En un acontecimiento que pasó casi desapercibido en medio de los dramas y las crisis que golpean a América Latina cada semana, los últimos días de febrero el Gobierno cubano pidió ayuda a las Naciones Unidas para abordar una creciente escasez de alimentos.
El grito de ayuda sin precedentes de un régimen comunista que siempre se ha enorgullecido de su modelo de bienestar social refleja la terrible situación económica de Cuba. Afectada por el endurecimiento de las restricciones estadounidenses, la decadencia de la producción nacional, una débil industria turística posterior al covid y la indiferencia de sus aliados, la isla está viviendo sus peores días en términos económicos desde el colapso de la Unión Soviética, hace ya más de tres décadas.
Tras una serie de apagones, el fin de semana pasado la gente salió a las calles a gritar “¡corriente y comida!”, una inusual muestra de malestar social desde la agitación que sacudió la isla en julio de 2021, la que el régimen contuvo con una fuerza aplastante.
La situación económica actual es un enorme desafío para el Partido Comunista de Cuba, que ha controlado la vida de la nación desde la revolución de Fidel Castro en 1959. Evidencia de ello es la búsqueda de chivos expiatorios internos y distracciones: el presidente Miguel Díaz-Canel anunció una inusual investigación contra Alejandro Gil Fernández, un viejo aliado y amigo, por presunta corrupción tras despedirlo del cargo de ministro de Economía.
Por supuesto, en cuanto a distracciones, siempre está el embargo estadounidense, la excusa histórica de Cuba en tiempos de malestar económico. Sí, el embargo es un anacronismo de la Guerra Fría que debería haberse levantado hace mucho tiempo, pero no es el responsable de la escasez de alimentos de la isla: desde 2001, Cuba ha podido importar alimentos y otros productos agrícolas de Estados Unidos, por una suma de más de US$ 7,000 millones.
Y un embargo impuesto hace 62 años no puede explicar por qué la isla perdió al menos medio millón de ciudadanos, o cerca del 5% de la población total de Cuba, entre 2021 y 2023. Se trata de cubanos jóvenes y educados que escapan del hambre, la mala gestión económica y la represión política.
Más allá de las acusaciones, lo que estamos presenciando es el colapso del régimen socialista cubano. Esta transición podría llevar décadas. O podría suceder de manera muy parecida a como el gran aficionado a Cuba, Ernest Hemingway, escribió una vez sobre las quiebras: “primero de forma gradual... y luego, de forma repentina”.
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Una cosa está clara: la crisis no se puede solucionar sin cambiar fundamentalmente el modelo de país centralizado y controlado por el Estado, donde los burócratas gobiernan todos los aspectos de la vida pública. Ese cambio político, que debe surgir desde dentro de la sociedad cubana, amenaza la supervivencia del régimen y el futuro de la revolución, un riesgo inaceptable para la vieja guardia bien alimentada que aún dirige el país. Esa es la esencia del conflicto en este momento.
Esta situación representa una prueba importante para la región, pero también una oportunidad. Por ingenuo que parezca, imaginemos una Cuba funcional y más libre, en la que sus profesionales y su fuerza laboral altamente calificada son capaces de aprovechar el potencial del país, desde el turismo hasta la agricultura, la cultura, o incluso el petróleo.
Sin embargo, el escenario más previsible ahora es uno de incertidumbre y caos. Algunos legisladores estadounidenses podrían celebrar un colapso repentino del régimen cubano como un éxito político. Pero en el enorme caso hipotético que eso sucediera, no hay una oposición organizada esperando para tomar el control y corregir el rumbo del barco.
Tampoco sabemos cuál sería la reacción de los militares cubanos. Como me dijo William LeoGrande, observador de Cuba desde hace mucho tiempo y profesor de gobierno en la Escuela de Asuntos Públicos de la American University en Washington, DC, “el resultado podría ser un Estado fallido con migración masiva y el establecimiento de organizaciones criminales transnacionales. Eso sería un problema mucho mayor para Estados Unidos, un desastre potencial”.
Por ahora, el Gobierno de Cuba está tratando de solucionar sus problemas económicos implementando un programa de austeridad profundamente impopular que incluye quintuplicar los precios de la gasolina —el diésel y la gasolina pasaron de 25 pesos cubanos a 132 pesos cubanos, o un alza del 428%— en un intento por cerrar un enorme agujero presupuestario —que se estima que alcanza el 18.5% del PBI— y por contener la inflación galopante.
Está buscando nueva ayuda externa, como la solicitud de alimentos a la ONU, y trabajando para lograr la recuperación total de su importante industria turística. Existe la posibilidad de que un aumento de la producción local que permita mayores exportaciones, una recuperación de las remesas y una serie de otros factores logren reactivar la economía y permitir que el Gobierno sobreviva a los efectos inmediatos de la crisis, según LeoGrande.
Pero ese sería el mejor de los escenarios para un sistema que ya pasó su fecha de caducidad. Es posible que los izquierdistas latinoamericanos de la vieja escuela, como el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, el mexicano Andrés Manuel López Obrador, el colombiano Gustavo Petro y, por supuesto, el venezolano Nicolás Maduro, todavía recurran a Cuba en busca de inspiración ideológica.
Pero como han señalado otros comentaristas, los latinoamericanos más jóvenes son, en el mejor de los casos, indiferentes. Además, a pesar de todas las especulaciones sobre las relaciones estratégicas de Cuba con Rusia y China (Díaz-Canel visitó ambas naciones en 2022), la realidad es que, más allá de su alineación geopolítica y rivalidad contra Estados Unidos, estas naciones se muestran reacias a financiar un Gobierno con un historial sistémico de incumplimiento de su deuda.
Mientras Estados Unidos se prepara para elegir un presidente en noviembre, Cuba también parece enterrada al final de las prioridades estratégicas del Tío Sam (aparte de lidiar con la afluencia de cubanos en la frontera suroeste). Dada la cantidad de otros asuntos geopolíticos en ebullición y la mala política de entablar relaciones con el régimen cubano después de su brutal represión de 2021, la reticencia de la Administración Biden es comprensible.
Sin embargo, Estados Unidos —al igual que América Latina y el resto del mundo— tiene poderosas razones para no renunciar a imaginar una Cuba moderna y prepararse para una transición, ya sea difícil o suave. Se deben realizar más esfuerzos para promover vínculos con el incipiente sector privado de Cuba, que surgió tras la legalización de empresas más pequeñas en 2021 y que, según algunos cálculos, ya emplea a alrededor del 35% de la fuerza laboral de la isla. Eso aumentaría la actividad comercial y fortalecería la interdependencia económica del país.
Pero, como me dijo John Kavulich, presidente del Consejo Económico y Comercial de Estados Unidos-Cuba, esa estrategia involucra riesgos para el régimen: “Cuando se permite que los empresarios ganen dinero, se comienza a hacer muy visible que hay gente rica en Cuba y gente que no lo es. ¿Cuán exitoso puede ser alguien antes de que el Gobierno decida quitarle todo?”
Aun así, Kavulich está presionando para que la embajada de Estados Unidos apruebe una lista de pequeñas empresas cubanas con las que los estadounidenses podrían hacer negocios, fomentando relaciones comerciales dentro de las regulaciones y prohibiciones existentes, incluso mientras continúa el actual congelamiento político con Estados Unidos.
Pareciera que fue hace un siglo que el presidente Barack Obama visitó la isla —el primer presidente estadounidense en hacerlo en 88 años— y que los Rolling Stones tocaron para medio millón de cubanos en la Ciudad Deportiva de La Habana. Sin embargo, eso fue apenas en 2016, lo que demuestra que las cosas pueden cambiar rápidamente a ambos lados del estrecho de Florida.
Como dijo recientemente el gran escritor cubano Leonardo Padura a un medio brasileño: “Creo que lo que más falta hoy no es la comida, el combustible, la electricidad o el café, lo que más falta es la esperanza”. Y eso puede seguir siendo escaso bajo el Gobierno actual. Pero por el bien del pueblo de Cuba, sus vecinos deberían ayudar a mantener viva la esperanza.
Por Juan Pablo Spinetto
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