Drones, sensores, cámaras web, aplicaciones móviles, controles del acceso y parcelas de arena son algunas de las medidas de seguridad que se han adoptado para evitar las aglomeraciones en las playas españolas que desde este domingo, ya sin restricciones en la movilidad y con las fronteras con Europa abiertas, se convierten en el principal destino turístico del país.
España es una de las principales potencias turísticas del mundo y el de playa es el segmento más relevante.
Los ayuntamientos de las localidades costeras más visitadas han seguido el protocolo establecido por las autoridades sanitarias para garantizar la distancia de seguridad y adecuar el aforo a las nuevas circunstancias impuestas por el COVID-19.
Altea, en la provincia de Alicante (este), es uno de esos municipios españoles elegido cada verano por los turistas, nacionales y extranjeros, principalmente procedentes del Reino Unido, Bélgica y Francia, para pasar sus vacaciones de verano.
No es uno de los más masificados de la zona, como Benidorm, situado tan solo a diez kilómetros, pero su consistorio se ha asegurado de seguir "todas las medidas recomendadas por el Gobierno", explica su alcalde, Jaume Llinares, que espera con "ansia" la llegada del verano la llegada del turismo "uno de los motores más importantes de la localidad".
“Sabemos que es uno de los más perjudicados, pero la práctica nos demuestra que se ha restablecido de situaciones o crisis más fuertes”, señala Llinares sobre este sector, que representa algo más del 12% del Producto Bruto Interno español y que antes del estallido de la pandemia daba trabajo a más de dos millones de personas, el 12.7% de todos los empleos del país.
Figura del controlador
Mientras en otras playas españolas como las de Benidorm se ha parcelado la arena para establecer la distancia requerida para evitar contagios, en las de Altea se ha establecido la figura del controlador o informador de playas, además de los habituales socorristas “que van a estar pendientes de las distancias entre los usuarios”, indica el concejal de Infraestructuras del Ayuntamiento de Altea, Diego Zaragozí.
Este personal auxiliar, contratado para esta temporada atípica de verano, se encargará de informar y controlar la distancia de seguridad entre los usuarios y estará coordinado con los servicios de Protección Civil y de la Policía Local "por si hubiera algún incidente grave o alguna incidencia destacable", explica Zaragozí.
También se ha duplicado la amplitud de todas las pasarelas de acceso a las playas "para que los usuarios cuando se crucen lo hagan con una distancia suficientemente amplia, precintado los lavapiés y aseos químicos por la dificultad que tendría mantener la higiene y colocado carteles informativos", añade el concejal.
"Los turistas pueden estar completamente tranquilos, ya que es fácil llevar el protocolo", porque son playas muy tranquilas, manifestó Eduardo Felipe Cabrera, coordinado de Ambumar, empresa especializada en la prestación de servicios de socorrismo acuático y emergencia.
Tecnología al servicio de las playas
Altea es solo una pequeña representación de las más de 3,500 playas españolas repartidas en 8,000 kilómetros de costa, que constituyen una de las bases más sólidas sobre las que se asienta el sector turístico del país.
En la costa mediterránea, otros municipios elegidos por los turistas extranjeros para pasar sus vacaciones, como Lloret del Mar, en la costa catalana o Fuengiola, en Málaga (Andalucía, sur) han optado también por la tecnología para cumplir con las medidas de seguridad, como el uso de videosensores que aportan información en tiempo real sobre el nivel de ocupación a través de una web o aplicación.
El uso de los drones también se ha generalizado en muchas de las playas españolas, como las de Cullera, en Valencia (este) o en la isla canaria de Fuerteventura, en el Atlántico, donde la Policía es la encargada de la vigilancia para evitar eventos masivos.
Mientras, el ayuntamiento de la ciudad de Alicante ha optado por una aplicación para teléfono móvil (APP) que mostrará al usuario en tiempo real y por colores (verde/amarillo/rojo) el número de bañistas.
Un método muy similar al elegido por el consistorio de la localidad de Salou, en Cataluña, donde se controlará el aforo de las playas con una veintena de sensores que comprobarán la ocupación en tiempo real e informarán mediante un código de colores tipo semáforo.
Si la ocupación es baja, se señalizará en verde; en naranja si empieza a ser elevada y en rojo si ya no está permitida más gente. Por el momento, el código de colores podrá consultarse en una aplicación, aunque no se descarta instalar semáforos a pie de playa para una mejor señalización y prevención.
Se trata, en todos los casos de consolidarse como destinos “seguros” frente al COVID-19 y volver a atraer a los turistas una vez superado lo peor de la crisis sanitaria, tras tres meses de cierre de fronteras.