Mirko Conde, médico intensivista.
Un héroe no inmune que no se rinde ante el covid
A pesar de ser el héroe de muchos de los que entraron a la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Alberto Sabogal de Essalud, el intensivista Mirko Conde Guerrero no es inmune al covid-19. Contrajo el virus en dos oportunidades, al inicio de la pandemia, en mayo del 2020, y nuevamente en febrero de este año. ¿Qué mantiene en pie a un hombre en estas circunstancias? Sus hijos de 3 y 13 años; el deseo de volver a abrazarlos.
“Nosotros somos un posible transmisor de enfermedad para nuestras familias. Debemos restringirnos de estar cerca de ellos”. Cuenta el médico que para no contagiarlos mantenía comunicación con su familia por video llamadas y mensajes.
Tras vencer la enfermedad en dos ocasiones, ha vuelto poco a poco a hacer las cosas que más disfruta, como el salir a correr. Sin embargo, todavía extraña las reuniones con la familia, los amigos, sentarse a conversar en un parque o ver a su madre.
Una vocación que se formó con disciplina
Jorge Biviano decidió ser enfermero cuando acabó el colegio, pero la vocación de servicio afloró desde niño. Con apenas 12 años, el huanuqueño que trabaja ahora en el vacunatorio de EsSalud hace dos meses, desde su infancia “regalaba alimento, ropa o ayudaba a asear a los más necesitados”.
Allí, su madre que ejercía de figura paterna también, se dio cuenta de que su único hijo era especial.
Ahora, con 37 años, dice que sin tener mucho, “nunca faltó nada en casa, menos aún amor”. Por eso, aunque reconoce que no es perfecto y su esposa es más paciente con los niños, espera que sus dos hijos aprendan de él lo que es la disciplina.
“Que todo tiene su momento”, enfatiza.
Pero que sea estricto no lo hace un padre malo, dice Biviano, porque “sea cual fuere la carrera que escojan mis hijos, quiero que sean libres, que sean felices”. Biviano cree que por más tiempo que lleva en el mundo frente a sus hijos, ellos siempre seguirán enseñándole cosas.
“Ello son mi motivación para superarme. Y todo el cariño y amor que me dan, yo se los doy a mis pacientes, tanto como el que les darían a ellos sus familias”, reflexiona el enfermero, quien confiesa no tener miedo.
La peligrosa ruta para llegar a toda costa
Si alguien entiende lo que es abrocharse el cinturón y pasarse un semáforo en rojo a toda velocidad para salvar una vida es José Escalante. Él conduce ambulancias desde hace 10 años, cinco de ellos para el Hospital Almenara, de Essalud. “No sé qué haces, pero debes llegar allá en cinco minutos”, es la orden que le dieron en una ocasión. Pero el camino no es tan fácil. “A veces, no te dan pase, te hacen bulla, te gritan cosas porque piensan que prendes la sirena porque quieres”, explica, quien hasta ahora no permite que uno de sus pacientes llegue sin pulso. “Me siento bien al saber que salvo vidas, algo que sabes que nadie te va a devolver”, cuenta Escalante a sus 49 años.
Él recuerda que su padre le enseñó lo que significa el sacrificio, pues trabajaba en provincia y las visitas a casa eran mensuales. “A veces, uno tiene que alejarse de sus hijos para buscar su bienestar. Pero también me han enseñado que no todo en la vida es dinero, por eso trato de darles mucho cariño a mis hijos”, cuenta el conductor, quien se contagió también de covid durante sus labores.
Apagar toda llama, menos la del corazón
Tras una agitada vida de joven, Luis Andrés Rodríguez decidió convertirse en bombero. “Soy una persona agradecida con la vida, así que quise devolverle al mundo esa gratitud”, explica el administrador de 28 años.
Por eso decidió postular al Cuerpo de bomberos de El Agustino en el 2013. Tras dos años de curso por fin le tocó apagar un verdadero incendio. Pero ya con manguera y equipo en mano, surgió el miedo de enfrentarlo.
“El capitán me decía que entre, pero yo no podía”, cuenta, entre risas, Rodríguez quien, finalmente, tras unos cuantos ajos y cebollas, experimentó lo que era estar cerca de las llamas. La adrenalina desde entonces no se ha apagado y lo motiva a seguir vestido de rojo. Ahora, con una hija de casi dos años, sabe que debe minimizar los riesgos porque quiere verla crecer y llevarla a conocer su trabajo.
“Quiero que sea decidida, que el miedo no evite que experimente situaciones. Y que tenga coraje para levantarse de las derrotas”, añade el también dueño de Inner Fire, su empresa de extintores y protección contra incendios. Su bien germinado emprendimiento espera que a futuro se dedique a la fabricación y exportación de extintores.
Otras historias de lucha
Antonio José Raimondi Pérez de 31 años trabaja como rappitendero en Perú. El venezolano tiene dos hijos, los cuales se vinieron al país luego de que su padre ahorra lo suficiente para que tengan una buena calidad de vida. “Para ellos ha sido difícil acostumbrarse al frío”, cuenta el joven. Para Antonio lo más difícil de ser padre es no tener esa energía para responder al juego de sus niños luego de una jornada de trabajo cansada. Sin embargo, lo más bonito es saber que siempre hay alguien en casa que te recibe con los brazos abiertos.
Cuando Antonio mira al pasado piensa en su padre, aquél que perdió cuando apenas tenía 8 años. Sabe que a veces lo acompañaba a su trabajo. Y por eso, el aprendizaje que se lleva de él es que “no importa la cantidad de horas que estemos ocupados, siempre debe haber un espacio para la familia”. Así, en su tiempo libre, lleva a sus pequeños de compras, pasear en el parque, darse sus pequeños gustos.