El interés en la campaña electoral se ha centrado solo en los candidatos presidenciales. Casi no hay referencia a los aspirantes a vicepresidentes, varios de cuyos nombres son absolutamente desconocidos, y otros se encuentran casi desaparecidos.
Es más, a pesar de lo que hemos vivido a partir de las vacancias, no ha generado mayor interés conocer si los miembros de las planchas presidenciales tienen una buena relación, o qué puede pasar con aquellas vicepresidencias que ya han mostrado cierto distanciamiento con su aspirante al sillón de Pizarro.
Las candidaturas al Congreso tampoco despiertan mucha expectativa. Y más allá del “escaneo” que se hace de ciertas candidaturas para saber si responden al “sentir de las bases” o si tienen procesos pendientes, no hay mayor seguimiento a este tema.
Salvo algunas excepciones que tienen una invitación regular o casi frecuente a los medios de comunicación, quienes aspiran a una curul en el Parlamento no tienen más que un minuto en alguna secuencia de “conozca a su candidato” o en algún debate ocasional. Las redes y los “Tik Tok” son el recurso de muchos candidatos.
Para ambos casos –vicepresidencias y parlamentarios– debería haber un interés mayor. En los últimos años, la confrontación política ha hecho que los términos “vacancia” o “cierre del Congreso” se conviertan casi en moneda corriente. Y su uso “fáctico” –aunque absolutamente indeseable– no puede descartarse en el futuro. ¿De cuántas mociones de vacancia hemos hablado en los últimos años?
Es indudable que el Congreso ha tomado un papel más fuerte y determinante en la política nacional. Los últimos cuatro presidentes –incluyendo a Merino, a quien pusieron y sacaron en unos días– han estado en manos del Congreso. Ya sea por la arrolladora mayoría opositora, obstruccionista, populista, electorera, o como se le quiera llamar; como por la renuncia de los gobernantes y ministros a dialogar, negociar, transar o consensuar con el Congreso.
Un Congreso fragmentado no impidió que se hiciera fuerte frente al Ejecutivo. Como lo es ahora también. Y como lo podría ser mañana.
Ejecutivo y Legislativo establecieron su propia agenda, en vías paralelas, pero en ese “pulseo” es indudable que perdió el Ejecutivo, a pesar de la permanente caída de la aprobación del Congreso. Y obviamente perdió el país.
La presidencia del Congreso tendrá un papel gravitante. ¿Quién ocupará ese cargo? Con un Congreso tan fragmentado, puede ser cualquiera, y quizás hasta lo más probable es que el titular del Parlamento sea un no oficialista. ¿Se le ocurre a usted, lector, algún nombre importante?
De manera realista, son cinco los candidatos que tienen las mayores posibilidades de alcanzar la presidencia. Es muy probable que cualquiera de esos cinco –aunque se muestren duros y fuertes en campaña– tengan un gobierno débil. Y ahí el papel del Congreso será determinante. Puede convertirse en acelerador o en freno. Puede acompañar o vacar. Puede buscar el consenso, o buscar su propio camino.
La reforma constitucional, de acuerdo a las proyecciones de composición del Congreso, será un hecho, y habrá que buscar la mejor manera de hacerla. Además, tendremos las elecciones regionales y municipales a la vuelta de la esquina, la pandemia no se habrá ido, la crisis económica no se habrá solucionado, y la presión ciudadana por el cumplimiento de las poco responsables promesas electorales será muy fuerte. La tentación populista, revanchista u opositora radical estarán muy a la mano.
Pongámosle más atención al Congreso.