Al inicio de la pandemia, el desempleo se disparó. En abril del 2020, superó el 14% en Estados Unidos, algo que no ocurría desde la Gran Depresión. Pero los temores de un periodo prolongado de alto desempleo no se materializaron. En la OCDE, ya habría alcanzado su nivel prepandemia. El rebote laboral en el mundo avanzado está causando que los economistas vuelvan la mirada a una pregunta fundamental de su disciplina: si los robots ayudan o perjudican a los trabajadores.
La narrativa pesimista, que dice que una invasión de robots mata empleos está a la vuelta de la esquina, lleva décadas arraigada en la imaginación popular. Irónicamente, ha creado abundancia de empleos para ambiciosos intelectuales a la caza de contratos editoriales. Pero poco antes de la pandemia, otros investigadores comenzaron a cuestionarla.
Supuestamente, el mundo se hallaba en medio de una revolución de inteligencia artificial y aprendizaje automatizado, pero para el 2019, el empleo en las economías avanzadas estaba en picos históricos. Corea del Sur y Japón, donde el uso de robots figura entre los más elevados, tenían las tasas de desempleo más bajas.
Muchos pensaron que la pandemia daría la razón a los agoreros. A mediados del 2020, un estudio de la Oficina Nacional de Investigación Económica de Estados Unidos (entidad privada), argumentó que el covid-19 “podría acelerar la automatización del trabajo”. Otro, publicado por el FMI, se preguntaba si los empleos perdidos “retornarían”. Parte de la lógica era que debido a que los robots no se enferman, los jefes optarían por ellos –como parece haber ocurrido en pandemias previas–. Otros notaron que la automatización tiende a ocurrir durante recesiones.
Han pasado dos años y escasea la evidencia de desempleo inducido por la automatización. El mundo desarrollado enfrenta escasez laboral –según estimamos, hay 30 millones de puestos vacantes en la OCDE–, lo que es difícil de conciliar con la idea de que la gente ya no es necesaria. Los salarios de trabajadores con menor cualificación, cuyas ocupaciones suelen ser más vulnerables al reemplazo por robots, están creciendo inusualmente rápido. Hay poca evidencia de que empleos más fáciles de automatizar, en Estados Unidos, estén disminuyendo respecto de otros.
Considerando que han surgido tantas dudas en torno a la narrativa sombría, no sorprende que esté emergiendo una teoría distinta. En un reciente estudio, Philippe Aghion, Céline Antonin, Simon Bunel y Xavier Jaravel, economistas de instituciones francesas y británicas, proponen una “nueva visión” de los robots: “el efecto directo de la automatización sería aumentar el empleo, no reducirlo”. Aunque pueda parecer herética, esta opinión posee un sólido fundamento microeconómico.
La automatización podría permitir que una empresa sea más rentable y que se expanda, lo que impulsaría su contratación de personal. Además, haría que ingrese a nuevas áreas o se enfoque en productos y servicios más intensivos en trabajo. Un creciente cuerpo de investigación respalda el argumento. Por ejemplo, Daisuke Adachi, de la Universidad Yale, y colegas, analizaron la manufactura japonesa entre 1978 y el 2017, y hallaron que añadir un robot por cada 1,000 trabajadores elevó en 2.2% el empleo en las empresas.
Un estudio no publicado de Michael Webb, de la Universidad Stanford, y Daniel Chandler, de la Escuela de Economía de Londres, examinó la industria británica y encontró que la automatización presenta “una fuerte asociación positiva con la supervivencia de la empresa, y que una fuerte automatización inicial estaba asociada con incrementos del empleo”. Pero no se puede decir que antes los economistas estaban equivocados.
Para empezar, los métodos estadísticos se han perfeccionado desde la publicación de los estudios fundacionales de la “roboeconomía”. La metodología usada por Adachi y sus coautores, por ejemplo, permite desenmarañar causalidades. El estudio muestra que las empresas compran robots cuando sus precios caen, lo que ayuda a establecer una cadena causal: robots baratos provocan un incremento de la automatización y esta genera más empleos.
Por otro lado, la “nueva visión” no establece que la automatización es “buena”. Hasta ahora, ha dicho poco sobre calidad del empleo y salarios, pero un próximo libro de David Autor, David Mindell y Elisabeth Reynolds, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, halló que aunque los robots no crean desocupación generalizada, podrían ayudar a crear un entorno en el que los beneficios sean para “los de arriba”. Otros sostienen que la automatización reduce la calidad del empleo.
En teoría, las empresas que adoptan robots podrían ser tan exitosas que sacarían del negocio a sus competidoras, lo que reduciría el número de puestos de trabajo disponibles. Todas estas cuestiones dejan a los investigadores muchísimo más para investigar. Pero lo que parece claro en estos momentos es que la era de narrativas sombrías y arrolladoras sobre la automatización llegó definitivamente a su fin.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022