Para la experta, dentro de todos los sentimientos asociados a la ansiedad climática -la furia, la tristeza, el miedo, el abandono- hay una “enorme energía” que se debe aprovechar. (Foto: nicboo.com | Referencial)
Para la experta, dentro de todos los sentimientos asociados a la ansiedad climática -la furia, la tristeza, el miedo, el abandono- hay una “enorme energía” que se debe aprovechar. (Foto: nicboo.com | Referencial)

“Si no tienes ansiedad climática, o estás mintiendo o vives en un estado de negación”. Así de rotunda se muestra la psiquiatra Lise Van Susteren al explicar la sensación de falta de control que provocan los desastres naturales, cada vez más frecuentes y extremos por culpa del .

No en vano, Van Susteren lleva más de una década explorando los efectos psicológicos del cambio climático. Es pionera en un campo, la terapia climática, que poco a poco gana adeptos entre los profesionales de Estados Unidos y de todo el mundo.

La psiquiatra defiende, que los desastres medioambientales acarrean una sensación específica de “falta de control” que, inevitablemente, genera ansiedad.

“Si te preocupa que ese bulto que acabas de descubrir sea canceroso puedes pedir cita en el médico y hacerte una biopsia. ¿Pero qué haces si tus terrenos están completamente secos y es temporada de incendios?”, se pregunta.

Van Susteren es cofundadora de la Alianza de Psiquiatría Climática y ha luchado, junto a sus compañeros, para que la Asociación Psiquiátrica Estadounidense (APA) reconozca el clima como un factor agravante de los problemas de salud mental.

La terapeuta logró una ansiada victoria el mes pasado, cuando la APA accedió a incluir el agravante climático en el Manual Diagnóstico y Estadístico del país, un documento que ayuda a investigadores y profesionales de la salud mental a identificar y diagnosticar trastornos.

También ayudó a crear una red de psicólogos concienciados sobre la crisis climática que organiza eventos y seminarios de forma regular. La asociación ofrece un directorio nacional con datos de contacto de más de 100 terapeutas climáticos en Estados Unidos y Canadá.

“Pasos pequeños”, dice suspirando sobre su batalla para conseguir que el sistema de salud de su país se tome en serio el problema.

Cambiar el futuro

Pero poner el foco sobre la ansiedad climática no es para Van Susteren un ejercicio de frivolidad diagnóstica, sino un paso previo necesario para “cambiar el futuro”.

“Nosotros somos los que estamos aquí ahora. Somos los únicos que podemos cambiar el futuro. Así que es nuestra responsabilidad transformar esos sentimientos incómodos en acción”, defiende.

La terapeuta responde así a las críticas de activistas y organizaciones medioambientales que defienden que la ansiedad climática no es algo que se deba combatir, sino fomentar.

Van Susteren explica que, a veces, se ha visto envuelta en discusiones con sus compañeros, que creen que sus pacientes deberían pasar más tiempo en la fase de aceptación: “Muy bien, pero que se aseguren de que es solo una fase”, dice.

Para la experta, dentro de todos los sentimientos asociados a la ansiedad climática -la furia, la tristeza, el miedo, el abandono- hay una “enorme energía” que se debe aprovechar.

Y aunque la terapeuta se resiste un poco a dar datos sobre sus pacientes, admite que la mayoría son gente joven que siente una gran frustración por el camino que ven tomar a sus mayores.

De la ansiedad al activismo

Nadie encarna mejor esa idea que Rebecca Spring, una joven activista de 16 años que se unió a la rama de Washington de Extinction Rebellion como respuesta a sus propios sentimientos de ansiedad por el medioambiente.

Para Spring, la ansiedad es una respuesta “inevitable” a lo que se prevé un futuro desolador para el planeta, especialmente si la humanidad no es capaz de limitar el calentamiento global a dos grados centígrados por encima de los niveles preindustriales, como exige el Acuerdo de París.

Muchos científicos asumen ya que no será posible limitarlo a 1.5 grados, un umbral a partir del cual se estima que los efectos devastadores del aumento global de las temperaturas se vuelvan, en muchos casos, irreversibles -para conseguirlo habría que reducir a la mitad todas las emisiones contaminantes antes del 2030.

Aun así, la joven no está dispuesta a instalarse en la desesperación: “La gente tiene que actuar, y eso es algo que fomenta la esperanza. Es algo que, personalmente, me ha transformado”, explica.

Por eso intenta poner en marcha iniciativas para que se sumen sus compañeros de instituto.

Ella lo tiene claro: organizarse y buscar grupos que compartan la preocupación por el medioambiente es la mejor manera de enfrentarse a los sentimientos de ansiedad que provoca el cambio climático. “Ese es mi consejo para la gente joven”, concluye.