Nicolás Maduro consiguió lo que quería. Por ahora. Siguiendo el ejemplo de los líderes autocráticos que lo precedieron, el presidente de Venezuela lanzó una campaña de represión contra su propio pueblo en un intento de aplastar un movimiento de resistencia que no se veía desde el ascenso de su ídolo Hugo Chávez hace más de dos décadas.
Ordenó la detención de líderes y colaboradores de la oposición, que presentaron pruebas de su monumental derrota en las elecciones de julio. Miles de personas que protestaban por su victoria aparentemente fraudulenta fueron arrestadas, y sus disculpas forzadas fueron retransmitidas por la televisión estatal. En las casas de partidarios de la oposición se pintó una X negra. La popular María Corina Machado está en la clandestinidad. Y ahora, Edmundo González, el candidato presidencial que podría haberlo desbancado, huyó del país.
Así, mientras Maduro se ha aferrado al poder a toda costa, el camino que ha elegido también es el del aislamiento diplomático y económico.
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“Todo lo que están haciendo es una demostración de debilidad, no de fortaleza, pero en este momento el tiempo juega a favor de Maduro”, afirmó Tamara Taraciuk, de Diálogo Interamericano. “La comunidad internacional tiene que activarse urgentemente para elevar el costo de este camino y mostrarles los costos de sus acciones”.
Una recuperación significativa de Venezuela —que hace pocos años salió de la hiperinflación— depende de potencias mundiales como Estados Unidos, que solo recientemente comenzó a aliviar condicionalmente las sanciones financieras. Las últimas medidas de Maduro para reducir los subsidios, acercarse a los inversionistas y firmar acuerdos con las grandes petroleras no serán suficientes.
A estas alturas, es poco probable que reciba apoyo internacional para reactivar la economía. Mientras que China y Rusia han reconocido su victoria, la mayoría de las naciones han cuestionado la legitimidad del recuento de votos, y líderes desde el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, al chileno, Gabriel Boric, han rechazado rotundamente la reivindicación de victoria de Maduro, una posición que también adoptaron Argentina, Perú, Ecuador y Guatemala.
Así, aunque Maduro ha logrado su objetivo inmediato —mantenerse en el poder—, sus necesidades a largo plazo están aún más fuera de su alcance.
Los venezolanos se unieron en abril en torno a González, un exdiplomático poco conocido, para reemplazar a Machado en la papeleta luego de que el gobierno la inhabilitara para postularse a cargos públicos.
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En una declaración publicada el lunes en la red social X, González escribió que “he decidido salir de Venezuela y trasladarme a España... pensando en Venezuela y en que nuestro destino como país no puede, no debe ser, el de un conflicto de dolor y sufrimiento. Solo la democracia y la realización de la voluntad popular puede ser el camino para nuestro futuro como país”.
Ahora en España, su ausencia supone un importante revés para la oposición, ya que contaba con los votos potenciales para asumir la presidencia en caso de que se hubiera alcanzado un acuerdo en el que Maduro renunciara.
Comunicado oficial a la opinión pública nacional e internacional: pic.twitter.com/TTPUQciV0Q
— Edmundo González (@EdmundoGU) September 9, 2024
En una declaración emitida el domingo, el jefe de política exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, reiteró a González como el ganador de las elecciones de Venezuela y calificó su partida como “un día triste para la democracia”.
Aunque Machado ha expresado su voluntad de entablar conversaciones con el gobierno, Maduro se refiere a menudo a ella como una “fascista” que provocará un inminente “baño de sangre” y una “guerra civil” en el país. Es difícil imaginar una transición en la que Maduro le permita desempeñar un papel de liderazgo.
Por ahora, la oposición debe lidiar con presionar a los sectores que mantienen a Maduro en el poder y tienen influencia sobre las Fuerzas Armadas para que negocien.
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Mientras tanto, Estados Unidos, que se dice que está sentando las bases para imponer sanciones individuales a funcionarios afines a Maduro que, según afirma, ayudaron a obstruir las elecciones de julio, aún no ha actuado más después de las elecciones.
Durante una visita a la República Dominicana la semana pasada, el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, dijo que la administración Biden seguirá imponiendo sanciones al régimen de Maduro.
“Implementaremos nuestras sanciones y, si encontramos violaciones de las mismas, actuaremos. Eso es lo que hicimos, y eso es lo que seguiremos haciendo”, sentenció.
Calificando cualquier nueva sanción como otro intento de golpe de Estado “grosero y vulgar”, el ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, Yvan Gil, dijo el lunes en una declaración publicada en Instagram que su país había pulverizado las ambiciones imperialistas estadounidenses haciéndolas “polvo cósmico”.
Aliados vacilantes
Todo esto ha complicado las relaciones de Maduro, incluso con aliados de larga data.
El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, uno de los amigos políticos más antiguos de Maduro, no lo ha reconocido como ganador y ha dicho que las relaciones entre las dos naciones se han “deteriorado debido a la situación política en Venezuela”.
El gobierno de Lula también asumió la custodia de la embajada argentina —donde seis de los más cercanos colaboradores de Machado se encuentran refugiados desde marzo— después de que su personal fuera expulsado de Venezuela.
Las tensiones aumentaron durante el fin de semana, después de que el gobierno de Maduro revocara la autorización a Brasil para custodiar la misión diplomática argentina, porque afirmó que está siendo utilizada para la planificación de “actividades terroristas e intentos de magnicidio” contra Maduro y la vicepresidenta, Delcy Rodríguez.
Decenas de agentes de Maduro se apostaron el viernes frente a la embajada en Caracas, amenazando con entrar. En la tarde del domingo, la presencia de seguridad armada se había dispersado.
El presidente colombiano, Gustavo Petro, otro de los aliados de izquierda de Maduro, ha estado tratando de negociar una solución junto con Brasil. En un comunicado emitido el lunes, la cancillería de Petro dijo que abogaba por el diálogo en Venezuela y que apoyaría un proceso político allí “rodeado de plenas garantías”.
Y ahora, cuando España recibe a González, es casi imposible que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, —socialista y estrecho aliado de la izquierda latinoamericana— no reconozca la situación de Venezuela.
“Aunque el gobierno tiene una ventaja con Edmundo González fuera, está en una encrucijada, porque las perspectivas económicas son nefastas y agravarán el malestar en el país”, dijo desde Londres el analista político Mariano De Alba. “En algún momento el gobierno tendrá que negociar”.
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