toman el té y hablan despreocupadamente del más allá.
Para llegar al lugar donde descansará eternamente, Kevin Heyward decidió darle a su féretro el aspecto de un Austin Healey, un automóvil deportivo de los años 1950.
“Fue mi hija la que tuvo la idea”, explica con una sonrisa este apasionado de los autos de 79 años, sacudiendo el polvo de su overol de trabajo.
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Su ataúd está completamente equipado: volante falso, parabrisas, ruedas de caucho con llantas de acero, guardabarros de madera, capó, puertas laterales y retrovisores.
El pesado féretro, con seis asas de madera, tiene incluso faros funcionales, explica Heyward a la AFP en el taller del Club de ataúdes de Hastings, en la Isla Norte de Nueva Zelanda.
“Pesa bastante y soy un hombre corpulento”. “Ya les dije a mis seis nietos que deben empezar a entrenar, porque lo tendrán que portar algún día”, bromea.
Este es uno de los cuatro clubes que hay en Nueva Zelanda; el primero se inauguró en 2010 en Rotorua, en la Isla Norte. Algunos cuentan oficialmente con hasta 800 socios.
En el club de Hastings, Jim Thorne, un vivaz entusiasta de las motos de 75 años, empleó sus habilidades de ebanista para fabricar un ataúd con un circuito de motos pintado.
La mayoría de sus amigos “se quedan un poco atónitos y dicen ‘¿por qué haces eso?’”, cuando se enteran del inusual hobby, admite Thorne.
“Es mi aportación a mis últimos días”, responde.
“Morirse de ganas por un ataúd”
“Algunas personas tienen una mentalidad por la cual [la muerte] es casi un tabú del que les resulta muy, muy complicado hablar”, dice Thorne. “Suelen superarlo. Al fin y al cabo, es una realidad de la vida”.
Para romper el hielo con los nuevos, les pregunta: “¿Se mueren de ganas por tener un ataúd?”
El ambiente del club dista mucho de ser morboso, y las bromas abundan a la hora del té.
“Somos un poco especiales, pero somos felices. Siempre hay muchas bromas”, asegura Helen Bromley, secretaria de este club, que también ofrece un espacio para hablar sobre la muerte una vez a la semana.
“Creo que todos aquí aceptaron que van a morir, ya estén decorando su ataúd o ayudando a otros con los suyos”, considera Bromley.
Algunos miembros quieren evitar a sus familiares los costes funerarios. De media, un funeral en Nueva Zelanda cuesta 10,000 dólares neozelandeses (US$ 6,200), según la asociación nacional de directores de funerarias. Los precios de los ataúdes oscilan entre 1,200 y 4,000 dólares neozelandeses.
“Recuérdenme”
Por una membresía de 30 dólares neozelandeses, el club de Hastings proporciona a cada socio un ataúd de madera prensada, disponible en cuatro tamaños y listo para ser decorado.
Durante la pausa del té, Bromley anuncia que una miembro con cáncer está en cuidados intensivos tras una caída. Su hermano pidió al club que den prioridad a terminar su ataúd.
El club también fabrica urnas para cenizas, que venden al crematorio local, y féretros para niños, que donan.
“Las comadronas y enfermeros del hospital de Hastings nos piden que nunca, nunca dejemos de fabricar estos pequeños ataúdes”, declara Bromley.
Los miembros también tejen cobijas, peluches, almohadas y corazones para los ataúdes infantiles.
Christina Ellison, miembro de 75 años, explica que perdió a una niña y que le reconfortaba saber que el club ayuda a otras familias afligidas por la pérdida de un hijo.
Ellison se mudará próximamente, pero planea llevarse su ataúd de color gris azulado, bautizado como “Remember Me” (Recuérdenme).
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