Mientras oía morir a su padre, el niño se quedó quieto tumbado sobre el asfalto. Le dolía el codo, atravesado por una bala. Le escocía el pulgar, donde otra le había rozado.
Era otro asesinato en una calle solitaria de Bucha, una población a las afueras de la capital de Ucrania, Kiev, donde se siguen encontrando cuerpos de civiles semanas después de que se retirasen los soldados rusos. Muchos de los muertos recibieron disparos en la cabeza.
Yura Nechyporenko, que entonces tenía 14 años, estaba a punto de convertirse en uno de ellos.
Los sobrevivientes han descrito cómo los soldados les dispararon cerca de los pies o les amenazaron con granadas, antes de ser apartados por algún compañero más calmado. Pero ese día de marzo no había nadie para sujetar al soldado ruso cuando Yura y su padre, Ruslan, de 47 años, pasaban en bicicleta por una calle flanqueada de árboles.
Iban a visitar a vecinos vulnerables, refugiados en sótanos y casas sin electricidad ni agua corriente. Llevaban una tela blanca anudada en las bicicletas, una señal de que iban en paz.
Cuando el soldado salió de un camino de tierra para increparles, Yura y su padre se detuvieron de inmediato y levantaron las manos.
“¿Qué hacen?”, preguntó el soldado. El padre de Yura no tuvo tiempo de responder. El chico oyó dos disparos. Su padre cayó al suelo, con la boca abierta y ya sangrando.
Un disparo alcanzó la mano de Yura y él también cayó. Otro disparó le dio en el codo. Cerró los ojos. Hubo un último disparo.
El extraordinario testimonio de Yura de un intento de asesinato por parte de soldados rusos llama la atención en un momento en el que expertos en justicia internacional llegan a Bucha, convertida en núcleo de los horrores y crímenes de guerra en Ucrania. Sólo en Bucha, 31 menores de 18 años murieron y 19 resultaron heridos, según las autoridades locales.
“Todos los niños fueron asesinados o heridos de forma deliberada, dado que los soldados rusos dispararon de forma deliberada a autos que evacuaban con carteles de ‘NIÑOS’ y con tela blanca atada, y dispararon de forma deliberada a las casas de civiles”, dijo el fiscal jefe de la región, Ruslan Kravchenko.
La oficina de derechos humanos de Naciones Unidas dice que al menos 202 niños han muerto en la invasión rusa en Ucrania, y cree que el número real es considerablemente mayor. El gobierno ucraniano ha contabilizado 217 niños muertos y unos 390 heridos.
A partir de diversas fuentes, AP y Frontline han documentado de forma independiente 18 ataques en los que murieron niños que probablemente cumplen la definición de crimen de guerra. El número de menores que fueron víctimas de los ataques se desconoce, y esa cifra supone apenas una parte de los posibles crímenes de guerra.
Yura es un adolescente en pleno desarrollo, espigado y con granos en el rostro, y sombras oscuras bajo los ojos. Se tumba en el suelo de la casa familiar para explicar lo que ocurrió y muestra los agujeros que se están curando en su codo.
Su madre, Alla, respira hondo para tranquilizarse. Yura se sienta y la abraza, antes de poner su cabeza sobre el hombre de su madre.
En ese aciago día, Yura sobrevivió al intento de asesinato gracias a esa constante de los adolescentes, su sudadera gris. El disparo atravesó la capucha en lugar de a él, y él sintió cómo se movía.
Yura se quedó quieto unos minutos en el suelo, esperando a que el soldado se marchara. Después, Yura echó a correr.
Cuando finalmente llegó a casa, su familia llamó a la policía. La policía dijo a la familia que los agentes no sabían qué hacer con el caso, según el tío del chico, Andriy. Un reporte del fiscal describe el asesinato y el intento de asesinato en unas pocas frases asépticas. Kravchenko dijo que siguen trabajando en el caso de Yura.
El fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) anunció en marzo que las investigaciones de crímenes contra niños en particular recibirían apoyo de un nuevo fondo. Los niños suponen la mitad o más de los afectados por los conflictos, pero a menudo se considera que son demasiado vulnerables para declarar o que su memoria es imprecisa, señaló Veronique Aubert, asesora especial del fiscal de la CPI sobre crímenes que afectan a niños.
El caso de Yura es inusual.
“Los fiscales podrían querer este caso porque la víctima sigue viva y podría declarar”, dijo Ryan Goodman, profesor de derecho de la Universidad de Nueva York y exasesor especial del Departamento de Defensa. “Podría ser difícil, si no imposible, que un acusado alegue que tenían alguna justificación para intentar matar a un niño”.
La familia de Yura recuperó el cuerpo de su padre al día siguiente. La abuela de Yura imploró a los soldados rusos que la dejaran acercarse.
Con las armas cargadas, la dejaron pasar por delante. Otro soldado gritó desde lejos, “no venga aquí o la mataremos”. Pero no disparó.
Llevaron el cuerpo a casa en una carretilla y lo enterraron en el jardín, en una de las muchas tumbas cavadas a toda prisa durante el mes de ocupación rusa.
Yura y su familia salieron de Bucha al día siguiente en una de las pocas oportunidades de salir en un corredor de evacuación. Tuvieron que pasar por el lugar del tiroteo. Yura llevaba el brazo en un cabestrillo blanco y los soldados rusos preguntaron qué había pasado. “Me disparó un soldado ruso”, respondió el chico.
La respuesta aterrorizó a su madre. “Sentí que todo se derrumbaba dentro de mí”, recordó. “Creí que nos dispararían a todos”. Pero los soldados les dejaron pasar. La familia dejó el lugar ese día.
La sudadera gris, ensangrentada en el codo y con la costura superior desgarrada, es ahora el centro de la búsqueda de justicia de la familia. Cuando se marcharon los rusos, regresaron a Bucha y volvieron a enterrar al padre de Yura.
Su madre estudia enviar al chico al extranjero por su salud mental. Ella también necesita algo de distancia. “Físicamente nunca estoy sola, pero es posible estar sola mentalmente”, dijo al borde de las lágrimas. “Intento evitarlo”.
Ella espera que los tribunales funcionen y cree que nadie debería pasar por lo que pasó su hijo. Yura teme que ya haya ocurrido. “No soy el único que quiere justicia”, dijo. “Incluso ahora podría haber gente que está siendo torturada y asesinada en Ucrania”.
Yura cumplió 15 años el 12 de abril. Fue un cumpleaños con pocos festejos. Normalmente, su padre, un buen cocinero, preparaba algo para celebrarlo.
La familia volvió a reunirse el 25 de abril para conmemorar los 40 días desde la muerte de Ruslan, como es la costumbre local. Yura encendió en silencio una vela y la colocó en la tumba. Después se cubrió la cabeza con la capucha de una sudadera, una negra, para protegerse del frío.
El tío del chico, Andriy, teme que el trauma de sobrevivir a la muerte acabe afectando a Yura. “Esto me rompe el alma”, dijo Andriy entre lágrimas. “Lo que vemos es sufrimiento tras sufrimiento”.