La ira puede ser estigmatizada como una emoción que denota el bajo control que una persona tiene sobre sí misma. Sin embargo, en el mundo de la psiquiatría, es visto desde una perspectiva diferente que subraya la importancia de expresarla.
"La ira es en realidad una respuesta, la señal de que alguien sobrepasó nuestros límites. Hay que conservar esa emoción y utilizarla. A lo largo de milenios de evolución hemos mantenido la ira como una emoción básica que nos permite conocernos", apunta la psiquiatra alemana Heidi Kastner.
Cuando se activa esta emoción primigenia, se liberan las hormonas de estrés y permite comprendernos y defendernos, en una reacción que involucra a todo el cuerpo.
En el aspecto biológico, la ira incrementa el pulso y la presión sanguínea, acelera la respiración, tensa los mulsos y hasta enrojece el rostro. Es un instinto que pone a uno en un estado de alerta y lo prepara para luchar.
"Si no transmito mis emociones, no puedo comunicar a los demás mi estado de ánimo y entonces no puedo comunicar correctamente. Los demás no me perciben tal como yo me siento", señala Kastner.
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