Christine Lagarde, presidenta del BCE. (Foto: AFP)
Christine Lagarde, presidenta del BCE. (Foto: AFP)

Como guardianes de la estabilidad de los precios y los mercados financieros, la última palabra con la que quieren ser asociados los banqueros centrales es “pánico”.

Sin embargo, ese es precisamente el término usado por dos de los principales observadores del para describir el mensaje transmitido por la presidenta de la entidad, desde que abrió la puerta a una subida de tasas de interés en el 2022 para frenar una inflación récord.

Los inversores interpretaron las palabras de Lagarde -que fueron inesperadas, ya que anteriormente había descartado en la práctica una subida de tasas este año- como una señal de que el BCE endurecería su política monetaria en breve, lo que hizo que los costos de los préstamos se dispararan en los 19 países de la zona del euro.

Los rendimientos de la deuda pública han mantenido sus ganancias a pesar de que Lagarde trató más tarde de aclarar y suavizar su significado.

“Sólo puede haber una conclusión: la tarea de comunicación ha fracasado. Esto es ‘de la paciencia al pánico’”, dijo en Twitter Carsten Brzeski, economista de ING.

Brzeski hizo un contraste con el predecesor de Lagarde, Mario Draghi, que en el 2012 acalló famosamente las especulaciones sobre una ruptura del euro con pocas palabras: “lo que haga falta”.

“Si se compara esto con la época de Draghi, es extremadamente difícil para el mercado saber a quién escuchar”, añadió Brzeski.

La fe de los inversores en la comunicación de un banco central es posiblemente su activo más valioso cuando se trata de gestionar las expectativas del mercado, algo con lo que todos los banqueros centrales, incluido Draghi, han tenido problemas.

Pero un costoso lapsus al inicio de la pandemia de coronavirus -cuando Lagarde dijo que el BCE no estaba para cerrar los diferenciales de los bonos de los países con problemas- ha hecho que se enfrente a un mayor escrutinio del mercado.

Su reto se ve agravado por los caprichos de una economía en época de pandemia y su deseo de mantener un consenso público entre los responsables de la política monetaria del BCE.

Algunas fuentes han dicho a Reuters que una minoría considerable de los responsables de la política monetaria, que tienen una postura agresiva frente a la inflación, querían empezar a reducir los estímulos en la reunión del jueves.

“Lagarde entró en pánico y se pasó al bando de los halcones para evitar un retorno a la era Draghi de desacuerdo público (especialmente de Alemania)”, señaló el asesor económico jefe de UniCredit, Erik F. Nielsen, en una nota de análisis. “Si la institución está dirigida por un presidente que oscila entre bandos, es difícil dar un mensaje coherente”.

Desconexión

Tras la rueda de prensa de Lagarde del jueves, los inversores adelantaron sus expectativas sobre cuándo el BCE pondrá fin a su programa de compra de bonos y subirá las tasas de interés por primera vez desde julio del 2011.

Los analistas esperan que lo primero ocurra mucho antes de fin de año y los mercados monetarios han descontado que la tasa de depósito del BCE volverá a cero en diciembre desde el -0.5% actual.

Se trata de la mayor desconexión entre las expectativas del mercado y las orientaciones oficiales del BCE, que prevén que las tasas se mantengan en su actual nivel mínimo o incluso se recorten, desde que se introdujeron en el 2013.

El rápido cambio en las expectativas llevó a otro observador del BCE, el economista de Pictet Frederik Ducrozet, a preguntar en Twitter si Lagarde se vería obligada a dar una entrevista de rectificación, como hizo en marzo del 2020 después de que sus comentarios desestabilizaron los mercados de bonos.

Lagarde dijo el lunes en el Parlamento Europeo que no había señales de que sea necesario un “endurecimiento mensurable” de la política monetaria, un discurso que Paul Donovan, economista jefe de UBS Global Wealth Management, describió como “acompañado de fuertes sonidos de chapoteo mientras la política retrocedía inexpertamente”.

Pero el mensaje de Lagarde no ha logrado hasta ahora calmar los nervios del mercado, un problema especialmente para Italia y Grecia, que han confiado en las compras de bonos del BCE para mantener sus costos de financiación bajo control durante la pandemia de coronavirus.

Los rendimientos de la deuda pública italiana a diez años han saltado del 1.4% al 1.8% en cuestión de días y los de Grecia del 1.8% al 2.5%, mientras que las primas de riesgo de la deuda de estos países en comparación con la ultra segura de Alemania han aumentado

Las garantías de Lagarde de que el BCE tiene muchas herramientas para mantener los diferenciales bajo control, incluida la reinversión de los ingresos de los bonos que vencen como parte de su programa de flexibilización cuantitativa (QE), tampoco han tranquilizado a los inversores.

“Los diferenciales se ampliaron drásticamente porque si no tenemos QE, ¿cuáles son las herramientas?”, señaló Nielsen, de UniCredit. “Sólo tenemos inversiones, pero si eso es suficiente, nadie parece creerlo”.

Incluso el ex vicepresidente del BCE Vitor Constancio hizo una rara crítica al cambio de postura tras dos lecturas de inflación récord, comparando su política monetaria con “mirar por la ventana”, una cita del economista estadounidense Alan Blinder.

“Los bancos centrales deben mirar hacia el futuro y, por tanto, deben utilizar modelos y proyecciones, añadiendo, por supuesto, algo de criterio”, tuiteó Constancio.

“Mirar por la ventana, ver la temperatura y decidir, es una muy mala estrategia para la política monetaria”, manifestó.