Para comprender la magnitud del colapso financiero de Venezuela, viaje al sureste de Venezuel, pase por los campos petroleros y el río Orinoco, y diríjase a las profundidades de la sabana que cubre uno de los rincones más remotos del país.
Allí, en las peluquerías, los restaurantes y los hoteles que constituyen la franja principal compuesta por un polvoriento puesto tras otro, encontrará que los precios se muestran en gramos de oro.
¿Una estancia de una noche en un hotel? Eso costaría medio gramo. ¿Almuerzo para dos en un restaurante chino? Un cuarto de gramo. ¿Un corte de pelo? Un octavo de gramo, por favor. Jorge Peña, de 20 años, calculó que el octavo equivalía a tres pepitas pequeñas, o US$5. Después de hacerse recientemente un corte en la ciudad de Tumeremo, se las entregó a su barbero, quien, satisfecho con el cálculo de Peña, se los guardó rápidamente. “Puedes pagar todo con oro”, dice Peña.
En la economía global de alta tecnología del siglo XXI, donde las transacciones por contacto están de moda, esto es lo menos tecnológico que existe.
La mayor parte del mundo dejó el oro como medio de intercambio hace más de un siglo. Su resurgimiento en Venezuela hoy es la manifestación más extrema del repudio de la divisa local, el bolívar, que ha barrido el país. Se ha vuelto casi inútil por la hiperinflación. (El régimen de Nicolás Maduro le acaba de recortar otros seis ceros).
En su lugar, el dólar se ha convertido en la opción de facto en Caracas y otras ciudades importantes. A lo largo de la frontera occidental con Colombia, el peso es la moneda dominante. Se utiliza en más del 90% de las transacciones en la ciudad más grande de la región, San Cristóbal, según la firma de investigación Ecoanalítica. En la frontera sur con Brasil, el real suele ser la moneda de elección. Y el euro y las criptomonedas también tienen sus nichos en algunas zonas del país.
Se perdió la confianza
El economista Luis Vicente León, presidente de la empresa de investigación con sede en Caracas Datanálisis, dice que la gente simplemente dejó de confiar en el bolívar y que ya no cumplía su función como depósito de riqueza o medio de contabilidad o de intercambio.
Hoy en día, solo los venezolanos más pobres, aquellos que no tienen fácil acceso a dólares u otras monedas, todavía usan bolívares. Según León, la gente prefiere cualquier moneda antes que el bolívar.
En partes del sureste de Venezuela, esa moneda es el oro.
La tierra allí, un impresionante mundo de montañas y cascadas gigantes que caen sobre exuberantes valles, está llena de metales preciosos. La tentación de obtener riquezas de la noche a la mañana ha atraído a generaciones de aspirantes a mineros y grabado los nombres de las ciudades de la región, El Callao y Guasipati, en el folclore venezolano.
Actualmente, el área es un lugar violento y sin ley, invadido por bandas y guerrillas. Los tiroteos con los soldados de Maduro, que controlan muchas de las minas más grandes, son comunes. Y, sin embargo, los venezolanos todavía vienen de todas partes, impulsados por la escasez de trabajo estable en medio de una depresión económica que se ha extendido por más de una década.
Los pequeños operadores de minas ilegales generalmente pagan a los jornaleros en pepitas. Esa oferta constante, junto con el hecho de que la recepción de internet es tan mala que las transacciones digitales son casi imposibles, hace del oro la opción menos mala para los locales.
‘Fragmentar pepitas’
Usan herramientas manuales para fragmentar las pepitas y luego las llevan en sus bolsillos, a menudo envueltas en billetes de bolívares, uno de los pocos usos que le quedan a la moneda. Las tiendas tienen balanzas pequeñas, pero algunos comerciantes y consumidores ya se sienten tan cómodos manejando el metal que calculan la cantidad de oro a simple vista.
Para el forastero sin experiencia, esto suena salvaje.
¿Cómo es posible determinar la autenticidad y el peso con una simple mirada de alguien que no ha recibido formación en mineralogía? Los expertos en oro, sin embargo, respaldan lo que dicen los lugareños: la habilidad se desarrolla con el tiempo.
Juan Carlos Artigas, jefe de investigación en el Consejo Mundial del Oro en Nueva York explica que el oro es un elemento que, a diferencia de los diamantes que son difíciles de evaluar, tiene características intrínsecas y hay cosas específicas que se pueden buscar, especialmente en las piezas más pequeñas.
El uso de oro se está expandiendo lentamente a las ciudades cercanas, incluida Ciudad Bolívar, la capital del estado ubicada a la orilla del Orinoco. Los mineros viajan regularmente allí para vender sus lingotes cuando quieren transformarlos en efectivo, y las tiendas en los centros comerciales los cambian por dólares.
Pero en las ciudades mineras como Tumeremo, hay poca necesidad de llevar algo más que oro.
El propietario de un pequeño hotel en la ciudad (solo da su primer nombre, Omar, por razones de seguridad) dice que paga a su personal con oro, utilizando las pepitas que le entregan los clientes. Cobra medio gramo la noche por una habitación.
Aproximadamente dos tercios de los clientes pagan con oro, estima Omar. También acepta dólares y otras monedas extranjeras de quienes no tiene oro. ¿Y los bolívares? Por ley, él no puede decir que no, así que los toma de mala gana, dice, y luego los gasta rápidamente.