De las larguísimas travesías con abrigos de piel de foca del explorador angloirlandés Ernest Shackleton, de cuya muerte se cumplen este miércoles cien años, a las actuales bases donde los científicos usan satélites de última tecnología e incluso Whatsapp.
Las expediciones a la Antártida llevan más de un siglo fascinando al mundo, aunque en los últimos meses han sufrido importantes dificultades por la pandemia.
“Se necesitan hombres para viaje peligroso. Salarios bajos, frío extremo, meses de completa oscuridad, peligro constante, retorno ileso dudoso. Honores y reconocimiento en caso de éxito”.
Este fue el anuncio que Shackleton publicó en la prensa londinense en 1914. Buscaba reclutar hombres para atravesar por primera vez a pie la Antártida, una malograda gesta que terminó con el “Endurance” encallando en el gélido mar de Weddell y con su tripulación vagando durante un año y medio por el hielo.
Era heroica
Mauricio Jara, historiador de la Universidad de Chile, explicó a Efe que Shackleton forma parte de una generación de aguerridos exploradores, que hicieron los primeros descubrimientos científicos en el continente helado en la denominada “Era Heroica”.
“Hay algunos autores que dicen que Shackleton no logró ningún éxito, más allá de llegar en 1909 a los 88 grados y 23 minutos de latitud sur antes que (el noruego) Roald Amundsen”, indicó Jara, unos de los mayores expertos antárticos de Chile.
En su opinión, el mayor triunfo del explorador fue su “carisma” y “su cualidad de líder incansable, que no abandona nunca a su gente”.
Tras el naufragio del “Endurance”, Shackleton dirigió a sus hombres por el hielo hasta la isla Elefante, donde la gran mayoría sobrevivió meses alimentándose de focas y pingüinos.
Él y otros cinco hombres más se embarcaron en una empresa aún más difícil: llegar a una estación ballenera en la isla de Georgia del Sur, a más de 1,000 kilómetros de distancia. Lo lograron en mayo de 1916 y pudieron luego salvar al resto de la tripulación.
Pese a las hostiles condiciones de las expediciones de principios del siglo XX, con hombres vestidos con abrigos de piel de foca y barro dentro de las botas para hacer frente a temperaturas de hasta menos 80 grados centígrados, “las tasas de mortalidad eran bastantes bajas, en relación a lo que podría uno imaginar”, aseguró Jara.
“La muerte que sí causó estupor fue la del británico Robert Falcon Scott, quien falleció a escasas 50 millas de la costa por falta de víveres”, agregó.
Del periodo de entreguerras al COVID
Las travesías polares empezaron a cambiar en el periodo de entreguerras, cuando los veleros de madera fueron reemplazados por naves acorazadas y se popularizaron los alimentos en conserva.
Desde entonces, tanto la logística como la tecnología han avanzado a pasos agigantados, hasta el punto de que hoy en día hay incluso buzos que se sumergen en sus gélidas aguas para detectar los efectos del cambio climático en la flora marina.
Sin embargo, sigue costando “cantidades ingentes” de dinero estudiar el continente blanco, el gran sensor del calentamiento global, apuntó el jefe de Expediciones del Instituto Antártico Chileno (Inach), Cristian Toro.
Las campañas, que valen cerca de US$ 3 millones cada una, arrancan en noviembre y suelen durar hasta marzo, pero todo depende del tiempo, según el experto.
“Un colega que está en la base Yelcho (una de las tres del Inach) me contaba estos días que no pueden salir porque la nieve cubre hasta la mitad del segundo piso y me mandaba fotos por Whastapp de pingüinos caminando a la altura de su ventana”, señaló Toro.
El coronavirus, que apareció por primera vez en la Antártida en diciembre del 2020 con un brote que afectó a más de una treintena de científicos y militares en la base chilena Bernardo O’Higgins, también está trastocando todo en el continente blanco.
Lea Carroll, del Instituto de Investigación para el Desarrollo de Francia, lamentó la falta de interacción entre el millar de bases internacionales que ha provocado la pandemia, “lo que está afectado a muchas investigaciones”.
Para el historiador Jara, la importancia de la Antártida no solo radica en lo que enseña sobre el mundo, sino también en que “es el único territorio del mundo dedicado exclusivamente a la paz y a la ciencia”, algo que sigue intacto pese a la pandemia.