Tan cierto como que la lluvia cae y los capullos florecen, cada junio el hemisferio norte se despierta a otro rito –menos inspirador– de primavera: un nuevo máximo de dióxido de carbono atmosférico global. Este año, ese número es de 419 moléculas de CO₂ por cada millón de moléculas de aire, es decir, partes por millón (ppm).
De acuerdo con evidencia geológica recopilada durante las seis décadas que los científicos han estado monitoreando el CO₂ atmosférico, el máximo de este año parece ser el más alto en hasta 4.5 millones de años. Esta acumulación sostenida de gases de efecto invernadero está provocando un peligroso calentamiento global en todo el mundo.
En 1958, cuando comenzaron las mediciones modernas, el CO₂ atmosférico se ubicaba en 316 ppm. Hace tres siglos, antes del comienzo de la era industrial, los registros geológicos muestran que el número era de 280 ppm. En otras palabras, al quemar combustibles fósiles en generadores y automóviles, la humanidad ha aumentado las concentraciones del gas de efecto invernadero más importante en un 50%.
Dos organizaciones han mantenido el registro histórico durante las últimas seis décadas. El Instituto Scripps de Oceanografía fue pionero en la práctica cuando el científico climático Charles David Keeling instaló su equipo en el volcán Mauna Loa de Hawái. La Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos le siguió en 1974.
Las alteraciones económicas relacionadas con la pandemia que redujeron las emisiones de forma drástica prácticamente no tuvieron efectos sobre la trayectoria del CO₂, un hallazgo que los investigadores predijeron ya en abril del 2020. El promedio de mayo aumentó en 1.8 ppm con respecto a mayo del 2020, un poco menos que la tasa de crecimiento anual del 2017 y 2011.
Las concentraciones de CO₂ atmosférico fluctúan año tras año y promediaron alrededor de 2.5 ppm al año entre el 2010 y 2019. Las cifras no se determinan únicamente por la contaminación, sino que también dependen de las variaciones en la velocidad a la que los océanos y las plantas absorben CO₂.
La concentración atmosférica sigue un ciclo estacional, que suele alcanzar su punto máximo en mayo, cuando las plantas del hemisferio norte, donde habita la mayoría de ellas, comienzan a atraer CO₂ hacia sus tejidos.
“El principal botón de control del CO₂ atmosférico son las emisiones de combustibles fósiles”, dijo Ralph Keeling, geoquímico de Scripps e hijo del científico que lanzó las mediciones en 1958, “pero todavía tenemos un largo camino por recorrer para detener el aumento, ya que cada año se acumula más CO₂ en la atmósfera. En última instancia, necesitamos recortes que sean mucho más grandes, y sostenidos por más tiempo, que los cierres de 2020 relacionados con el COVID”.