Daniel Charles Wilson cree que los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueron planeados y ejecutados por el propio gobierno estadounidense. La guerra en Ucrania está “escenificada” y la pandemia de COVID-19 es “totalmente falsa”. Adicionalmente, de la ¿La bomba en el maratón de Boston? ¿Las masacres en Newtown, Connecticut; Buffalo, Nueva York y Uvalde, Texas? “Actores en escenas de crisis”, asegura.
Wilson, de 41 años y residente en London, Ontario, Canadá, duda de las elecciones libres, las vacunas y también de la insurrección del 6 de enero. Acepta pocos sucesos de los últimos 20 años y pronostica que, algún día, internet volverá a todos tan desconfiados como él.
“Es la era de la información y el gobierno oculto, la gente que controla todo, saben que no pueden ganar”, aseguró Wilson a The Associated Press. “Nos mienten a todos, pero vamos a sacar todo a la luz. Será un cambio bueno para todos”.
Wilson, que está escribiendo un libro sobre sus ideas, no es un caso aislado de incredulidad perpetua. Expresa el pensamiento de una cantidad cada vez mayor de gente en los países occidentales que ha perdido la fe en la gobernanza democrática y la libertad de prensa y que acoge teorías conspirativas para llenar el vacío.
Rechazan lo que dicen los científicos, los periodistas o los funcionarios públicos, y, en cambio, creen en historias de oscuras conspiraciones y explicaciones secretas. Adicionalmente, sus creencias, según los estudiosos de la desinformación y el extremismo, reflejan una pérdida generalizada de confianza en instituciones como el gobierno y los medios.
Una encuesta realizada el año pasado por The Associated Press-NORC Center for Public Affairs Research halló que apenas el 16% de los estadounidenses creen que la democracia está funcionando bien o muy bien. El 38% considera que funciona más o menos bien.
Otras encuestas revelan que mucha gente pone en duda a los medios, los políticos, la ciencia e inclusos unos a otros.
La desconfianza ha penetrado a un grado tal, que grupos aparentemente afines desde el punto de vista ideológico empiezan a cuestionarse mutuamente sus motivos e intenciones.
Hace unos días, en la víspera del Día de la Independencia de Estados Unidos, el 4 de julio, un centenar de hombres enmascarados portando banderas fascistas marcharon por las calles de Boston. Los orgullosos participantes subieron videos y fotos de la marcha en foros en línea concurridos por partidarios del expresidente Donald Trump y seguidores de QAnon, una teoría que sostiene que la Tierra es gobernada secretamente por un grupo de caníbales satánicos abusadores de niños.
La respuesta a los supremacistas blancos no fueron elogios, sino incredulidad. Algunos carteles dijeron que los manifestantes eran evidentemente agentes del FBI o miembros de antifa —es decir, antifascistas— cuya intención era difamar a los verdaderos seguidores de Trump. Qué importa que los hombres se jactaran de su activismo y rogaran que se los creyera. “Otra bandera falsa” escribió en Telegram un hombre que se autocalificó de conservador.
Los creyentes de las teorías conspiratorias usan el término “false flag” (bandera falsa) para referirse a supuestos montajes y maniobras de distracción orquestados por grupos poderosos.
Asimismo, cuando un sitio web extremista que vende las llamadas armas fantasma —armas de fuego sin número de serie— preguntó a sus seguidores qué pensaban hacer el 4 de julio, varios respondieron acusando al sitio de trabajar para el FBI. Recientemente, cuando reapareció un supuesto Q, el creador de QAnon, muchos conservadores que apoyan el movimiento se preguntaron si el nuevo Q no era en realidad un infiltrado del gobierno.
La semana pasada, cuando una bomba destruyó un monumento en Georgia que muchos cristianos conservadores tachan de satánico, aparecieron mensajes de elogio en sitios de la ultraderecha, pero muchos dijeron que descreían de la noticia.
“No confío en eso. Sigo pensando que es ff”, tuiteó una mujer, utilizando la sigla de “false flag”, o bandera falsa.
La firma global de relaciones públicas Edelman, con sede en Nueva York, realiza encuestas sobre la confianza pública desde 1999, cuando la reunión de la Organización Mundial de Comercio en Seattle fue alterada por manifestaciones violentas contra la globalización. Tonia Reis, directora de las encuestas Trust Barometer (Barómetro de Confianza) de la firma Edelman, dice que la confianza es una mercancía de gran valor, vital para el funcionamiento de la economía y el gobierno.
“La confianza es absolutamente esencial para el buen funcionamiento de la sociedad”, afirmó Reis. “Es una de esas cosas como el aire, en las que nadie piensa hasta que se dan cuenta de que no la tienen, o la han perdido o dañado. Y entonces, puede ser demasiado tarde”.
Los estudiosos de la desinformación y la cognición humana consideran que el desgaste de la confianza está vinculado con el auge de internet y la manera como se puede explotar para los temas contenciosos del cambio social y económico.
La desconfianza y la suspicacia eran evidentemente ventajosas para las pequeñas bandas de seres humanos primitivos que trataban de sobrevivir en un mundo peligroso y esas emociones sirven aún para medir el riesgo, pero el mundo moderno requiere que la gente confíe en los desconocidos que inspeccionan sus alimentos, patrullan sus calles y escriben las noticias. Las instituciones democráticas, con sus normas y controles y equilibrios, sirven para sumar la rendición de cuentas a esa confianza.
Cuando desaparece esa confianza, aumentan la polarización y la ansiedad, lo que genera oportunidades para los que promueven los llamados “hechos alternativos”.
“La gente no puede verificar cada hecho que sucede en el mundo”, recalcó el doctor Richard Friedman, psiquiatra y profesor en la Facultad de Medicina Weill Cornell y autor de trabajos sobre la psicología de la confianza y la incredulidad. “Las rodean fuentes contrastantes de información, tanto buena como mala. Sienten temor por el futuro y hay abundancia de actores malignos capaces de convertir ese miedo y ansiedad en armas”.
La lista de actores malignos incluye los estafadores que venden malas inversiones o remedios falsos para el COVID-19, agentes rusos de desinformación que tratan de socavar las democracias occidentales, o políticos locales como Donald Trump, cuyas mentiras sobre la elección de 2020 provocaron el ataque del 6 de enero de 2021 al Capitolio.
Investigaciones y encuestas revelan que la creencia en las teorías conspirativas se ha difundido y generalizado. Los creyentes prefieren obtener su información en las redes sociales en lugar de las empresas de periodismo profesional. El auge y la caída de determinadas teorías conspirativas suele estar vinculado con hechos reales, así como cambios sociales, económicos o tecnológicos.
La gente como Wilson, que cree en una teoría conspirativa, probablemente cree también en otras, aunque se excluyan mutuamente. Un trabajo de 2012 abordó las creencias en torno a la muerte de la princesa Diana de Gales en un accidente automovilístico en 1997. Las mismas personas que creían que Diana fue asesinada también decían creer que escenificó su propia muerte.
Wilson dice que empezó a creer en las conspiraciones el 11 de septiembre de 2001, cuando no pudo aceptar que las torres gemelas pudieran ser derribadas por aviones de pasajeros. Dice que encontró en internet información que confirmaba sus creencias y empezó a sospechar que había conspiraciones detrás de otros sucesos mundiales.
“Tienes que descubrirlo por tu cuenta”, dijo. “La realidad oculta, lo que realmente sucede, no quieren que lo sepas”.