Periodista
Las últimas encuestas –de toda marca y etiqueta– le han dado un duro golpe a la presidenta de la República, al primer ministro, y al Congreso. Ocho o nueve de cada diez peruanos los desaprueban y quieren que se vayan; se quedan cada vez más solos; y ya casi nadie toma en cuenta ni les creen sobre lo que dicen en torno al adelanto de elecciones y otros temas.
El problema con esa desaprobación, sobre todo para el Ejecutivo, es que cada vez es más difícil y más riesgoso tomar decisiones. El miedo o la indecisión se vuelven una sombra.Para revertir esa tendencia, el Gobierno de Dina Boluarte tendría que cambiar mucho, y eso no va a ser nada fácil, sobre todo por las etiquetas que tiene casi tatuadas; o tendría que volverse populista, y eso sería nefasto para el país.
El Gobierno de Dina Boluarte no encuentra su rumbo. No sabemos siquiera si lo está buscando o simplemente está improvisando. El Gobierno no encuentra su personalidad, ni en política interna ni en política exterior. Ni siquiera se le “cuadra” al presidente de México, solo se le invoca.
Se suma a esto la situación del premier. Sus problemas familiares y las intrigas internas, sus tuits del pasado pidiendo Constituyente y cambio total de la Constitución, sus fotos con Chávez, y sus decisiones y comunicaciones poco oportunas, lo ponen en una situación difícil. Ya no parece ser el sólido soporte de la jefa de Estado y su relevo podría ser una necesidad.
No sabemos qué pueda suceder hoy en el Parlamento, pero para la población, Ejecutivo y Congreso vienen haciendo todos los esfuerzos para quedarse. Si hoy se aprueba algún proyecto o se extiende la legislatura para ver este tema, seguirá la duda y la desconfianza hasta la siguiente votación.
A los congresistas no les importa lo que digan de ellos, ni cómo quede su prestigio, aprobación o credibilidad. Por eso hacen lo que hacen y dicen lo que dicen, sobre cualquier tema, hasta de los pasajes aéreos. Pero en el caso de la presidenta y del primer ministro, la cosa es más delicada. Tienen suficientes problemas –y muy fuertes– en el frente interno y en el externo, como para meterse, además, en el mismo saco en que está el Congreso. Por eso no se entiende por qué el Ejecutivo no ejerce más presión al Parlamento.
En realidad, el más interesado en el adelanto de elecciones, creemos, debe ser el Ejecutivo. Y también la derecha. Aunque algunos piensen lo contrario.
Una gestión corta de transición, bien hecha, y sentando las bases para que el siguiente Gobierno pueda reconstruir la gestión política y económica, pone a los protagonistas en muy buen pie para un futuro mejor, tanto personal como político. Incluso para enfrentar mejor, sobre todo política y mediáticamente, la larga lista de juicios de todo tipo que se les viene, y de la cual no se van a salvar ni el 2024, ni el 2026.
Quedarse hasta el 2026 expone al Ejecutivo a un desgaste muy grande que puede llevarlo a terminar el Gobierno hecho flecos, y con muchísimas facturas por pagar.
A Dina Boluarte, a su premier y a su Gobierno, se les viene asociando mucho con la derecha, los militares y el fujimorismo. Por lo que si las cosas no mejoran radicalmente, y esa percepción de la asociación continúa o crece, ese desgaste también lo sufrirán los candidatos de la derecha, y sobre todo de los partidos que se opusieron al adelanto de elecciones y/o que apoyaron la represión del Gobierno. Y si a esto le sumamos el desgaste que pueda tener el alcalde de Lima hasta el 2026, y la dispersión que generan las varias candidaturas, las cosas pueden no ser muy auspiciosas para los partidos de la derecha.
Por esto, creemos que no fue oportuno ni conveniente el encuentro entre Dina Boluarte y Keiko Fujimori, ni la cordialidad con la que se trataron. Esta cita refuerza la mencionada percepción y muestra una aparente cercanía que no es buena para ninguna de las dos. Muestra a una Keiko protagonista en Palacio, y políticamente generosa con Boluarte y viceversa. Lo más comentado de ese encuentro fue la figura y el vestido de Keiko Fujimori, y su pronunciamiento contra el presidente de Colombia (algo que debió hacer públicamente y sin miedo alguno hace mucho tiempo Dina Boluarte con López Obrador y Petro), pero nada sobre la salida a la crisis. En resumen, una buena jornada en Palacio para la imagen de la lideresa de Fuerza Popular (lo cual no es necesariamente bueno políticamente), y mala ocasión para la presidenta, que pierde en la comparación; y para ambas, a quienes se les va a tildar de socias.
La izquierda, que no pierde oportunidad para generar “narrativas”, va a aprovechar –para tratar de sacudirse y hacer olvidar su desastrosa y perniciosa asociación y cogobierno con Pedro Castillo– y va a volver a polarizar entre dictadura y democracia, fujimorismo y anti fujimorismo, asesinos y víctimas. Mientras más tiempo se les dé para eso, y para hacer olvidar su presente, mejor para ellos.
Un tema a tener en cuenta y que viene de todas las encuestas mensuales es que mientras más se defiende desde la derecha a Dina Boluarte, su desaprobación crece más; y mientras más esfuerzos se hace para bloquear el cambio de Constitución o la Asamblea Constituyente (cuyo debate vendrá de todas maneras en el próximo proceso electoral), así como el adelanto de elecciones, más popular se les hace. Algo así como el efecto que causa ese popular dicho: “no lo vean…”. ¿Falla la estrategia de la derecha?
Los políticos tienden a gozar del poder en el presente y siempre pretenden alargarlo lo más que puedan, pero olvidan que eso se acaba en algún momento. Es mejor salir en buenas condiciones para que te extrañen y tentar un regreso, que quedarse para que te boten dejándote solo y sin nadie que te defienda.
Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor.