Difícil imaginar una abdicación más completa del liderazgo. Estados Unidos ha perdido a la fecha más de 105,000 personas por un virus aún no controlado. Unos 40 millones están sin trabajo, con la economía en caída libre.
De costa a costa, las ciudades arden, las protestas se desatan y el caos se dispara en una inmensa oleada de dolor y rabia por la violencia policial que parece intensificarse día a día. Desde la guerra de Vietnam, el país no ha sufrido tanto malestar ni ha enfrentado tantas crisis graves a la vez.
¿Y qué está haciendo el presidente de Estados Unidos en medio de todo esto? Principalmente, tuitear.
Además de su mezcla habitual de insultos y quejas, Donald Trump ha utilizado recientemente su cuenta de Twitter para transmitir teorías de conspiración desconcertantes, expresar fantasías espeluznantes y ofrecer observaciones ociosas sobre los titulares del día, como si alguien más dirigiera el gobierno.
Apenas ha reconocido la fuente de la agitación nacional, la trágica muerte de George Floyd a manos de un oficial de policía de Minneapolis, y mucho menos la ha abordado de manera efectiva. No parece tener ninguna urgencia, no ofrece ideas y no muestra inclinación a ponerse al día o escuchar la voz de las personas que protestan en su puerta.
El lunes, después de un discurso desconcertante en Rose Garden, Trump hizo que los agentes de policía despejaran a los manifestantes en su mayoría pacíficos frente a la Casa Blanca, usando agresivamente botes de humo, granadas de destello y porras y —con lo que puso en riesgo la seguridad de estos— para poder tomarse una foto en una iglesia cercana, lo que enfureció al obispo local, el alcalde de Washington y un departamento de policía vecino usado para el fin. Resulta casi imposible de creer.
Pedirle a este presidente que se ponga serio parece casi cómicamente inútil a estas alturas. Excepto que no es gracioso. La ausencia total de liderazgo ejecutivo ha tenido un precio terrible. Aún no se ve por ninguna parte una estrategia nacional coherente para combatir el covid-19, incluso mientras el grupo de trabajo para el coronavirus del presidente se desvanece.
Frente a una calamidad económica, la Casa Blanca solo ofrece un poco de optimismo y autogratificación. En medio de los peores disturbios civiles en una generación, una expresión de empatía o una exhortación a lo mejor del espíritu podría paliar el estado de ánimo nacional. Sin embargo, incluso estos pasos básicos parecen superar por completo la capacidad de Trump.
Un presidente normal reconocería el horror de la muerte de Floyd y todo lo que representa. Él o ella insistiría en que los disturbios no logran nada productivo, al tiempo que reconocería que las frustraciones que expresan provienen de siglos de discriminación. Y cualquier ocupante de la Oficina Oval debe comprender que ayudar a unir y reparar el país en un momento como este es parte del trabajo, algo que Trump no entiende en absoluto.
Rara vez en la historia de Estados Unidos un presidente ha sido tan inadecuado para un momento o tan decisivamente superado por los acontecimientos. En una crisis que exige resolución y competencia, el comandante en jefe se sienta en su casa, tocando débilmente su teléfono. Es una metáfora potente, y una vergüenza nacional.