El combativo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, sobrevivió al 2020 en una forma sorprendentemente buena tanto personal como política, con altos índices de popularidad a pesar de haber contraído el coronavirus y de la pandemia que ha matado a casi 200,000 de sus compatriotas.
Pero el nuevo año, y la cada vez más inminente campaña para su reelección, traen nuevos riesgos en todos los frentes para el populista, que ha luchado para limitar las protecciones ambientales y controlar la influencia izquierdista en el gobierno y en la cultura mientras se pelea incluso con otros líderes conservadores del país.
El repunte del coronavirus ha elevado la tasa de mortalidad nacional a su nivel más alto en tres meses a pesar de la insistencia del dirigente en que la pandemia está remitiendo. Sus hijos enfrentan investigaciones por corrupción.
No tiene un bloque firme que lo apoye en el Congreso. Y perderá a su principal aliado internacional, Donald Trump, que no logró la reelección en Estados Unidos y cuya retórica informal y tendencia a poner a prueba las normas democráticas habían envalentonado al líder brasileño.
Pero quizás lo más perjudicial sea que, con la llegada del nuevo año, terminará un programa de ayudas financieras motivado por la pandemia y que ha ayudado a combatir el hambre de decenas de miles de brasileños pobres, entre quienes su popularidad ha ido en aumento.
Bolsonaro puede ser conocido por saltarse las normas, pero va a tener que adoptar un enfoque más pragmático, señaló Lucas de Aragão, socio de la consultora política Arko Advice, con sede en Brasilia. “Nunca va a ser un presidente que se rija por las normas, pero tiene que empezar a elegir sus batallas”, dijo.
Y ese mayor pragmatismo empieza seleccionando a sus enemigos con más cuidado, apuntó de Aragão.
Durante la campaña presidencial del 2018, las afrentas de Bolsonaro contra la clase política y la élite intelectual calaron entre los votantes descontentos, incluyendo muchos moderados.
Ganó con comodidad y desde entonces ha mantenido el tono combativo, chocando con líderes del Congreso, fiscales federales, gobernadores y con el Supremo Tribunal. Muchos de ellos podrían ayudarle a sacar adelante leyes en la cámara o a lograr la reelección en el 2022.
En Estados Unidos, Trump mantuvo su tono divisivo y perdió. Al contrario que el republicano, Bolsonaro no tiene un partido poderoso detrás. Es más, desde que abandonó el Partido Social Liberal hace un año, no tiene formación alguna, y ahora está intentando armar una mayoría funcional en el Congreso, donde un voto de liderazgo el próximo 1 de febrero podría determinar el futuro de sus ambiciones legislativas.
Bolsonaro ha mostrado algunos signos de acercamiento. Tras meses demonizando al Supremo Tribunal por considerarlo parcial en su contra, en octubre fue fotografiado abrazando a uno de sus miembros, el juez Dias Toffoli, en una reunión informal en la casa del magistrado.
La reacción a las imágenes ilustró su dilema. Muchos de sus partidarios más acérrimos recurrieron a las redes sociales para expresar su sorpresa y desconcierto.
“Necesito gobernar”, dijo Bolsonaro en respuesta a las dudas planteadas por uno de sus seguidores en su cuenta oficial de Facebook.
Las elecciones municipales del mes pasado encendieron las alarmas en el Palacio Presidencial. Apenas cinco de los 16 candidatos a alcalde a los que Bolsonaro respaldó públicamente ganaron, y ninguno en las grandes ciudades.
Tres altos funcionarios gubernamentales contaron a The Associated Press que esto tomó a Bolsonaro por sorpresa. “No esperaba tener tan poca influencia”, dijo una de las fuentes, que habló bajo condición de anonimato porque no tenía autorización para realizar comentarios en público.
Las últimas encuestas señalan que el presidente es casi tan popular como cuando salió elegido. Pero su aceptación ha bajado entre los brasileños con más poder adquisitivo y más educación, mientras que aumentó entre los pobres, quienes han recibido la ayuda financiera federal por la pandemia.
El final de ese programa podría socavar la popularidad del mandatario, apuntó Aragão.
Ese es el único ingreso para más de un tercio de los beneficiarios, según un estudio realizado en diciembre por el instituto brasileño de encuestas Datafolha.
Hasta 70 millones de brasileños han recibido ayuda financiera durante la crisis sanitaria, que tuvo un costo de US$ 61,000 millones para el gobierno en un momento en que los economistas advierten de un déficit insostenible y del aumento de la inflación.
Cuando se agoten las ayudas, 24 millones de personas podrían quedar en la extrema pobreza, advirtió la directora del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, en diciembre.
Sin un grupo firme en la Asamblea Nacional, Bolsonaro ha estado llamando a la puerta de un grupo de legisladores centristas conocido como Centrao con la esperanza de mejorar su posición en la cámara baja.
Estos esfuerzos podrían no ser suficientes para asegurarse una mayoría, y si su candidato, Arthur Lira, pierde, Bolsonaro tendrá problemas para sacar adelante las leyes que prometió, como la flexibilización de las normas sobre armas o la apertura de la Amazonía al desarrollo.
El respaldo del grupo no fue gratuito y el dirigente enfrenta presión para darle a algunos de sus miembros cargos ministeriales, el tipo de trueque político que había prometido a sus partidarios que nunca haría.
Para muchos de los votantes de Bolsonaro, el bloque Centrao representa al tipo de política corrupta de la que el presidente trató de distanciarse durante la campaña.
Pero cualquier indicio de conciliación parece verse eclipsado por la firme oposición del mandatario a las restricciones a las reuniones derivadas de la pandemia y por su escepticismo acerca de las vacunas.
Bolsonaro, que superó el coronavirus, dijo que no se vacunará y ha socavado de forma activa la confianza en la vacuna CoronaVac, fabricada en China y respaldada por el gobernador de Sao Paulo, João Doria, quien se espera que se enfrente a él en las urnas en el 2022.
Destacados expertos en salud y legisladores de la oposición han acusado al gobierno de demorar su plan de inmunización nacional. Solo presentó su programa a mediados de diciembre, obligado por el alto tribunal.
Sin vacuna autorizada lista para ser distribuida, el país más grande de Latinoamérica va por detrás de sus vecinos.
Según Oliver Stuenkel, politólogo y profesor en la Fundación Getulio Vargas en Sao Paulo, el presidente todavía tiene una fuerte dependencia de la polarización.
“Sigue como un radical... Esto es algo que está muy arraigado en su ADN político: polarizar, dividir y no gobernar”, afirmó Stuenkel.
Pereira se hizo eco de ese punto de vista: “Necesita moderarse para gobernar, pero necesita polarizar para ganar elecciones. Esta es la contradicción del gobierno de Bolsonaro”.