Tras las catástrofes de Chernóbil en 1986 y Fukushima en el 2011, alejarse de la energía nuclear parecía prudente. Ahora parece un grave error, y no solo porque los costos mundiales de la energía estén aumentando. En las próximas décadas, es probable que una transición ordenada, económica y políticamente sostenible hacia una electricidad sin emisiones de carbono requiera un componente nuclear mucho mayor.
Según estimaciones plausibles, la energía nuclear es casi tan limpia y segura como la eólica o la solar, y mucho más limpia y segura que la biomasa, el gas, el petróleo o el carbón. Como cualquier tecnología de este tipo, plantea desafíos, pero con un compromiso suficiente de esfuerzo y recursos, pueden superarse. Cuanto antes se entienda esto, más posibilidades tendrá el mundo de ganar la guerra contra el cambio climático.
Estados Unidos y, sobre todo, Europa no solo han optado por invertir menos en la construcción de nuevas centrales nucleares. Han adelantado el retiro de instalaciones que en realidad proporcionaban energía barata y libre de carbono. De forma tardía, el mundo ha comprendido que hay que acelerar los esfuerzos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Pero los costos de hacerlo también son cada vez más claros. Si la transición hacia cero emisiones de carbono es excesivamente perturbadora o se considera una gran amenaza para el nivel de vida, el apoyo al esfuerzo podría fracasar. En este sentido, retirar las centrales nucleares antes de lo previsto es una locura.
Las consecuencias inmediatas del retiro de la energía nuclear en Europa lo demuestran. Los precios de la energía al por mayor se han cuadruplicado desde el comienzo de la pandemia, y podría ser peor. Alemania, por ejemplo, ha liderado este retiro. Este año cerrará la última de sus centrales nucleares. Aparte del impacto por el aumento de los costos, la repentina dependencia de Alemania del gas procedente de Rusia ha socavado la alianza occidental y ha llevado al Gobierno alemán a apaciguar abiertamente al presidente Vladimir Putin mientras amenaza con una guerra contra Ucrania.
Mantener en funcionamiento las centrales nucleares existentes es una cosa, pero ¿qué pasa con la construcción de nuevas capacidades? Los escépticos dicen que las inversiones en energía eólica y solar harán que esto sea innecesario. Tal vez, pero es una apuesta. Para que sea rentable, las energías eólica y solar tendrán que seguir siendo más baratas y el mundo necesitará mejorar radicalmente las tecnologías de almacenamiento. Teniendo en cuenta lo que está en juego, sería un error descartar las alternativas, no solo la nuclear, que está comprobado, sino también la captura de carbono y otras tecnologías potencialmente útiles.
Los detractores de la energía nuclear dicen también que marcar la diferencia tomará demasiado tiempo, y que las nuevas centrales son caras, difíciles de construir y están sujetas a una planificación prolongada y a otros retrasos. Todas estas dificultades son reales, pero como son en parte el resultado de la política, una política mejor puede resolverlas.
La energía nuclear es menos cara de lo que parece, una vez que se considera el elevado costo social del carbono. Cuanto más piensen los responsables políticos en términos de precios eficientes, e idealmente recurran a un impuesto explícito sobre el carbono, más fácil será comparar los costos de forma inteligente. La energía eólica, la solar y las inversiones en eficiencia energética pueden ser aún más baratas —todas ellas son necesarias—, pero el suministro de energía eólica y solar fluctúa, mientras que la nuclear proporciona una energía de base confiable.
Las centrales nucleares son difíciles de construir, en parte porque el declive forzado de la industria ha provocado la atrofia de los conocimientos y la experiencia pertinentes. Mediante el uso de pequeños reactores modulares —que los Gobiernos podrían apoyar con incentivos fiscales y de otro tipo— se podrían construir más componentes en fábricas en lugar de in situ, lo que aceleraría la construcción y reduciría los costos.
Los retrasos en la planificación reflejan el consenso posterior a Fukushima, expresado en una nueva e interminable burocracia, de que agregar capacidad nuclear es una tontería. Si ese prejuicio es erróneo, y se ve que es erróneo, se pueden cambiar las reglas.
El prejuicio contra la energía nuclear es realmente erróneo, y peligrosamente erróneo. La energía nuclear puede hacer una contribución vital a la lucha contra el cambio climático. Sin más dilación, los Gobiernos deben reconocer esta verdad y actuar en consecuencia.