(Foto: EFE)
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Mientras el cobra decenas de miles de vidas en , el presidente está enfocado en salvar su carrera política y en movilizar a sus partidarios para que lo ayuden.

Menos de una tercera parte de los brasileños aprueba la forma como el mandatario ha manejado la pandemia, y las protestas en su contra están aumentando, ante lo cual él está fortaleciendo su base de apoyo para protegerse de un posible juicio político y mejorar la gobernabilidad, según algunos analistas.

“Está perdiendo apoyo y necesita hacer algo para reemplazarlo", dijo Maurício Santoro, profesor de ciencias políticas en la Universidad Estatal de Río de Janeiro. “Bolsonaro necesita que haya gente en la calle defendiéndolo".

El generar dudas con respecto a las estadísticas sobre enfermos con COVID-19 ha sido un recurso muy socorrido en los sectores de extrema derecha, y Bolsonaro ha amplificado dicha afirmación.

Hasta ahora el coronavirus ha causado la muerte de más de 36,000 brasileños, pero uno no se enteraría de ello en el sitio web del Ministerio de Salud: dejó de publicar totales acumulados el viernes, el día en que Brasil superó a Italia en número de fallecimientos para ubicarse en tercer sitio en el mundo.

Luego de enfrentar duras críticas, un alto funcionario de ese ministerio les dijo a los reporteros el lunes por la noche que la dependencia volverá a actualizar la cifra de muertes acumuladas en su sitio de internet, para este martes, pero con cambios en la metodología de conteo diario.

Los críticos se quejaron de que la medida de suprimir la cifra de fallecimientos se asemeja a las estrategias utilizadas por regímenes autoritarios. Fue implementada después de meses en los que Bolsonaro ha minimizado el COVID-19 y ha sostenido que la debacle económica infligiría penurias peores que el permitir que el virus infecte a la población.

La encuestadora Datafolha halló que aproximadamente el 30% de los brasileños entrevistados del 25 al 26 de mayo afirmaron que Bolsonaro es un presidente bueno o excelente, y también aprobaron la manera en que ha manejado la pandemia.

Los adversarios del mandatario han presentado más de 30 solicitudes al Congreso para que sea enjuiciado, pero el presidente de la cámara baja las ha bloqueado. Los aliados de Bolsonaro tienen la esperanza de que las muestras fervientes de apoyo de sus partidarios puedan hacer que sea políticamente costoso respaldar ese tipo de medidas.

El fin de semana pasado fue posible apreciar que Bolsonaro ha perdido apoyo: en 20 ciudades se llevaron a cabo protestas contra su gobierno, y en contraste, las manifestaciones progubernamentales fueron significativamente menores que en fines de semana previos.

Bolsonaro aún goza de un respaldo considerable en la extrema derecha. En abril, sus partidarios actuaron con presteza para atender su llamado a desafiar las recomendaciones de aislamiento social incluso mientras el brote de coronavirus adquiría más fuerza.

Luego atendieron la exhortación del presidente para darle cloroquina a los enfermos de COVID-19, un fármaco que muchos médicos se niegan a recetar debido a la falta de evidencia de que pueda ayudar a curar la enfermedad y por los temores de que pueda tener efectos secundarios negativos.

Olavo de Carvalho, un influyente ideólogo de la extrema derecha, dijo el 12 de mayo que el “virus presuntamente letal" no era nada más que una estrategia para generar miedo e intimidar a la población con el fin de esclavizarla.

Bolsonaro ha tratado de infundir ánimos a sus partidarios al participar en mítines en la capital los fines de semana en los que ha habido mantas que acusan al Supremo Tribunal Federal y al Congreso —en ocasiones con términos crudos— de socavar a su gobierno.

El 31 de mayo sobrevoló una multitud en un helicóptero del Ejército y, tras aterrizar, entró cabalgando a la plaza flanqueado por la policía militar montada.

El viernes se comprometió a facilitarle a los policías y a los militares la importación de armas de fuego para uso personal, parte de la añeja exigencia de la extrema derecha de hacer que las armas sean más accesibles.

“Lo que está haciendo que Bolsonaro se radicalice más es la pandemia; algunos procesos que ya existían antes se aceleraron. Y se le está viendo como es", dijo Adriana Dias, investigadora de grupos de extrema derecha en la Universidad de Campinas.

Hizo notar que el presidente nunca da muestras de empatía en lo que respecta al virus, como cuando respondió: “¿y qué?” a una pregunta sobre el hecho de que la cifra de muertos en Brasil había superado a la de China.

“A los brasileños promedio no les agradó eso. Eso lo hace aún más dependiente de los radicales", afirmó.

Sin embargo, el sábado por la noche surgió una fisura. De Carvalho hizo una amenaza aparentemente retórica para derrocar al gobierno.

Él solía ser uno de los partidarios más estridentes de Bolsonaro, pero ahora dijo repetidas veces que el presidente sólo ha dicho palabras huecas acerca de combatir a sus enemigos políticos, pero no ha tomado acciones agresivas, un signo de debilidad que fortalece a los opositores e “invita a ser humillado”.

“Aún hay tiempo para que Bolsonaro deje de seguir malos consejos y corrija el rumbo de sus políticas. ¿Cuánto tiempo? Cinco minutos", escribió Carvalho en Facebook.

En un intento por hacer que Carvalho vuelva a respaldar al mandatario, el aliado cercano de Bolsonaro Luciano Hang, propietario de una cadena de tiendas departamentales, publicó un video de 38 minutos en Facebook.

“Estoy de tu lado y los brasileños también necesitan estarlo", afirmó Hang. “Necesitamos estar en las trincheras luchando contigo".

Bolsonaro depende de ese tipo de aliados, así como de sus hijos, ministros y asesores, para que transmitan señales que generen entusiasmo entre su base, según Odilon Caldeira Neto, profesor de historia en la Universidad Federal de Juiz de Fora que investiga la ideología de la extrema derecha.

“La extrema derecha respalda la idea de las rupturas antidemocráticas, y Bolsonaro le está dando más espacio a esas voces", afirmó Caldeira, en especial en lo que se refiere a los enfrentamientos con el Supremo Tribunal Federal y el Congreso, y aludiendo a la dictadura de 1964 a 1985 que a la larga clausuró el Congreso y en ocasiones anuló los fallos del máximo tribunal.

Bolsonaro denunció una redada de la policía federal el 28 de mayo, la cual fue ordenada por el Supremo Tribunal Federal contra destacados aliados sospechosos de conspirar para hacer circular publicaciones falsas y difamatorias en las redes sociales acerca de sus enemigos.

Aparentemente las redadas también hicieron enojar a Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente y legislador, que alguna vez dijo que sería fácil clausurar el Supremo Tribunal Federal. Después de la redada indicó que ya no había dudas de si el gobierno de Brasil sufriría una ruptura institucional, “sino más bien cuándo ocurrirá eso”.

La activista de extrema derecha Sara Giromini, también objeto de la investigación, encabezó el 30 de mayo a un grupo de manifestantes que coreaban consignas y sostenían antorchas encima de ellos hasta el Supremo Tribunal Federal, un hecho que hizo recordar una marcha de supremacistas blancos en Charlottesville en el 2017.

Ella ha organizado un campamento en Brasilia y reconoció que allí había armas. Su grupo ha intentado intimidar a los enemigos políticos de Bolsonaro, y los fiscales lo han comparado con un grupo paramilitar.

“Los radicales desean que Bolsonaro dé un golpe de Estado, pero en la historia de Brasil no hay presidentes que hayan hecho eso sin el respaldo popular", dijo Carlos Melo, profesor de ciencias políticas en la escuela de negocios Insper en Sao Paulo. “La cuestión será ver si las fuerzas armadas y la policía que aún lo respaldan creerán que hay condiciones para hacer esto y recuperar popularidad".

Mientras tanto, la cifra de muertos por COVID-19 es un lastre a su aprobación, incluso si la versión que corre entre la extrema derecha de Brasil es que ha sido inflada como parte de una conspiración contra Bolsonaro por parte de la élite dominante, los medios de comunicación y organizaciones globalistas como la Organización Mundial de la Salud, según Santoro, el profesor en Río.

“Así, en cierto sentido, la decisión del gobierno de ocultarlas (las cifras) también está en línea con esta ideología", afirmó.