El avistamiento de cetáceos en América Latina “ha tenido un aumento constante desde que empezó a promoverse y es una de las formas de turismo que más ha crecido en los últimos 20 años”, según el director nacional de Costas y Mares del Ministerio de Ambiente de Panamá, Jose Julio Casas.
Detalló que este tipo de turismo ecológico surgió en Estados Unidos en la década de 1950 y está presente en Panamá desde finales de los noventa, “cuando antiguos pescadores, aprovechando la presencia de las poblaciones de ballenas residentes y migratorias en nuestras aguas, reconvirtieron sus actividades en prácticas económicas alternativas y menos impactantes en el medio ambiente”.
El éxito de la actividad motivó que en el 2007 se desarrolló el primer “Protocolo de avistamiento para las aguas jurisdiccionales de Panamá”, que establece la normativa que regula el avistamiento, con recomendaciones para desarrollar expediciones con el menor impacto posible para las ballenas, delfines y los ecosistemas donde se encuentra.
Aunque el protocolo fue revisado y actualizado en el 2017,incluyendo sanciones para los infractores, actualmente está siendo evaluado nuevamente por el Comité de Mamíferos Marinos de Panamá para hacer más eficaz el proceso de registro de las personas y empresas que ofrecen, explica Casas, biólogo y docente investigador de la Universidad Marítima Internacional del país centroamericano.
El turismo de observación de cetáceos sirve de base, además, para otras actividades, como la investigación científica sobre diversidad, el estado de poblaciones y el impacto que ha generado el desarrollo del avistamiento para las propias ballenas y delfines, como el de nariz de botella y el delfín manchado pantropical, la especie más común y abundante del Pacífico.