Un experimento liderado por Mylene Mariette, investigadora de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC), ha revelado que las aves expuestas al ruido del tráfico durante su periodo de incubación y recién salidas del nido sufren secuelas negativas el resto de su vida, lo que apuntaría a procesos similares en otras especies, incluidos los humanos.
El estudio, recogido este jueves en la revista Science, advierte de la necesidad de luchar contra la contaminación acústica, no solo del tráfico, sino también de la maquinaria ruidosa usada en parques y jardines, donde suelen refugiarse los pájaros en las ciudades.
Aunque los efectos adversos de la exposición de los animales al ruido del tráfico estaba ya bien documentada, los efectos sobre la fisiología, la reproducción y el desarrollo de las crías apenas había sido estudiado hasta ahora.
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Para comprender mejor el potencial impacto, Mariette y sus colegas expusieron a los polluelos de una especie de ave conocida como pinzón o diamante cebra australiano a entornos acústicos específicos: grabaciones de ruido de tráfico (a niveles habituales en un entorno urbano) y de cantos de pájaros de su especie.
El resultado, demostrado a través de varios experimentos, fue la afectación de la salud de los ejemplares expuestos al ruido del tráfico, tanto en el periodo de incubación como el resto de su vida, respecto a otros criados en el mismo entorno sin estrés acústico.
Experimentos
En primer lugar, los científicos expusieron a los huevos fecundados a niveles similares o ruido de tráfico o del canto de otros diamantes cebra (65 decibelios en ambos casos, similar al nivel de una conversación) viendo que había algo en las características del ruido del tráfico que, en algunos casos, provocó la muerte embrionaria antes de nacer.
Los polluelos que sobrevivieron fueron criados normalmente por los progenitores de pinzón cebra.
En un segundo experimento expusieron a los polluelos, sin los padres, al ruido, aislándolos durante la noche con los distintos tipos de sonido: ruido de tráfico o cantos.
“Los polluelos expuestos al ruido crecieron peor y mostraron signos más graves de daño celular que los expuestos al canto, como un acortamiento más rápido de los telómeros, que son los extremos protectores de los cromosomas”, explica la investigadora de la EBD-CSIC en un comunicado.
El impacto negativo se vio tanto en la exposición previa al ruido antes de la eclosión como en la etapa de polluelo, y no terminó cuando acabó la exposición al ruido.
Una vez que los polluelos abandonaron el nido, fueron criados todos juntos en un aviario sin ser expuestos a ninguna otra grabación.
Secuelas a largo plazo
Un mes después del fin de la exposición al ruido, los investigadores volvieron a medir a los juveniles y descubrieron que los individuos que sufrieron el ruido del tráfico ya no eran más pequeños que sus hermanos expuestos al canto, pero su estado fisiológico había empeorado.
Un año después, cuando los polluelos eran ya aves adultas, el impacto celular del ruido todavía era claramente visible.
Para averiguar si el daño persistía en el tiempo, los investigadores dieron a las aves la oportunidad de reproducirse libremente en aviarios, para ver quién tenía más éxito.
“Los resultados fueron impresionantes. Los pinzones cebra expuestos al ruido antes y después de la eclosión produjeron solo la mitad de crías que los que nunca experimentaron el ruido del tráfico”, afirma Mariette.
“Esto se observó en adultos jóvenes durante su primera temporada reproductiva, pero también más adelante en la vida, en adultos maduros”.
Los investigadores desconocen aún qué hace que el ruido del tráfico sea tan perjudicial para los polluelos, pero Mariette asevera que “cualquiera que sea el mecanismo, un impacto de tal magnitud en un pájaro cantor, que según muchos investigadores no puede oír sonidos hasta unos días después de la eclosión, es muy preocupante”.
Ahora toca preguntarse “qué impacto tiene el ruido en las especies cuyos embriones perciben el sonido del tráfico, incluyendo a los humanos, en los que los fetos responden a los sonidos externos en el último trimestre de la gestación”, concluye la investigadora.
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