Ángel Rocha acaba de empezar una nueva vida en Miami. Es una vida que no deseaba, llena de incertidumbre, pero más segura que la que dejó en Nicaragua, donde una crisis política, social y económica disparó este año el número de ciudadanos que huyeron hacia Estados Unidos.
Este exalumno de Ciencias Políticas de la Universidad Politécnica de Managua estaba en el punto de mira del régimen de Daniel Ortega desde las protestas antigubernamentales de abril del 2018, cuya represión dejó más de 300 muertos, cientos de encarcelados y 100,000 exiliados. Un día de ese mismo mes, lo detuvieron en la universidad.
Rocha cuenta que allí le dieron una paliza y le hicieron quemaduras con un encendedor. Tras perder el conocimiento, despertó con un pie pisándole la cabeza contra el suelo, en un charco de su propia sangre.
Aquel episodio no lo amedrentó. Al contrario, fue entonces cuando se unió a la opositora Alianza Cívica.
Su activismo lo llevó a la cárcel durante 17 horas en setiembre del 2020 y, una vez más, siguió adelante.
Pero este año, cuando el régimen sandinista empezó a arrestar a líderes opositores antes de las elecciones de noviembre, incluidos varios de sus compañeros de la Alianza Cívica, decidió abandonar Nicaragua.
“Pensé: soy joven y estoy en un país que va hacia un rumbo de violencia, crisis humanitaria, desempleo e inestabilidad”, recuerda en el cuarto donde reside ahora en Miami, en Florida, alojado por un amigo nicaragüense.
Un éxodo
Entre enero y agosto del 2021, las autoridades estadounidenses interceptaron en su frontera sur a casi 41,500 nicaragüenses que intentaban entrar ilegalmente al país. La cifra había sido de unas 1,100 personas en el mismo periodo del 2020.
Este éxodo, el más importante de las últimas décadas entre Nicaragua y Estados Unidos, alcanzó su máximo en julio: 13,456 migrantes, casi el doble que en mayo.
“Están viniendo muchachos, estudiantes. Muchos de ellos participaron en las protestas del 2018″, explica Anita Wells, miembro de la Alianza Nicaragüense-Estadounidense por los Derechos Humanos (NAHRA, por sus siglas en inglés), que ayuda a los migrantes del país centroamericano en sus trámites.
Según ella, la represión hacia los opositores es la principal causa de esa ola migratoria desde Nicaragua, un país de 6.5 millones de habitantes.
Pero también entran en juego una crisis económica --el país va por su cuarto año consecutivo de recesión-- y un repunte de la pandemia del COVID-19, denunciado en Nicaragua por la red de médicos independientes del Observatorio Ciudadano.
La llegada del demócrata Joe Biden a la Casa Blanca y su promesa de una política migratoria “más humana” contribuyó, además, a esas migraciones, asegura.
Un viaje peligroso
A quienes deciden abandonar Nicaragua les espera un viaje peligroso por Centroamérica y México. Es un recorrido marcado por los abusos de los coyotes, traficantes de migrantes que piden miles de dólares por sus servicios; la corrupción policial y el miedo a ser secuestrados por los cárteles, denuncia Welles.
Rocha hizo el viaje con otro joven hasta la frontera con Estados Unidos. Dice que no pagó a coyotes y que contó con la ayuda de nicaragüenses a lo largo de su periplo.
“El miedo a que te detengan antes de salir de la frontera se duplica al salir del país. La incertidumbre es muy grande”, recuerda.
Se entregó a una patrulla fronteriza estadounidense el 12 de julio, a las 23H00. Tomaron sus huellas dactilares, le preguntaron si se sentía en peligro en su país y lo llevaron a un centro de detención de Texas.
Desde allí lo enviaron a otro centro y luego a un tercero. Pasó unos dos meses así hasta que lo dejaron salir.
“En el centro, a veces lloraba de alegría. Pero también tenía miedo de ser deportado, porque tenía claro que estaba violando la ley al entrar a Estados Unidos”.
Un compañero activista de Nicaragua le pagó el billete de avión para que fuera a acompañarlo a Miami, el lugar donde vive la mayor comunidad nicaragüense en Estados Unidos desde el inicio de la revolución sandinista en 1979.
Ahora, Rocha intenta acostumbrarse a su nueva situación, dejar atrás sus ambiciones políticas y seguir adelante.
“Estoy pagando una condena prácticamente, porque hay que empezar desde cero”, dice. “Estoy solo y siempre hay algo que te falta: tu familia, tus compañeros”.
A la espera de resolver su solicitud de asilo, no puede trabajar y cuenta con el apoyo económico de su comunidad.
“La gente que viene aquí es gente de clase media, de la clase trabajadora, estudiantes”, explica Welles.
“Al entrar se decepcionan, porque uno no entra directamente a una universidad”, advierte. “Aquí vienes a trabajar. Eras médico allá y aquí vas a hacer jardinería”.
Pese a todo, Rocha espera poder estudiar en Estados Unidos y volver a Nicaragua algún día.