La guerra más larga de Estados Unidos acabó en mitad de la noche afgana.
El último vuelo, un gigantesco C-17 cargado con tropas y el embajador de Estados Unidos, dejó el aeropuerto de Kabul un minuto antes de la medianoche local, previo a la fecha límite del 31 de agosto fijada por el presidente Joe Biden.
Más de 120,000 personas huyeron en un accidentado puente aéreo del estricto régimen impuesto por los talibanes, que retomaron el poder 15 días antes, dos décadas después de ser derrocados por una coalición liderada por Estados Unidos.
Afganistán, que ya había rechazado al imperio británico y la Unión Soviética, reservó así la misma suerte a la mayor superpotencia moderna.
Desentendidos desde hace años de esta guerra, los estadounidenses quedaron impactados con la muerte de 13 de sus militares en un ataque suicida perpetrado por el Estado Islámico durante la evacuación de civiles en el aeropuerto de la capital afgana.
La imagen del presidente Joe Biden parado ante sus féretros envueltos en banderas en una base aérea de Delaware, el domingo, podría ser la última que queda de esta guerra.
Cinco de los muertos eran niños cuando Al Qaida, protegida por los talibanes, lanzó los ataques del 11 de setiembre del 2001, que detonaron el conflicto.
Segundo plano
Irónicamente, Estados Unidos dependió de los talibanes para asegurar el aeropuerto contra la amenaza del Estado Islámico.
“Los talibanes han sido muy pragmáticos y negociadores”, dijo el general Kenneth McKenzie, jefe del Comando Central de Estados Unidos.
Primer frente de la “Guerra contra el terror” declarada tras los atentados del 11 de septiembre, el país prácticamente pasó al segundo plano cuando la administración de George W. Bush decidió invadir Irak en el 2003.
Y Estados Unidos asumió tareas de construcción nacional para las que no estaba preparado.
Mientras, el gobierno afgano respaldado por Estados Unidos resultó corrupto e ineficiente para consolidar el poder, en tanto los talibanes persistieron como una poderosa insurgencia.
Decenas de miles de civiles y tropas afganas murieron.
El costo también fue inmenso para Washington: 2,356 soldados estadounidenses murieron, y se gastaron 2.3 billones de dólares, según el Instituto Watson de la universidad de Brown.
Final
El final empezó en el gobierno del expresidente Donald Trump, quien llegó al poder en el 2016 prometiendo acabar las “guerras eternas” y comenzó a negociar con los rebeldes.
En febrero del 2020 Washington se comprometió a retirarse para el 1 de mayo del siguiente año, a cambio de que los talibanes iniciaran negociaciones de paz con Kabul y no atacaran tropas estadounidenses.
Pero los insurgentes islámicos intensificaron luego su campaña contra las fuerzas afganas, que dependían enormemente de Estados Unidos.
Cuando Biden reemplazó a Trump el 20 de enero, quedaban unos 2,500 soldados estadounidenses en Afganistán.
La retirada se pospuso al 31 de agosto en tanto la Casa Blanca llegó a la conclusión de que los afganos no podían o no querían luchar solos.
“Fuimos a Afganistán por los terribles ataques que ocurrieron hace 20 años. Eso no justifica que sigamos allí en el 2021”, dijo Biden. “Es tiempo de acabar la guerra eterna”.
“Lo estropeamos”
Washington había planeado una retirada ordenada, esperando evitar imágenes de debacle como las que se vieron en Vietnam, en especial la foto de decenas de vietnamitas intentando escalar a un helicóptero desde el techo de la embajada estadounidense en Saigón.
“Bajo ninguna circunstancia verán gente recogida del techo de una embajada de Estados Unidos en Afganistán”, dijo Biden el 8 de julio.
Pero cinco semanas más tarde, unos helicópteros chinook aterrizaron en el techo de la embajada estadounidense para rescatar a diplomáticos.
Una escena quizá aún más dramática ocurrió en el aeropuerto de Kabul, en donde decenas de miles de afganos se reunieron en un desesperado intento por huir del país. Algunos incluso se subieron a aviones en pleno despegue y se estrellaron en el suelo.
“La gente está disgustada porque sus altos dirigentes le han defraudado. Y ninguno de ellos está levantando la mano y aceptando la responsabilidad o diciendo: ‘Lo estropeamos’”, dijo el teniente coronel de Marina Stuart Scheller.
Scheller fue luego retirado del cargo.