El televisor. La máquina de coser. Una motocicleta. Los hijos de Edda Marchán vendieron todas estas cosas para que su madre pudiese seguir respirando.
En un rincón del norte de Perú donde vive la familia, el oxígeno medicinal para tratar el coronavirus escasea y llegó un momento en el que ya no lo conseguían por ninguna parte.
“Era la desesperación más grande del mundo”, dijo su hija Fiorella Sorroza, de 39 años. “Le pedimos tantísimo a Dios que nos ayude, que no nos abandone”.
En esta nación azotada por el COVID-19, uno de los elementos más abundantes del mundo escasea. Familiares exasperados se afanan por llenar tanques a precios recargados.
Hospitales que no tienen el apoyo necesario se quedan sin él. Y el presidente Martín Vizcarra ha emitido un decreto de emergencia ordenándole a plantas industriales que aceleren su producción o adquieran oxígeno en otras naciones.
“Perú, con su Amazonía, es el pulmón del mundo”, dijo Iván Hidalgo, director académico del Instituto de Gobierno y Gestión Pública de Lima. “Pero nos estamos muriendo por falta de oxígeno”.
Directores de centros de salud regionales dicen que esta escasez está costando vidas y que es tan grave que ni siquiera un incremento de la producción de oxígeno con fines medicinales por parte de plantas que habitualmente producen oxígeno para las minas va a cubrir el déficit.
El ministro de Defensa, Walter Martos, dijo el jueves que el país necesita 173 toneladas de oxígeno diarias. El decano del Colegio de Medicina de Perú estima que el país produce un 20% de esa cantidad.
El problema es consecuencia de décadas de desatención de los hospitales, así como de la corrupción y la mala gestión de los centros de salud, según prominentes figuras del campo de la medicina.
El hospital de Tumbes, cerca de la frontera con Ecuador, donde vive la familia Marchán, tiene una planta que no funciona desde hace años porque se robaron una tarjeta electrónica necesaria para que pueda operar. Las autoridades dicen que esperan poder arreglarla para el sábado.
Mientras tanto, en Tumbes han estado importando oxígeno de Ecuador y trayendo tanques desde la planta peruana más cercana, a cinco horas. El principal hospital público normalmente usa 30 tanques por semana, pero ahora necesita unos 200.
Muchos responsabilizan al gobierno por el estado de cosas y le imputan no haberse preparado para lo que se venía.
Los problemas actuales reflejan “toda la falencia que existe a todo el país”, afirmó Harold Burgos, director de salud regional de Tumbes. La crisis “se veía venir, pero nadie le daba importancia”.
Otros países
Otros países de América Latina y el Caribe enfrentan también --o la sufrirán pronto-- una escasez de oxígeno. En la Amazonía colombiana los médicos envían pacientes a Bogotá porque la única planta de la región apenas si funciona. Haití depende en buena medida de una planta de oxígeno para una población de 11 millones de personas.
Aproximadamente el 15% de los pacientes de COVID-19 experimentan condiciones que requieren oxígeno y otro 5% necesitan respiradores, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Cuando un paciente se siente lo suficientemente mal como para ir a un hospital, a menudo tienen un nivel de oxígeno en la sangre que requiere atención inmediata.
Ese fue el caso del tío Armando Ancajima, quien fue llevado el domingo a un hospital de Talara, región productora de petróleo cerca de la costa, en el norte del país. Con dificultades para respirar y las uñas color violeta, tenía una saturación de oxígeno de apenas el 35% al llegar. En el hospital le dijeron que no tenían oxígeno y le recomendaron a la familia que tratarse de conseguirlo por su cuenta.
Ancajima dice que vio morir a diez personas en la noche que pasó con su tío. “Eso viene de una herencia de 30 años de despreocupación”, sostuvo.
No pudo contener epidemia
Perú fue uno de los primeros países que impuso un confinamiento estricto en América Latina, pero no pudo impedir que los contagios se disparasen. Hoy tiene 185,000 casos, la segunda cifra más alta de la región.
El sector informal constituye el 70% de su economía, lo que implica que mucha gente tiene que violar la cuarentena para poder comer.
La escasez de oxígeno refleja las dificultades que otras naciones latinoamericanas tuvieron para conseguir insumos médicos durante la pandemia.
Cuando se diagnosticaron los primeros casos a fines de febrero y principios de marzo, ya casi no se podían conseguir. Al no poder comprar respiradores en Estados Unidos o Europa, acudieron a China, pero toma tiempo la entrega.
“La oportunidad de comprar suministros y equipos ya había pasado cuando los primeros casos aparecieron en Latinoamérica y el Caribe”, expresó Ciro Ugarte, director de la unidad de emergencias sanitarias de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Vizcarra anunció el jueves la compra de oxígeno por valor de US$ 25 millones y una partida de US$ 3.2 millones para producir plantas y generadores.
“Si podemos atender la demanda con el abastecimiento nacional, lo hacemos”, dijo el mandatario. “Y si no, permite que puedan ser adquiridas las plantas y los generadores de oxígeno donde fuera necesario”.
La escasez más severa es probablemente la de la Amazonía peruana. Médicos de Iquitos atendían a 500 pacientes en un hospital con capacidad para 225.
Al no tener una planta de oxígeno, el personal dependía de la llegada de oxígeno de afuera hasta hace poco. El gobierno prometió enviar 60 tanques diarios por aire, pero estaban llegando solo 24.
Con la ayuda de la iglesia y de comunidades locales, se compraron dos plantas y la escasez disminuyó. Otras regiones afuera de la Amazonía también están sufriendo una escasez de oxígeno.
Lima
En la propia Lima se vieron en días recientes colas de personas que quieren llenar tanques de oxígeno para seres queridos contagiados con el COVID-19. Y en el norte del país, donde viven los Marchán, muchos dicen que hay especuladores que están subiendo los precios.
La familia estaba gastando unos US$ 150 diarios en oxígeno hasta hace poco en la esperanza de no tener que llevarla a un hospital, cuyos médicos les habían dicho que estaba a punto de colapsar. Pero la señora empeoró y no podían conseguir oxígeno, por lo que decidieron buscar ayuda.
Un día después de que fue admitida, Sorroza dijo que los llamó un médico que les informó que no tenían oxígeno y le pidió a la familia que lo consiguiese. Esa noche, agregó, la llamó un médico que le ofreció venderle un tanque por US$ 120. Tres días después, la señora había muerto.
La familia fue informada del deceso un sábado a las seis de la mañana. Se le dijo que había sido enterrada cuatro horas después en un nuevo cementerio. Se apresuraron para despedirse de ella y le pidieron a un primo carpintero que construyese una sencilla cruz de madera. “No pude verla, ni despedirla”, dijo Sorroza. “Nada.”