Por Andreas Kluth
En la historia de la guerra no existen precedentes de lo que sucede ahora mismo en Zaporizhzhia, Ucrania. Nunca antes una planta de energía nuclear estuvo en la primera línea de una guerra importante y, de hecho, fue un objetivo principal de las estrategias de las partes involucradas en el conflicto.
La forma en que Rusia, Ucrania y el resto del mundo manejan este momento de peligro se está convirtiendo en una prueba de cómo se librará la guerra en nuestro tiempo, y si alguna vez se puede limitar.
Existen informes respecto a que el presidente ruso, Vladímir Putin, le ha dicho a su homólogo francés, Emmanuel Macron, que el Kremlin permitiría que monitores internacionales visiten la planta nuclear en cuestión para garantizar su seguridad. Si Putin dice la verdad, sería alentador. Pero habitualmente miente sobre sus intenciones, como lo hizo antes de su invasión de Ucrania hace seis meses.
La planta, llamada ZNPP, es la más grande de Europa. Antes del ataque de Putin, suministraba alrededor de una quinta parte de la electricidad de Ucrania. Los rusos la tomaron en marzo y la han mantenido bajo su control desde entonces. Pero los empleados, originalmente unos 11,000, muchos de los cuales han huido, siguen siendo ucranianos. Estos ingenieros ahora son rehenes. Mantienen los reactores seguros y funcionando, pero a punta de pistola.
Tácticamente, los rusos están usando ZNPP como un escudo. Albergan tropas, armas y municiones cerca de los reactores y de los desechos nucleares almacenados con la suposición de que los ucranianos no se atreverán a destruirlos con artillería, para que las explosiones no provoquen una fuga radiactiva o incluso una fusión.
Al disparar desde la planta a las tropas ucranianas al otro lado del río Dnipró, los rusos también están inmovilizando al Ejército defensor y, por lo tanto, ralentizando el contraataque ucraniano para retomar el sur del país.
Estratégicamente, los rusos planean desconectar ZNPP de la red eléctrica ucraniana y conectarla a la suya. En efecto, esperan robar una gran parte del suministro eléctrico de Ucrania. Esto implica destruir, o básicamente detonar, las líneas de transmisión en la planta, lo cual es increíblemente peligroso.
Los ucranianos tienen objetivos opuestos. Quieren liberar a sus compatriotas dentro de la planta. Quieren que su electricidad fluya a Ucrania en lugar de a las regiones ocupadas por el enemigo. Y quieren limpiar la planta de ocupantes rusos para poder pasar a retomar el resto del sur de Ucrania.
Sin embargo, los ucranianos quieren por sobre todo evitar una catástrofe nuclear que recuerde a la de Chernóbil en 1986, justo arriba del Dnipró. Y comparten este objetivo con las Naciones Unidas, el Organismo Internacional de Energía Atómica, y los países del Oeste, Este, Sur, Norte y Centro, es decir, con toda la humanidad. Probablemente, eso incluye incluso a personas en el Kremlin.
La naturaleza del peligro es lo que hace que esta situación no tenga precedentes. Una nube radiactiva en Zaporiyia flotaría dondequiera que la lleven los vientos. Podría aparecer en Europa occidental, Medio Oriente, Bielorrusia, Rusia o en cualquier otro lugar.
Debido a que tal desastre sería imposible de contener geográficamente, también sería difícil de limitar militar, estratégica y geopolíticamente. Sembraría el pánico por todas partes y podría atraer a otros países al conflicto.
Para evitar estos escenarios de terror, Mariano Grossi, director general del OIEA, ha pedido repetidamente una pausa en Zaporiyia para permitir que el organismo envíe un equipo de monitores para garantizar la seguridad de ZNPP. Después de una conferencia telefónica con Macron durante el fin de semana, los líderes de Estados Unidos, el Reino Unido y Alemania también pidieron a Putin que permitiera tal inspección.
Un problema es que, aunque la situación es nueva, la naturaleza humana es atemporal. La primera víctima en la guerra es siempre la verdad, como dice la antigua máxima. Sabemos que las cosas están explotando en torno a ZNPP. Pero no podemos confirmar quién está disparando.
Los rusos, naturalmente, culpan a los ucranianos por el bombardeo. Eso parece inverosímil. Sí, los ucranianos, liberarían la planta con fuerzas especiales de poder hacerlo. Pero difícilmente destruirían una gran fuente de su propia electricidad a riesgo de liberar radiactividad en su propio país, lo que en efecto significaría un suicidio masivo.
Los ucranianos, a su vez, dicen que los rusos están provocando deliberadamente una escalada e incluso preparándose para organizar “operaciones de bandera falsa”. Dada la trayectoria de Putin, un hombre de la KGB que pasó la mayor parte de su carrera manipulando la realidad con desinformación y mentiras, me parece más plausible.
Esto apunta a otro problema eterno que esta crisis agudizó. Es la eterna tensión descrita por Carl von Clausewitz, un prusiano veterano de las guerras napoleónicas que se convirtió en filósofo de guerra. Incluso cuando los generales quieren mantener el conflicto limitado, la guerra misma parece querer volverse absoluta.
Obviamente, los ucranianos no quieren ceder ZNPP a los rusos, porque eso sería un revés importante en su lucha existencial para preservar su nación. Putin, sin embargo, no puede darse el lujo de retirarse de la planta, lo que haría que una victoria rusa en Ucrania, como sea que él la defina hoy en día, sea difícil de alcanzar. Y la derrota probablemente significaría su colapso.
Desde su ataque sin sentido en febrero, los incentivos personales de Putin no se alinean con los de los rusos ni con los de la gente de ninguna parte, y menos aún con los ucranianos. A él solo le importa si cae y cómo cae, no cuántos otros arrastrará con él. Es por eso que, si las cosas van mal, Putin aún puede decidir llevar a cabo una escalada, usando armas químicas o incluso nucleares.
En el enfrentamiento en Zaporiyia, Putin, sin importar lo que le diga a Macron, podría correr el riesgo de una fusión nuclear en un país que quiere subyugar. El mundo entero, desde París hasta Ankara y Pekín, ahora debe alejarlo del borde. El éxito no está asegurado.