La irrupción del COVID-19 y sus consecuencias en las economías familiares dejaron en evidencia que en América Latina y el Caribe el hambre convive con la obesidad y el sobrepeso, una problemática que data de hace años y que se complicó aún más con la pandemia, advirtió la FAO.
A raíz de la pandemia se pudo evidenciar que, desde hace unos 20 años, “a mil por hora avanza otra manifestación de la inseguridad alimentaria que es el sobrepeso y la obesidad”, explicó en La Paz el representante regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Julio Berdegué.
“Lo que ha pasado en el mundo y en América Latina y el Caribe con mucha fuerza, lamentablemente aquí sí somos una región líder en esta cosa que no es nada buena, es que hubo un cambio muy radical en las dietas que consumimos”, lamentó.
Ahora se consume mucha más comida procesada, llena de grasas, azúcares, calorías, sodio, ingredientes que en grandes cantidades “son muy dañinos para la salud”, apuntó.
Para ilustrar esta situación “espantosa”, el representante mencionó que solamente en América del Sur hay 68 millones de adultos obesos y recordó que esto causa enfermedades como la diabetes y distintos tipos de cánceres “que ya son la principal causa de muerte en América Latina”.
Según Berdegué, el caso de Bolivia es “alarmante”, pues cerca de 1.5 millones de habitantes están en condición de hambre, pero además hay otros 8.6 millones de adultos “en condición de obesidad”.
Este país “está un poquito peor que el resto de América del Sur” pues el 28% de su población es obesa, frente a una tasa subregional de 23%, alertó.
“La situación de inseguridad alimentaria tiene estas dos caras en Bolivia. Demasiadas personas aún con hambre y muchas veces son las mismas personas porque no hay dinero, porque alimentos hay en Bolivia, la comida no falta, lo que falta es el dinero para comprarla”, manifestó.
Causas y acciones
Este problema “venía desde antes”, “tiene causas muy diversas” y no es fácil de resolver porque tiene muchos factores asociados, entre ellos el que ahora es menos frecuente cocinar en casa, además de una “invasión de comida importada que es de muy mala calidad nutricional”, entre otros.
También está el factor monetario, pues las dietas saludables suelen ser más caras y aquellas familias en condiciones de pobreza se ven obligadas a comprar comida procesada, que es más barata, algo que se terminó de complicar con la llegada del COVID-19, explicó.
“Como la pandemia pegó muy duro en los bolsillos de la gente, muchos millones de personas en América Latina y el Caribe se tuvieron que mover a comidas más baratas porque perdieron el trabajo”, señaló.
Ante esto, en la región surgió el compromiso de transformar los sistemas agroalimentarios para recuperar la ecuación “alimentación es igual a salud”, según Berdegué.
Destacó que en algunos países se asumieron iniciativas como impuestos a las bebidas azucaradas para desincentivar su consumo, apoyos a las familias más pobres para que puedan acceder a alimentos más saludables y normas que exigen que los productos procesados indiquen en sus envases si son altos en calorías, grasas o azúcares, destacó.