Era el 2006 cuando Esteban Quiroz, director de Lluvia Editores, paseaba por las plazas principales de Cajamarca, Andahuaylas y Ayacucho ofreciendo libros a un sol. Era un grito desesperado por combatir la piratería basándose en la competencia de precios. Más económico, imposible.
Pero la batalla era mucho más compleja, “una pelea contra molinos de viento”, dice Quiroz. Cinco años después, la marca quebró, y no como víctima del plagio, sino de la falta de lectura. Es 2021 y este mal hábito ronda aún entre los peruanos. De acuerdo a la encuesta que realizó la editorial durante la pandemia, solo un 3% tiene una biblioteca familiar en casa, aunque un 90% señala que desea contar con una.
La esperanza en el Plan Lector
Se trata de fomentarla desde la niñez, opinan desde expertos hasta novatos que miran el Plan Lector con esperanza. Sin embargo, un 34% de hijos de los encuestados apunta que lee por obligación. Y, al terminar el colegio, el 90% no vuelve a abrir un libro.
Quiroz, junto a su equipo, ha instalado 48 bibliotecas en los lugares más alejados de Andahuaylas como Huampica, Socospata, Turpo, Cocharcas o Pacucha. “No todas se usaron, algunas terminan siendo un depósito”, se lamenta. “La solución no viene de arriba. Para funcionar debe venir del núcleo familiar”, reflexiona.
Así fue en su caso. Los 11 hermanos Quiroz que vivían en una zona rural de Cajamarca, escuchaban cada noche a su padre leer un capítulo de “Hombres y dioses en la historia de la raza humana”, de Henry Thomas. “Por ahí debe empezar todo”, dice el director que, al enfrentarse con la realidad se da cuenta que un 50% lee de forma esporádica con algún miembro de la familia.
Las estadísticas también muestran que casi la mitad de entrevistados obsequia un libro en los cumpleaños. Sin embargo, ¿cuántos saben qué fue de aquella lectura?, si fue valorada u olvidada. Solo un 70% está al pendiente de ello.
A Quiroz, su padrino le regalaba enciclopedias y diccionarios. “La pasión no vino por ahí, definitivamente”, apunta el lector que dejó hace años Cajamarca con 500 libros en la estantería de su hogar.
La conquista en la niñez
En zonas del interior, por ejemplo, se suele preguntar por el idioma materno. “Se sabe que la mamá es la que enseña a hablar y que cuando los niños aprenden una palabra, la recompensa es un abrazo, no una nota. Eso es lo que necesitamos”, apunta Quiroz.
Libros llenos de color son otra ventana a la lectura, como antes lo eran los comics y la posibilidad de alquilarlos por diez centavos. Por eso, cuando Quiroz tuvo que lanzar “Cuentos del Tío Lino”, decidió hacerlo en tres idiomas y pidió a su autor, Andrés Zevallos, de 95 años, colorear las ilustraciones. Se vendió a S/ 200, “no como pan caliente, pero sí bien y cubría nuestra semana”
Similar historia se repitió con “Cuentos religiosos-mágicos quechuas de Lucanamarca”, de José María Arguedas. Casos como esos lo llevaron a una decisión: “Publicar libros no de lujo, sino necesarios”. Tapa dura, papel couché de 150 gramos y a todo color. “Quien lee va a buscar lo mejor”, pensó Quiroz.
Pero Lluvia Editores murió y revivió varias veces tras paquetazos y otras crisis. “En este sector se vive varias veces al borde de una pandemia”, admite el director quien se fija en los números. Sin embargo, rescata que donde otros ven oportunidad de negocio, ellos ven también una oportunidad de servicio.