A golpe de ‘jogo bonito’, ‘cracks’ legendarios, cantera inagotable y cinco títulos mundiales, Brasil se ganó la reputación del “país del fútbol”. ¿Pero la tierra del ‘rey’ Pelé aún merece este apodo?
Si una vez el mundo se rindió a los pies del juego pícaro y osado del eterno 10, así como de Garrincha y Ronaldinho Gáucho, la ‘Canarinha’ actual es muy criticada por ser incapaz de traer a casa la Copa del Mundo desde 2002 y el Balón de Oro desde 2007 con Kaká.
“Vivimos una baja. Antes teníamos más atletas de alto nivel”, dijo recientemente a la AFP Edinho, hijo mayor del fallecido Pelé.
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La crisis no escapa tampoco al presidente Luiz Inácio Lula da Silva, que reconoce que su patria “ya no hace el mejor fútbol del mundo”.
¿Qué pasó con la que fue la carta de presentación de Brasil desde la primera conquista mundial, en 1958?
En primer lugar, el fútbol callejero, de donde salieron muchas leyendas brasileñas como Rivellino, Zico y Romário, está en vías de desaparición.
Niños y jóvenes ya no juegan al balón como hicieron durante décadas, hasta que el sol se escondía en playas, barrizales y potreros.
“Ya no hay nadie jugando en las calles. No se oyen historias de un pelotazo que rompió el vidrio de la casa de la vecina”, lamenta Lauro Nascimento, en el intermedio de un cotejo de su club aficionado, el Aurora, en el norte de Sao Paulo.
Barreras en la ciudad
De niño, este trabajador del sector financiero, de 52 años, se quebró varios dedos de los pies por jugar descalzo en calles de tierra y piedras de su barrio Vila Aurora.
Pero ahora las calles de esta barriada están asfaltadas y en el potrero en que también se batían se construyeron dos edificios.
“Antes cualquier espacio libre era suficiente para hacer del fútbol una iniciación. Hoy son vistos como un excelente terreno para construir”, apunta la historiadora deportiva Aira Bonfim, para quien la inseguridad urbana también ha alejado a los jóvenes de practicar el deporte ‘rey’.
Manchado por el lodo azafranado y con su uniforme auriazul, Nascimento juega en una de las pocas “várzeas” (potreros de tierra naranja) que sobreviven en el norte de Sao Paulo en medio del gris del cemento.
Por este terreno maltrecho de césped y tierra naranja, él y sus amigos abonan 160 dólares mensuales.
Tener que pagar supone además una barrera para las clases bajas, semilleros históricos de los mejores jugadores.
Los niños pobres quedan a merced de travesear en las escuelas de fútbol gratuitas (apenas una de cada cinco es gratis, según un estudio independiente de 2021), en el colegio o en proyectos sociales.
Y muchas veces sobre grama sintética, que exige menos esfuerzos que las canchas irregulares, cuyas superficies se estiman claves para desarrollar la codiciada técnica brasileña.
Basta un recorrido por las ruidosas y pobladas capitales brasileñas para constatar la ausencia de balones.
“La pasión por el fútbol todavía existe, pero es una actividad que hoy no es tan fácil de practicar”, resume Edson Nascimento, de 57 años, presidente del Aurora.
De alegre a mecánico
La caída de la práctica tiene “un impacto muy fuerte en nuestro fútbol”, sostiene el investigador Euler Victor. “Tenemos una generación gigantesca de brasileños jugando en Europa, pero poquísimos protagonistas”, añade.
El último gran exponente, Neymar, brilló con la camiseta del Barcelona pero su imagen se ha difuminado entre polémicas y lesiones.
Las esperanzas están actualmente puestas en Vinícius Jr, atacante del Real Madrid, y el jovencísimo Endrick, de 17 años, a punto de emigrar del Palmeiras al equipo merengue.
Brasil sigue siendo el principal exportador y productor de futbolistas, pero recibe menos dinero por sus ventas.
En 2023 se pagaron US$ 935.3 millones por 2,375 brasileños, un 19% menos que lo desembolsillado por los 1,753 negociados en 2018, según informes de la FIFA.
El retroceso puede explicarse por el auge de las contrataciones de agentes libres o las ventas precoces de jugadores a Europa (más jóvenes, más baratos).
Pero también por la dificultad de hallar astros que se diferencien en un balompié cada vez más homogéneo, que prioriza la táctica basado en el modelo europeo.
“El nivel técnico cayó bastante (...) El estilo de juego cambió y esa evolución ha terminado por quitarles parte de la creatividad a nuestros jugadores. Como resultado, nuestro fútbol, que solía ser más alegre, se ha vuelto más mecánico”, sostiene Victor Hugo da Silva.
Dificultades físicas
En la escuelita del Flamengo donde se formó Vinícius Jr, en Sao Gonçalo, cerca de Rio de Janeiro, Da Silva entrena en una cancha de grama sintética a niños de entre siete y diez años.
Dos coloridos carteles gigantes con imágenes del atacante observan la práctica al caer la calurosa tarde carioca.
El portero Miguel, de nueve años, lleva el pelo tinturado de rubio, a lo Neymar. “¿Mi sueño? Jugar en las divisiones menores del Flamengo”, cuenta.
Da Silva no cuestiona la pasión de la nueva sangre por el deporte más popular. Pero alerta sobre “dificultades” para formarlos debido a retrasos físicos que atribuye a la inactividad y el “vicio” a los aparatos electrónicos.
En Brasil hay más celulares que los 203 millones de habitantes y el 34% de la población de entre cinco y 19 años tiene sobrepeso u obesidad, según el Atlas Mundial de la Obesidad de 2024.
“Antes tomabas a un niño y ya había jugado en la calle, así que le dabas continuidad en educación y motricidad. Ahora no, muchos vienen muy crudos, sin experiencia, sin didáctica, sin coordinación motriz, y eso también se refleja en el juego”, sostiene el DT.
Y sin embargo...
Robson Zimerman pasa sus días observando a jóvenes aspirantes a defender al Corinthians de Sao Paulo.
Las promesas de hoy, advierte, enfrentan mayores presiones: desde exigencias del mercado, como que sean polifuncionales, hasta lidiar con altas expectativas familiares y mediáticas.
“Antes solamente tenían que preocuparse por jugar”, explica el ojeador.
Sin embargo, para la presidenta del Palmeiras de Sao Paulo, Leila Pereira, Brasil “nunca” perderá el calificativo de “país del fútbol”.
Su ‘Verdão’ ha sido protagonista del dominio de los elencos brasileños en Sudamérica y en sus filas se labró a Endrick, por quien el Real Madrid pagó 65 millones de dólares con bonos, según la prensa.
Otros canteranos palmeirenses, Estevão y Luis Guilherme, prometen seguir sus pasos.
“Discrepo de quienes ven una baja de calidad. Si están pagando esos valores astronómicos...”, afirma Pereira en un salón del club, decorado con trofeos y botines inmaculados.
Fiesta en la favela
La directiva, una de las mujeres más ricas de Brasil, es para muchos el rostro del fútbol moderno brasileño, con envidiables chequeras para Sudamérica y asistencias récords en los estadios... a costa de los menos pudientes.
“Con salarios absurdos para los jugadores, los clubes tienen que cobrar caros los ingresos, lo que aparta a hinchas como yo, devotos del Maracaná”, deplora David Santos, hincha del Flamengo, el equipo más popular de Brasil.
El precio de los boletos de la reciente final del Campeonato Carioca, en la que el ‘Fla’ venció a una escuadra de la cuarta división, osciló entre 20 y 118 dólares, en un país en el que el salario mínimo equivale a 279 dólares.
Pero la pasión no ceja: para apoyar a su once adorado desde las favelas de Cantagalo, Pavão y Pavãozinho, Santos fundó en 2019 la barra “Fla PPG”.
En lo alto del morro que vigila las playas de Copacabana e Ipanema, recrean la atmósfera del templo sudamericano cuando juega el ‘Mengão’, como en este cálido domingo de febrero contra el Vasco da Gama de Rio.
Decoran una antigua cancha de fútbol con banderas, hacen asados, entonan cánticos, beben cerveza y transmiten los partidos en pantalla gigante. E incluso comparten con hinchas del equipo rival.
“Lo del país del fútbol se está perdiendo”, dice Pablo Igor, un ‘vascaíno’ de 38 años. “El fútbol es esto de aquí, la gente, los chicos de calle. Y estos chicos de calle, como fui yo, ya no tienen acceso” al deporte ‘rey’.