Profesor IE Business School
El Fondo Monetario Internacional pronosticó recientemente que el PBI de Latinoamérica rebotaría este año un 4.1% tras sufrir una contracción de 7.4% en el 2020, una caída superior a la experimentada en los años 1914 y 1930 cuando la economía de la región se redujo en torno al 5%.
Las prolongadas medidas de confinamiento y las fuertes restricciones a la movilidad que algunos países han aplicado, la drástica disminución del turismo, la existencia de altas tasas de empleo informal, la baja penetración del trabajo en remoto, la debilidad de los sistemas sanitarios e, incluso, el negacionismo con el que han coqueteado los mandatarios de México y Brasil, son las principales razones que explican que la región se haya contraído más que ninguna otra del planeta.
El efecto más grave de esta fuerte contracción es el aumento de las tasas de pobreza. Se estima que en 2020, la pobreza habrá aumentado hasta los 230 millones de personas y que la pobreza extrema rondará los 100 millones. Unas cifras que retroceden a los niveles de hace 14 años
Para luchar contra los efectos económicos de la pandemia, los Bancos Centrales de la región han disminuido los tipos de interés de forma notable e, incluso, se han aventurado en territorios no convencionales a través programas de estímulo monetario.
Por su parte, los Gobiernos se embarcaron en planes de estímulo fiscal al objeto soportar, en la medida en lo posible, la actividad económica. Aunque su cuantía, equivalente al 7% del PBI, queda muy lejos del 20% que en media dedicaron las economías más avanzadas.
Pero lo cierto es que, aunque el impacto económico del COVID ha sido muy fuerte, podría haber sido peor, porque algunos de los shocks adversos a los que se enfrentó la región durante la primera mitad del año, mejoraron sustancialmente durante el segundo semestre.
En primer lugar, la salida de capitales. Durante los primeros meses de la pandemia Latinoamérica sufrió una sangría de capitales, que puso a muchas economías contra las cuerdas al provocar una acusada depreciación de sus divisas. Pero afortunadamente, una vez que la situación se estabilizó y los mercados se calmaron, Gobiernos y empresas no tuvieron grandes problemas para captar capitales.
Otro aspecto que mejoró sensiblemente fue la llegada de remesas, a pasar que las estimaciones iniciales preveían que podrían caer en torno al 20%, por el aumento del desempleo en Estados Unidos, de donde proceden el 80% de las mismas. Pues bien, no sólo no se cumplió ese augurio, sino que aumentaron sensiblemente. En el caso de México, han crecido casi un 12%, hasta superar los US$ 40,000 millones, una cifra record.
Por último, también se esperaba que las exportaciones de la región se contrajesen en torno al 15% durante 2020. Al final la caída no ha sido tan acusada gracias a la recuperación de los precios de las materias primas, que han experimentado un importante rally alcista desde sus mínimos del mes de abril por el tirón de la economía china. Baste como ejemplo que el petróleo, en los dos primeros meses de 2021 se ha revalorizado un 25%, el cobre 18% o la soja más del 6%.
Además, como la contracción de las importaciones ha sido mucho mayor, por la compleja situación económica que están afrontando todos los países, el resultado ha sido un aumento del superávit comercial hasta niveles en torno al 2% de PIB.
Latinoamérica afronta el que debería ser el año de la recuperación. La mejora en la situación sanitaria, en la medida en que los procesos de vacunación avancen, los impulsos fiscales y monetarios, la recuperación de los flujos de inversión y los altos precios que mantienen las materias primas, deberían impulsar el crecimiento por encima del 4%. Además, la mayoría de las divisas locales han recuperado gran parte del terreno que perdieron frente al dólar. Pero, aun así, parece difícil que la región pueda recuperar el nivel de actividad Precovid, antes de 2024 en el mejor de los casos.