Por Mohamed El-Erian
Noticias de la semana pasada dieron a conocer quejas entre miembros del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo y la renuncia de un miembro de la junta. Así, pareciera que el último mes de Mario Draghi como presidente podría verse empañado por divisiones de política interna. Este sería un triste malentendido.
Sería triste porque el legado de Draghi debería centrarse en su valiente acción para salvar la eurozona (junto con la moneda común que simboliza una integración económica y social europea cada vez más estrecha), y engañoso porque las diferencias de política en cuestión tienen menos que ver con el BCE que con lo poco que han hecho políticos europeos para apoyar la economía.
Cuando se le preguntó en su conferencia de prensa del 12 de setiembre sobre el proceso que condujo a la última serie de decisiones políticas del BCE, Draghi dijo que no se había requerido un voto de aprobación porque había habido una "mayoría clara" a favor de las acciones tomadas. Revelaciones posteriores sugirieron que esta respuesta fue poco completa.
Informes más detallados sugirieron que 10 de los 25 decisores tuvieron conflicto con algunos elementos. Además, varios de los disidentes —que juntos representan más de la mitad del PIB de la eurozona— han dado un paso inusual: expresar públicamente su oposición. Por otra parte, Sabine Lautenschlager, alemana en la junta ejecutiva del banco, renunció la semana pasada, y nuevos informes revelan que fue por diferencias marcadas con Draghi.
La reacción política seguramente se intensificará en los próximos días y semanas. Después de todo, nadie olvidará la portada de Bild, el diario más leído en Alemania, que retrata al presidente del BCE como "Conde Draghila" por absorber los ingresos por intereses de ahorradores alemanes con su expansión cuantitativa y tasas de política negativas.
Tales son los crecientes costos y riesgos de depender únicamente del BCE para mejorar la economía europea. La desaceleración del crecimiento económico y el creciente riesgo de una recesión inminente solo hacen que la situación sea más traicionera. Pero esto no debería desviar la atención de los logros importantes de Draghi, y no solo porque sería injusto, sino también porque engañaría a Europa sobre las acciones políticas necesarias en el futuro.
Recordemos el riesgo existencial que la eurozona enfrentó hace siete años mientras lidiaba con una crisis de endeudamiento cada vez más profunda. El 26 de julio del 2012, Draghi subió al escenario durante una conferencia en Londres organizada por el gobierno del Reino Unido. Estaba sentado en la audiencia a su izquierda y recuerdo el impacto cuando afirmó que el BCE estaba "dispuesto a hacer lo que fuera necesario" para preservar el euro. "Créanme", insistió, "será suficiente".
Sus comentarios resultaron ser fundamentales. Actuaron como un interruptor de circuito en lo que fue un ciclo cada vez más vicioso de dislocaciones financieras que desgarraron el tejido de la unión monetaria. Las palabras de Draghi permitieron que la eurozona se reiniciara y sentaron las bases para un fortalecimiento de políticas más amplio. Infortunadamente, formuladores de políticas fuera del banco central no hicieron lo mismo.
Los comentarios de Draghi fueron más un esfuerzo personal audaz que una decisión colectiva del Consejo de Gobierno del BCE. Después de hablar, regresó para obtener el apoyo de sus colegas del BCE, que algunos inicialmente se mostraron reacios a dar. De esta manera, Draghi logró estabilizar la situación sin costarle un solo euro al BCE.
Otro gran desafío se avecinaba. Europa aún carecía de una unión bancaria completa y de una integración fiscal adecuada. Países miembros continuaron haciendo poco para llevar a cabo reformas estructurales favorables al crecimiento, o combinar la política monetaria con el estímulo presupuestario.
Draghi fue el principal responsable político europeo que instó constantemente a un enfoque más integral. En el último año, se ha esforzado en cada conferencia de prensa por defender las reformas estructurales y la expansión fiscal selectiva, y por completar la arquitectura económica y financiera de la eurozona. Sus palabras han dado repetidamente con oídos sordos.
Dado que el BCE tenía pocas opciones aparte de continuar con sus medidas no convencionales, era solo cuestión de tiempo antes de que la excesiva dependencia de ellas amenazara con hacer más daño que bien. No es de extrañar que las diferencias dentro del BCE se hayan vuelto más difíciles de manejar internamente y más difíciles de contener externamente.
No se debe culpar a Draghi por esto. Por el contrario, el mes que falta para su salida del BCE debería ser un momento de reflexión sobre la necesidad de un liderazgo económico valiente en Europa. Todavía se necesita un enfoque de política integral para permitir un crecimiento alto e inclusivo, y una verdadera estabilidad financiera.