Por Karl W Smith
Durante la mayor parte de su presidencia, las esperanzas de Donald Trump en una reelección han dependido casi por completo de la economía, particularmente en los estados indecisos que ganó por poco en 2016. Todavía lo hacen, pero ahora el estado de la economía depende casi completamente del curso de la COVID-19.
Para ser claros: no hay una tarea más importante para Estados Unidos que controlar la crisis de salud pública. El virus sigue siendo peligroso y la prioridad debe ser minimizar la pérdida de vidas.
Dicho esto, no se puede negar que una de las principales consecuencias del coronavirus es económica. Y para cuando los votantes estén decididos a fines de octubre, es muy probable que los efectos económicos del virus sean más prominentes que los efectos en la salud pública. (De hecho, eso debiéramos esperar).
Los votantes tienen períodos de atención notoriamente cortos. Los errores cometidos en el manejo inicial del virus serán un recuerdo lejano. Además, a medida que el virus continúa propagándose por todo el mundo, es poco probable que EE.UU. sea un caso atípico en términos de pérdida de vidas per cápita.
Eso implica que, a menos que haya una segunda ola, la economía volverá a ser el asunto dominante y eso abre un segundo conjunto de preguntas.
Por un lado, incluso en el mejor de los casos, es probable que el desempleo sea alto, probablemente de dos dígitos. A medida que se agotan los ahorros, el dolor económico para muchas familias se agravará. Por otro lado, salvo un desastre absoluto, la economía se recuperará, al menos temporalmente, a un ritmo vertiginoso.
Esto no requiere ser optimista sobre una recuperación en forma de V. Incluso si la economía recupera durante el verano solo una fracción de los empleos perdidos, el otoño bien podría ofrecer “los mejores datos económicos que hemos visto en la historia de este país”, según uno de los asesores económicos del expresidente Barack Obama.
¿Cómo reaccionarán los votantes? Hasta ahora parece que su respuesta es real, pero silenciada. La aprobación del trabajo de Trump sobre la economía ha caído significativamente desde sus máximos cerca de comienzos del año, pero se mantiene a flote. Fascinantemente, varias encuestas han mostrado que los votantes confían en el manejo de la economía de Trump por sobre el de Joe Biden, incluso cuando esas mismas encuestas indican que confían más en el rival demócrata cuando se trata de contener la propagación del virus.
Esa es una evidencia más de que los votantes actualmente no consideran que el virus y la economía estén relacionados y es probable que sean menos propensos a hacerlo en noviembre. Eso tiene a algunos demócratas preocupados por la posibilidad de un “escenario de terror” para Biden en el otoño.
Eso parece poco probable. Si los modelos económicos de las elecciones siguen siendo válidos, sugieren que lo que sucede durante el verano es más importante que lo que sucede en el otoño. Los votantes indecisos no basan su decisión en las últimas cifras de empleo, sino que se basan en cómo se sienten acerca de sus propias circunstancias económicas. A menudo hay un desfase entre ellas.
Cuando el presidente George HW Bush perdió la reelección en 1992, por ejemplo, la tasa de desempleo en realidad estaba cayendo (casi medio punto porcentual entre junio y octubre). La mayoría de los votantes, sin embargo, todavía percibían que la economía iba en una trayectoria descendente.
La alta aprobación actual de Trump en materia económica puede reflejar un tipo similar de desfase. Las solicitudes de desempleo se han disparado en los últimos meses, pero para muchos la dificultad recién comienza. Si el desfase persiste en el otoño, entonces el daño económico persistente de la pandemia puede afectar las posibilidades del presidente más que lo que lo ayudaría cualquier recuperación incipiente.