Los pequeños fuegos que los viticultores de Borgoña encendieron en abril para salvar sus viñedos de las heladas fueron tanto un espectáculo nocturno como una alerta: el cambio climático les fuerza a buscar soluciones inmediatas, pero el sector coincide en que la transformación debe ser profunda.
El Ministerio de Agricultura calificó esa ola de frío como la mayor catástrofe agrícola del siglo en Francia, que las llamas de los braseros o fardos de paja no pudieron contener. Hubo pérdidas de entre el 30% y 40% de la producción, según las estimaciones iniciales, y de hasta el 100% en ciertas explotaciones.
Chablis, de donde procede uno de los mejores vinos blancos del mundo, fue una de las denominaciones afectadas. Abarca 5,600 hectáreas y unos 20 municipios, y sus viticultores son conscientes de que se impone un cambio.
“Hay entre nosotros debate sobre las causas, sobre si es un ciclo provocado o no por el hombre, pero no sobre los efectos. Y lamentablemente creo que serán duraderos”, cuenta Damien Leclerc, director general de la cooperativa La Chablisienne, que agrupa al 25% de esos terrenos y fue creada en 1923.
El mismo calentamiento que ahora ha alertado al colectivo favoreció su desarrolló: en los últimos 40 años el alza de las temperaturas hizo que en Chablis pudieran pasar de unas 700 hectáreas a las actuales casi 6,000, pero “entramos en una segunda fase más complicada”, añade, en la que esas heladas lo ponen todo en riesgo.
Inversión costosa
Mantener encendido cada fuego cuesta entre ocho y diez euros por noche y se necesitan 600 por hectárea, por lo que su uso es costoso y poco sostenible, y los hilos eléctricos para calentar el aire en torno a las vides son igualmente caros.
Daniel-Étienne Defaix, décimo quinta generación del Vieux Château de Chablis, protegió su gama alta, la que se vende de 30 a 75 euros, y salvó el 90%, pero no lo hizo en las tierras de su Chablis más sencillo, por falta de medios, según cuenta, y perdió ese mismo porcentaje.
El cambio climático se manifiesta igualmente en un aumento de las temperaturas y en una disminución del agua disponible para la vid en el suelo. “Pero nosotros no tenemos derecho a irrigar”, dice Leclerc sobre una práctica que en las denominaciones de origen está muy restringida.
El sector asume que de aquí al 2050 el calentamiento cambiará tanto las condiciones de producción como sus características organolépticas y sus mercados. Así lo admite la estrategia de la filial entregada este mes al Ministerio de Agricultura y elaborada entre otros por el Instituto de la Viña y el Vino (IFV).
Ese trabajo identifica medidas para adaptarse y se posiciona en favor de la innovación para conservar el valor de la producción francesa, que en el 2021 se prevé que sea históricamente baja, con una caída del 29% respecto al 2020, hasta unos 33.3 millones de hectolitros, según el organismo estadístico Agreste.
Nueva hoja de ruta
La prioridad pasa por mejorar el conocimiento de las zonas vitícolas y de su cartografía, porque la mayoría de datos, a juicio de ese documento, son heterogéneos. También por limitar el consumo de agua o apostar por variedades de uva más resistentes.
La hoja de ruta insta a revisar las prácticas enológicas para corregir los mostos más dulces y los vinos con mayor gradación de alcohol que se espera que provoque el cambio climático, y a estar en capacidad de anticiparse a las evoluciones del mercado.
Fomentar la investigación y contribuir al tiempo a la atenuación del cambio climático, con una reducción de las emisiones de gas con efecto invernadero gracias por ejemplo a un menor uso de los carburantes fósiles, completan el cambio deseado.
“El medio ambiente y la ecología no son exclusivos de los partidos políticos. Debe volverse algo indispensable para todos. Si movilizamos a todos encontraremos cosas, pero hay que hacerlo rápido”, sostiene el representante de la cooperativa de Chablis.
Aunque no todos abogan por una transformación radical de la producción.
“Tenemos 2,000 años de historia y no soporto la idea de cambiarla por un año de heladas. Soy un enamorado de mi tierra y tengo un deber patrimonial para respetar la historia”, concluye Defaix, que al vender sus vinos con una madurez de entre ocho y diez años, a diferencia del resto, según recalca, tiene una reserva que le permite superar los baches.