El presidente del Banco de Inglaterra, Mark Carney, no estaba de humor para la risa mientras se paraba con su esmoquin ante el pleno de la industria de seguros británica.
“Les voy a dar un discurso sin bromas, me temo”, comenzó Carney sus observaciones en la noche del 29 de setiembre de 2015 en Lloyd’s de Londres. “Así que carguen sus copas y prepárense porque voy a hablar sobre un tema serio”.
No era el Brexit, para cuya votación aún faltaban nueve meses. En cambio, Carney puso a los inversionistas y aseguradores en aviso de que corrían el riesgo de subestimar la “enorme” amenaza que representaba el cambio climático para la estabilidad financiera mundial. Describió una “tragedia en el horizonte” en la que tales peligros no están dentro del campo de visión normal de las empresas, los políticos y los tecnócratas.
Fue un golpe de advertencia que demoró en hacerse eco en los corredores de la formulación de políticas. Pero lo que hizo Carney fue iniciar las conversaciones en los más altos niveles de servicios financieros sobre el calentamiento global, ya que casi todos los principales bancos centrales comenzaron a dialogar con las instituciones con las que trabajan.
“El discurso de Carney en Lloyd fue un hito”, asegura Nick Stern, exasesor del gobierno del Reino Unido y ahora presidente del Instituto de Investigación Grantham sobre Cambio Climático y Medio Ambiente. “Cada causa necesita líderes. Ahora se ha convertido en mucho más en el núcleo de las discusiones. Se ha convertido más en una historia de estabilidad”.
Cuatro años después, un movimiento político global contra el calentamiento global está cobrando impulso. Carney llevará el mensaje a un público más amplio, incluso en la cumbre climática de Naciones Unidas esta semana. La mayoría de los principales bancos centrales, con la excepción de la Reserva Federal de EE.UU., están uniendo fuerzas para promover el crecimiento sostenible, después de darse cuenta de que el cambio climático amenaza la producción económica e incluso podría sembrar las semillas de una crisis financiera.
Un peligro evidente en Europa es la interrupción de rutas de suministros causada por las altas temperaturas, ahora que la sequía del río Rin ha creado cuellos de botella en el transporte. También existe el riesgo de conmociones económicas causadas por los efectos del clima extremo, ya sea en el daño directo que causan o en sus impactos sobre la producción.
El cambio climático también plantea la amenaza de una mayor migración provocada por el aumento del nivel del mar, las sequías y la degradación de las tierras, un fenómeno que, advierte JPMorgan Chase & Co, podría llevar a una "fuga de cerebros" y perjudicar a las economías en desarrollo.
Las hipotecas para viviendas construidas en terrenos propensos a inundaciones, o los bonos para empresas que dependen de negocios intensivos en combustibles fósiles, podrían ser una amenaza si su riesgo no se cuantifica y mitiga. Y los seguros, un nodo crucial del sistema financiero, podrían encontrar su viabilidad socavada por el cambio climático.
Al contemplar tales peligros, Carney advirtió sobre un que una alarma relacionada con el clima podría hacer colapsar los precios de los activos. El presidente del Banco de Francia, Francois Villeroy de Galhau, dijo este mes que el calentamiento global podría afectar el crecimiento y provocar presiones alcistas sobre los precios, lo que generaría un "choque de estanflación".
Por estas razones, el BOE quiere poner a prueba la resistencia de las instituciones financieras a los riesgos relacionados con el clima en 2021. Está trabajando para integrar los escenarios de calentamiento global con los modelos de sistemas macroeconómicos y financieros.
"Absolutamente reconocemos que esto es algo pionero, y difícil", asegura Sarah Breeden, la funcionaria del BOE a cargo del proyecto, hablando en una entrevista durante un día de calor veraniego récord en Londres.
Breeden está en contacto con las instituciones de escenarios de prueba, que incluyen una continuación de la trayectoria de la corriente mundial de emisiones de carbono, donde el riesgo físico es alto a medida que el planeta se calienta. Luego está la transición de las economías a modelos neutrales en emisiones de carbono. La advertencia de los banqueros centrales es hacerlo de una manera temprana y ordenada, en lugar de tardía y perturbadora, con más daño económico.
Los funcionarios en otros lugares también están tratando de forjar políticas para poner a prueba la resistencia de los bancos al cambio climático e incentivarlos a otorgar préstamos verdes. Para alcanzar esos objetivos, ocho bancos centrales y supervisores fundaron la Red para la ecologización del sistema financiero en 2017. Sus miembros ascienden a un total de 42 instituciones en los cinco continentes.
"Si miramos lo que ha estado sucediendo en la banca central desde la crisis financiera mundial, cualquiera que hubiera estado dormido por una década ahora se frotaría los ojos", asegura Ulrich Volz, un académico de la Universidad de Londres que asesora a los bancos centrales sobre finanzas sostenibles.
Breeden, del BOE, preside uno de los tres programas conjuntos dentro de la red de 42 instituciones comprometidas, el cual evalúa las amenazas a la economía y al sistema financiero de los riesgos asociados con el cambio climático. Quieren compilar un manual de análisis de escenarios al que los distintos países puedan referirse.
Algunos observadores dicen que el banco central chino es un pionero, ya que ofrece incentivos a los bancos para otorgar préstamos verdes y exige pruebas de estrés obligatorias relacionadas con el clima. El país tiene cerca de 10,000 millones de yuanes (US$ 1,400 millones) en préstamos verdes pendientes, o aproximadamente el 10% del total en poder de los bancos en junio del 2019. China también es el mayor vendedor de bonos verdes del mundo.
El "impulso político desde lo más alto" ayudó a movilizar políticas y recursos, aunque desde una base baja, dijo el asesor del BPC Ma Jun en una entrevista.
Los países siguen divididos en cuanto a la mejor manera de actuar, y la Fed brilla por su ausencia en la Red para la ecologización del sistema financiero. Si bien sus subsidiarias regionales publican investigaciones sobre el tema, en marzo, la de San Francisco reconoció que los riesgos del cambio climático son relevantes para el mandato de estabilidad del banco central. El presidente de la Fed, Jerome Powell, sostiene que es un "problema a más largo plazo", fuera de su alcance.
Por el contrario, Christine Lagarde, quien se convertirá en presidente del BCE en noviembre, está muy alineada con Carney. Escribió al Parlamento Europeo en agosto que la discusión sobre el papel de los bancos centrales en la mitigación del calentamiento global debería ser una prioridad.
Al igual que con la política verde en general, el asunto puede generar controversia. Entre las críticas a la participación de los bancos centrales están las afirmaciones de que es un tema demasiado cargado y que va más allá de sus mandatos. El funcionario del BCE Yves Mersch dijo el año pasado que tales instituciones arriesgan su independencia cuando se aventuran "muy lejos en una agenda política con consecuencias distributivas".
Otros argumentan que deberían estar haciendo más. El profesor de Columbia Adam Tooze dice que los bancos centrales llegan tarde al tema y necesitan "pasar a un modo más proactivo". Activistas y algunos académicos piden la eliminación de los bonos de empresas intensivas en carbono de los programas de flexibilización cuantitativa.
“La percepción no es que estamos en una emergencia climática”, afirma Danae Kyriakopoulou, economista jefe del Foro de Instituciones Monetarias y Financieras Oficiales, un grupo de expertos con sede en Londres. “Las cosas van en la dirección correcta, los bancos centrales están reconociendo esto, pero al mismo tiempo, la tragedia en el horizonte todavía está allí”.