El Fondo Monetario Internacional (FMI) está familiarizado con las disposiciones indeseadas. Su función como prestamista mundial de última instancia a menudo incluye la exigencia de reformas (a los países que piden su ayuda). Pero su personal quizás esté descubriendo el disgusto de ser el receptor de esas disposiciones: su jefa, Kristalina Georgieva, está reorganizando la institución.
La economista asumió el cargo de directora gerenta en octubre del 2019 en medio de una ola de buena prensa. Al ser la primera jefa del FMI proveniente de un país emergente, deleitó con sus relatos de experiencia personal con un programa de estabilización del FMI —en la década de 1990, vio cómo la hiperinflación en Bulgaria diluyó en una semana los ahorros de su madre—.
Al haberse desempeñado como CEO del Banco Mundial, Georgieva arribó al FMI con la reputación de ser capaz de manejar burocracias de grandes dimensiones. Pasados unos meses, ha podido gestionar la salida de dos directivos senior. El 7 de febrero, anunció que el primer subdirector gerente, David Lipton, y otra subdirectora gerenta, Carla Grasso, dejarían la entidad a finales de ese mes.
Dada la reputación de Lipton por su laboriosidad y experiencia técnica, la noticia de su salida anticipada —su designación expiraba en agosto del 2021— no fue bien recibida por el personal. Circuló el rumor de que era un ardid del Gobierno del presidente Donald Trump para elegir al sucesor, pues por convención, Estados Unidos designa al primer subdirector gerente.
Pero parece ser que la salida de Lipton fue obra de Georgieva, cuya antecesora, Christine Lagarde, optó por ser la cara visible del FMI mientras que Lipton se encargaba de gran parte del manejo cotidiano. Sin embargo, Georgieva es una gerenta más práctica, lo que convirtió en innecesario el rol de Lipton. En el caso de Grasso, cuya salida fue anunciada apenas cinco días después de iniciada la renovación de su contratación, su cargo es uno para el cual Georgieva puede designar sucesor, algo que es inusual en el organismo.
Ello le permitiría nombrar a alguien que le ayude a hacer realidad su visión para el FMI, la que incluye hacer más en la prestación de asistencia a estados frágiles y abordar el cambio climático. En su primer discurso como jefa de la institución, pidió a los gobiernos aprobar reformas internas para alcanzar “crecimiento más fuerte y resiliente”, y a aquellos que poseen fortaleza fiscal, que la utilicen.
También ha prometido mayor colaboración con el Banco Mundial, sobre todo en relación a países que han recibido apoyo del FMI. Quizás Georgieva desee borrar la impresión de que al organismo solo le preocupa restaurar la estabilidad de países agobiados por crisis económicas, en detrimento del empleo y el crecimiento.
No es inusual que los jefes nuevos realicen cambios gerenciales, incluso en el FMI, que podría beneficiarse de una reorganización que nivele su jerárquica estructura de gestión. También podría mejorar sus políticas, ya que en ocasiones sus programas afectan negativamente el crecimiento, al punto que los países que ayuda no alcanzan sus optimistas proyecciones de PBI. Y su trabajo con estados frágiles puede ser deslucido.
Sin embargo, el riesgo es que las reformas de Georgieva resulten contraproducentes. Si quiere que el personal más idóneo se encargue de los estados frágiles, tendrá que halagar a esos empleados para convencerlos. Asimismo, la partida de Lipton significa que habrá menos manos capaces para ayudar en una crisis. Algunos temen que sin él, habrá un aumento de “clientitis” —directores demasiado blandos para exigir reformas—.
Un desafío de corto plazo es Argentina, la receptora del más grande préstamo otorgado por el FMI en su historia. El 12 de febrero, funcionarios del organismo comenzaron conversaciones con el Gobierno argentino, que busca reestructurar su deuda.
También existe preocupación ante la posibilidad de que se nombre un reemplazante de Lipton. El Gobierno de Trump se resiste a la idea de que ese cargo sea abolido y está circulando, como potencial reemplazo, el nombre de Geoffrey Okamoto, subsecretario interino de Finanzas y Desarrollo Internacionales del Departamento del Tesoro. Para que funcione la estrategia de Georgieva, necesita a alguien que se adapte al rol y que no sea demasiado débil, pues la institución podría terminar perjudicándose.
La directora gerenta aún tiene que convencer a algunos observadores que está poniendo al día la misión del FMI, no diluyéndola. Esas nuevas ambiciones requieren de recursos —o de detectar qué recortes hacer en las viejas tareas para dar paso a las nuevas—. No es necesario que las reformas estructurales ocasionen daños, pero deben implementarse con cuidado.