Larisa limpia un diminuto taller de zapatos en Járkov con cicatrices de un bombardeo: escombros, polvo y cristales rotos cubren el suelo. Es la tercera vez que sufren un ataque cercano en los últimos meses. Cada vez vuelven a reparar los destrozos aunque cunde una sensación de desánimo y hartazgo: “¿Cuándo terminará esto?”.
“Intentamos salvar lo que podemos”, explica la empleada desde el pequeño taller situado dentro de un centro de formación profesional atacado con un misil. La explosión destrozó parte de la estructura externa y la onda expansiva ha reventado puertas y cristales. Hay un enorme cráter a la entrada.
Nadie resultó herido porque el ataque fue de madrugada, probablemente desde Belgorod, una ciudad rusa situada a 80 kilómetros.
“Rusia decía que la guerra era para salvar a la minoría rusa y han destruido las dos mayores ciudades de habla rusa de Ucrania, Mariúpol y Járkov”, critica Zhenya, otro trabajador de la empresa. Zhenya y Larisa, al igual que la inmensa mayoría de la población, se comunican en ruso.
En el pequeño taller de la marca “Storm”, que produce unos pocos cientos de zapatos a la semana, trabajan media docena de personas que han comenzado a limpiar y catalogar lo que se ha salvado.
Larisa relata que trabaja más de una década en la empresa, que ya han renunciado a tres meses de sueldo y que existe demanda para los zapatos que producen, pero que es difícil trabajar así.
Cuando se le pregunta por qué no se van se encoge de hombros y explica: “Soy de Járkov, ¿por qué me voy a ir?”. El municipio está tratando de reubicar de forma temporal algunas de las empresas en otras zonas más seguras del país.
Un trabajo de décadas
Antes de la guerra, Járkov -la segunda ciudad más poblada del país con 1.4 millones- era un gran centro industrial, y, entre otras cosas, producía la mayor parte del calzado de Ucrania. Ahora la ciudad está casi desierta y su economía, en gran parte, arrasada.
Además, la geografía juega en contra: la ciudad está a sólo 30 kilómetros de Rusia, lo que la hace muy vulnerable a ataques y dificulta su reconstrucción hasta el final de los combates.
Los expertos dicen que podría llevar años, tal vez décadas, reconstruir la metrópolis. Pero los trabajadores municipales y los voluntarios, de momento, tratan de que el presente sea habitable para los que quedan, ya que dos tercios de la población se ha marchado.
Los servicios públicos siguen funcionando pese a los bombardeos y el metro, el tranvía y los autobuses recorren la ciudad. También continúan los bombardeos, que se ceban especialmente en la industria y los centros educativos.
Tanto la ciudad como la región son de las más destruidas del país y los daños se calculan en decenas de miles de millones de euros. Cerca de 3,000 de los 8,000 edificios civiles de la capital han resultado dañados o destruidos, según cifras oficiales.
El alcalde, Igor Terekhov, aseguró que en la conferencia sobre la reconstrucción de Ucrania que se ha celebrado en Lugano (Suiza) tanto Estados Unidos como Turquía han mostrado interés en ayudar a la reconstrucción.
“Járkov se convertirá en la ciudad ideal del futuro y estamos comprometidos a hacerlo lo antes posible”, aseguró con bastante optimismo.
Algunos analistas temen que una vez Rusia consiga sus objetivos en Donbás vuelva los ojos sobre Járkov y la ciudad regrese a la primera línea de combates.
“Construiremos un mundo mejor”
Después de cada ataque el municipio trata de retirar los escombros con palas mecánicas y los trabajadores deben multiplicarse debido a la enorme destrucción que deja cada proyectil.
El miércoles un misil destrozó la Universidad Pedagógica Hryhoriy Skovoroda, incluida la estatua del filósofo ucraniano que daba nombre al centro.
El ataque mató a un guardia de seguridad y destruyó también la pared en la que estaba escrita una frase del filósofo que sirve de lema al centro: “Construiremos un mundo mejor, haremos que sea más luminoso el día de mañana”.
Para los ucranianos, Járkov es una ciudad conocida por la poesía, el arte, el comercio, la industria, los descubrimientos científicos, justo todo lo que está bombardeando Rusia con más saña.
Entre quienes han acudido a rescatar lo que queda de valor entre los escombros de la universidad se encuentra Volodímir, que lleva casi tres décadas vinculado al centro.
El hombre de 54 años trata de salvar las obras que en el pasado fueron los trabajos de graduación de antiguos alumnos. Algunos de los cuadros que ha recogido de los cascotes y las ruinas son de autores ahora conocidos en Ucrania.
“El director me pidió que viniera para echar una mano para salvar lo que se pueda”, explica entre las ruinas. “Los rusos tratan de destruir todo para desmoralizarnos, pero nosotros somos más fuertes que las bombas”, sostiene.