Más de 50 años han pasado desde que Richard Nixon comenzó la guerra de Estados Unidos contra las drogas, pero la victoria parece más lejana que nunca.
En los 12 meses transcurridos hasta setiembre de 2023, más de 105,000 estadounidenses murieron por sobredosis, casi el doble de los muertos en combate en Vietnam, Afganistán e Irak. No importa lo celoso que sea el gobierno a la hora de patrullar la frontera y con qué ferocidad persiga a los traficantes, el problema solo parece empeorar.
Tal deterioro registrado en la última década se debe sobre todo al fentanilo, un opioide sintético que es cincuenta veces más potente que la heroína y está implicado en cerca del 70% de las muertes relacionadas con las drogas en Estados Unidos.
El uso del fentanilo comenzó como un sustituto de los opioides que se obtenían con receta, pero su difusión continua es el resultado lógico de la guerra contra las drogas. El tráfico de narcóticos es tan lucrativo que los traficantes tienen un incentivo para innovar y así evadir mejor los controles.
El fentanilo y sus análogos son un producto casi perfecto: tan barato de fabricar que incluso se vende a 50 centavos la pastilla, sigue siendo muy rentable; tan poderoso y adictivo que un mercado cautivo está casi garantizado; tan fácil de fabricar, con tal variedad de productos químicos comunes, que se puede producir más o menos en cualquier lugar; tan concentrado que es fácil de ocultar y contrabandear.
Entonces no debería sorprendernos que Estados Unidos esté luchando por controlar el fentanilo. La represión del cártel de Sinaloa en México, que según las autoridades estadounidenses es la mayor fuente de este tipo de drogas, simplemente ha provocado que la producción se atomice.
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Los intentos por detener las exportaciones chinas de ingredientes se ven obstaculizados por recetas en constante evolución para la droga y cadenas de suministro en constante adaptación, por ejemplo, India se ha convertido en la última fuente de precursores químicos.
La atención que la Patrulla Fronteriza estadounidense ha puesto sobre los cruces cerca de San Diego, que alguna vez fue el principal conducto hacia Estados Unidos, ha provocado que el contrabando se desplace hacia el este, hacia Arizona.
Como era de esperar, muchos políticos piensan que la mejor respuesta son las tácticas extremas que son en sí mismas la culminación lógica de la guerra contra las drogas.
Los republicanos de alto rango han pedido una invasión a México para erradicar las pandillas (aunque los republicanos en el Congreso han rechazado la solicitud de Joe Biden de más fondos para patrullar la frontera). Se especula que Donald Trump contempló la posibilidad de atacar con misiles los escondites de los traficantes cuando era presidente.
Hay que reconocer que el gobierno de Biden ya está adoptando una estrategia más amplia. Por primera vez, el gobierno federal está gastando más para disuadir el consumo y tratar a los adictos que para intentar interrumpir el flujo de drogas.
Ha mejorado sus relaciones con China a tal punto que se lograron reanudar las iniciativas para frenar el comercio de precursores a través del Pacífico. Consciente de cuán mutables son las cadenas de suministro, el gobierno está tratando de crear una coalición global para realizar un mejor seguimiento de los productos químicos.
Tales medidas son bienvenidas, pero deberían ir más allá. Si es imposible impedir que el fentanilo llegue a los consumidores, se debe hacer más para ayudarlos a afrontar la falta de este.
Las autoridades estadounidenses deberían distribuir pruebas sencillas para que los usuarios puedan comprobar si sus drogas, como suele ser el caso, han sido mezcladas con fentanilo barato y adictivo; deberían aumentar el acceso a planes de tratamiento que incluyan sustitutos como la metadona y velar por que el antídoto contra las sobredosis esté ampliamente disponible; deberían renovar la educación sobre drogas, que se encuentra en un estado lamentable.
Y deberían despenalizar las drogas menos letales, como la cocaína, para liberar tiempo y fondos, que son escasos, a fin de centrarse en la que sí está matando a los estadounidenses en masa.
A los políticos de todas las tendencias no les gustan estas ideas, ya que parecen tolerar el consumo de drogas. Es poco probable que Estados Unidos intente algo tan radical. Pero el fentanilo ya es un problema en Canadá y también se está extendiendo en México. Al Reino Unido han llegado opioides sintéticos aún más potentes llamados nitacenos. Si el mundo quiere hacer frente a esta situación, como los traficantes, tendrá que innovar.
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