La ovación del público duró más de diez minutos. “The Apprentice”, una dramatización de los inicios de la carrera de Donald Trump, fue uno de los estrenos más anticipados del Festival de Cine de Cannes en mayo, al que acudieron nombres importantes de Hollywood, como la actriz Cate Blanchett y el director Oliver Stone. Las distribuidoras no tardaron en adquirir los derechos para estrenar la cinta en muchos países.
Pero en Estados Unidos, ningún estudio importante estuvo dispuesto a tocarla. La razón es sencilla, dijo un comprador de contenido estadounidense que miró a su alrededor en un restaurante de Beverly Hills para asegurarse de que nadie lo escuchara: “Miedo”.
De cierto modo, ahora Hollywood es más audaz que nunca. La transición de las transmisiones televisivas a la emisión en continuo ha liberado a los productores de las reglas que censuraban el lenguaje inapropiado y las escenas subidas de tono en la televisión de muchos países. Depender más de los ingresos de las suscripciones y menos de la publicidad también ha reducido la necesidad de crear contenido inofensivo “apto para las marcas”. En la última década, han florecido los dramas provocativos y las comedias que rompen paradigmas han gozado de un renacimiento.
Sin embargo, en lo que respecta a las noticias y la política, Hollywood se muestra cada vez más tímido. Mientras películas como “The Apprentice” tienen dificultades para asegurar su estreno en salas estadounidenses, los estudios tratan de no ofender a mercados extranjeros importantes como China. En la pantalla chica, las empresas de emisión en continuo se concentran en el entretenimiento y se rehúsan a producir los programas de noticias que solían ser un pilar de la televisión abierta y por cable. El resultado es un alejamiento generalizado de la programación política.
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Hollywood es territorio demócrata: Joe Biden recaudó US$ 30 millones ahí en un evento de recaudación reciente al que asistieron actores como George Clooney y Julia Roberts. Pero independientemente de lo sucedido durante el primer debate televisado, transmitido por CNN el 27 de junio, tras el cierre de esta edición de The Economist, la probabilidad de una secuela de la presidencia de Trump está haciendo temblar a la plana mayor de Hollywood.
Es bien sabido que Trump, una personalidad mediática por derecho propio y también adicto a las noticias por cable, es sensible a sus representaciones en pantalla. La carta de cese y desista que sus abogados enviaron a los creadores de “The Apprentice” les advierte que “el presidente Trump recurrirá a todos los medios jurídicos apropiados para hacerles rendir cuentas”. Un ejecutivo de Hollywood predice que, de resultar reelecto, Trump tendrá un efecto paralizador en la industria del cine y la televisión estadounidense: “Va a ir tras la gente que haga contenido que a él no le guste”.
Las relaciones entre los estudios y el gobierno se encuentran en un punto especialmente sensible porque la industria cinematográfica va rumbo a un periodo de escrutinio normativo. Durante el primer mandato de Trump, los defensores de las leyes de competencia intentaron impedir que AT&T comprara Time Warner, cuyo canal de noticias CNN a menudo criticaba al presidente y, a su vez, era uno de los blancos predilectos de las ofensas del exmandatario.
Ahora que los estudios enfrentan dificultades para generar ganancias con la emisión en continuo, es probable que haya una nueva ronda de consolidaciones. Paramount está en busca de un comprador y Warner Bros Discovery pronto podría necesitar uno. Trump apodó a Comcast, el gigante de la transmisión por cable que se ha proclamado como un posible comprador, “Concast” (“C-O-N, que significa ‘estafa’ en inglés”), porque no le gusta su cadena de noticieros por cable MSNBC.
Más allá de Trump, la polarización en Estados Unidos ha hecho que los estudios sean más cautelosos para no alejar a las audiencias con contenidos que parezcan tener una carga política. Luego de que Disney se peleó con Ron DeSantis, el gobernador republicano de Florida, por los derechos de la comunidad LGBTQ+ en 2022, los conservadores escudriñaron todas las producciones de Disney en busca de pruebas de una agenda “progre”. La detectaron en las tramas de películas como “Elementos”, una historia inocente, aunque poco sutil, sobre la armonía racial. Bob Iger, el director ejecutivo de Disney, les aseguró a los inversionistas que: “Siempre que la empresa Disney pueda tener un impacto positivo en el mundo… genial. Pero, en general, tenemos que ser una empresa principalmente de entretenimiento”.
El riesgo de repeler a los espectadores se exacerba a medida que las plataformas de emisión en continuo colocan el contenido de noticias de las empresas de medios junto a su oferta de entretenimiento. Antes, las audiencias conservadoras quizá no habrían asociado a MSNBC con las películas de “Mi villano favorito”. En la actualidad, se encuentran uno al lado del otro en Peacock, el servicio de emisión en continuo de NBCUniversal.
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Pero las cosas no solo se están complicando en casa. Hace veinte años que las películas estadounidenses empezaron a recaudar la mayoría de sus ganancias en las taquillas extranjeras, lo cual obligó a los estudios a prestar atención a los caprichos del público (y a los censores) de China y otros territorios. Ahora, la emisión en continuo está internacionalizando la televisión de la misma manera. Netflix, el servicio más grande de su tipo, está disponible en más de 190 países, cada uno con políticas diferentes.
A veces se requiere hacer ediciones locales: el año pasado, Netflix eliminó la serie china “Flight to You” de su plataforma en Vietnam luego de que el gobierno de ese país objetara el respaldo del programa hacia el reclamo por parte de China del territorio en el mar de la China Meridional. Ninguno de los principales servicios de emisión en continuo quiso incluir en su catálogo a “El disidente”, una película estrenada en 2020 sobre el asesinato de Jamal Khashoggi orquestado por el gobierno saudí. Bryan Fogel, el director de la cinta y ganador del Oscar, describió la decisión de las plataformas como: “Es mejor dejar las puertas abiertas a las empresas saudíes y al dinero saudí que… enfurecer al reino”. (Los ejecutivos de los servicios de emisión en continuo niegan esto).
Algunos de los nuevos jugadores de Hollywood procedentes de Silicon Valley tienen motivos de sobra para ser cuidadosos. Apple se ha convertido en un actor importante en la emisión en continuo, pero este negocio sigue siendo insignificante comparado con su división de hardware, que genera alrededor de 300.000 millones de dólares en ventas al año. La compañía no quiere poner en riesgo este pozo de efectivo. El año pasado, Apple dejó de trabajar con el comediante Jon Stewart, quien afirmó que la separación se debió a la incomodidad que sentía la firma respecto a la cobertura que él hacía en su serie de Apple TV+ de temas como las ganancias corporativas excesivas en Estados Unidos.
En medio de tanta controversia, las noticias son uno de los elementos del antiguo paquete de televisión que se está quedando fuera de la transición hacia la emisión en continuo. Netflix ha incursionado en la mayoría de los géneros de la televisión —incluyendo, hace poco, los deportes en vivo— pero no tiene ninguna intención de entrar al negocio de las noticias, pues sigue el mantra de su cofundador, Reed Hastings: “No estamos en el negocio de enfrentar al poder con la verdad, somos una empresa de entretenimiento”.
En 2022, Warner Bros Discovery canceló su servicio CNN+ tras menos de un mes de su lanzamiento. Apple produce un pódcast de noticias diarias bastante anodino y no planea hacer más. Tampoco Amazon (que está recibiendo solicitudes de revelar imágenes de Trump supuestamente usando lenguaje racista en el rodaje de una serie para MGM, que ahora es propiedad de Amazon).
“Estas empresas consideran que trabajar en la industria de noticias ahora es un acto más político que nunca, se podría decir”, comentó James Tager de PEN America, un grupo defensor de la libertad de expresión. “Y si la política significa ‘tomar partido’ en un país cada vez más polarizado, entonces… dar las noticias parecerá un callejón sin salida para los ejecutivos cautelosos”. Las firmas de redes sociales han llegado a la misma conclusión y han comenzado a reducir la distribución de noticias en sus cuentas. Hace poco, el director ejecutivo de Instagram explicó que las noticias y la política “no valen la pena en absoluto, dado el escrutinio, la negatividad (seamos honestos) y los riesgos a la integridad que conllevan”.
Hollywood no ha huido de la política por completo. Disney, ahora propietaria de ABC, está considerando traer más noticias a sus plataformas de emisión en continuo. El hecho de que Jeff Bezos ahora sea propietario de The Washington Post demuestra que no todos los magnates mediáticos y tecnológicos les temen a las noticias (aunque, últimamente, sí le han provocado dolores de cabeza al fundador de Amazon, dada la revuelta reciente que hubo en la sala de redacción del periódico por la llegada de un nuevo editor).
Y no todos en los medios de comunicación le temen a Trump: un ejecutivo tiene la esperanza de que un gobierno suyo al menos pueda ser más agresivo al momento de defender los derechos de propiedad intelectual en países propensos a la piratería como China. Pero, por ahora, la mayoría de Hollywood ha decidido que la política es un canal que es mejor dejar en silencio.
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